Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otros viajes en la máquina del tiempo

Autor:

Osviel Castro Medel

Más de una vez los he escuchado decir después de salir del agua: «¡Oiga, qué frío!» o «qué cantidad de jejenes y mosquitos» o «si para nosotros es difícil, cómo debe haber sido para ellos, que cruzaron esto a pulmón».

Me refiero a los jóvenes que cada 2 de diciembre, al filo de las seis de la mañana, se lanzan al agua para rememorar simbólicamente, por los Cayuelos, la llegada del yate Granma a Cuba.

Muchos, cruzando el puente de concreto de unos 1 530 metros —construido en la década del 80 del siglo pasado–, que separa el manglar de tierra firme, se han percatado de que el desembarco de aquellos 82 hombres después de más de siete días de navegación desde Tuxpán, México, fue en extremo difícil. Los de entonces debieron vencer la distancia mientras se hundían, sufrían ulceraciones en los pies, atravesaban cortaderas...

Así, los de ahora, aunque no tengan que pasar tales vicisitudes, entienden mejor a Fidel cuando dijo que llegaron a un pantano infame, y que resultó uno de los peores episodios que vivió en su existencia.

Está por precisarse cuándo comenzó esta evocación, si bien está claro que fue desde principios de la Revolución, según asegura el prestigioso historiador de Niquero, Alberto Debs Cardellá. 

Muchos recuerdan, por ejemplo, la conmemoración de 1981. Estuvo presidida por el General de Ejército Raúl Castro Ruz y participó una delegación militar de la antigua Unión Soviética, encabezada por el Sustituto del Ministro de Defensa. Fue un acto de gran solemnidad. 

Justamente, en esa jornada se inauguró la primera parte del complejo monumentario Portada de la Libertad: la plaza de ceremonias, el salón de protocolo y la cafetería. 

Raúl, al conversar con los visitantes, les hizo revivir la hazaña: «Imagínese lo que es caminar por todo esto con la mochila, el fusil, con el cansancio de la travesía y antes de salir de aquí vinieron los aviones». 

Una recordación teñida de proeza personal, fue la de 1996. A Los Cayuelos llegaron, después de bojear la Isla en un pequeño bote, los combatientes Florentino Calzadilla y Pedro Vargas. Estos mismos hombres, diez años después, con más de seis décadas de vida, realizaron otra hazaña en «homenaje a los jóvenes cubanos»: caminaron unos 900 kilómetros desde el memorial Granma, en La Habana, hasta Los Cayuelos.

En 1985 dos columnas juveniles, bajo el nombre Por los caminos de la victoria, hicieron largas caminatas para celebrar la fecha. Una partió desde La Plata, en Bartolomé Masó, con rumbo a Mantua, en Pinar del Río, la punta occidental de la Isla. La otra realizó el viaje desde San Pedro, en la entonces provincia de La Habana, hasta Las Coloradas, a dos kilómetros de Los Cayuelos. Ambas fueron estimuladas por el 2 de diciembre. 

El acto de 1986 tuvo una carga emotiva especial. Habló el desaparecido Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. «Hace 30 años nosotros no podíamos soñar qué estaríamos haciendo hoy ni podíamos imaginar cómo sería Cuba y cómo sería nuestro pueblo», expresó. 

En varios de esos actos mañaneros estuvieron expedicionarios del yate Granma. Verlos, con la mirada perdida en el horizonte marino, era como cerrar un círculo perfecto. Muchas veces, antes de la recordación pública, se esperó la fecha a golpe de música o con veladas culturales. Como los jóvenes siempre han estado ligados a rememoración, no resultó extraño que el 2 de diciembre de 2014 se lanzara la Convocatoria al 10mo. Congreso de la UJC, en un acto presidido por José Ramón Machado Ventura, entonces segundo secretario del Comité Central del Partido.

Al igual que los actos, los desembarcos simbólicos han tenido variaciones. Por un tiempo se realizaron a una hora indeterminada de la mañana; pero desde la década del 90 del siglo pasado, comienzan cerca de las 6:00 a.m.

Unas veces los protagonistas han sido muchachos de Granma; en otras ocasiones se seleccionaron mozalbetes destacados de todo el país, como ocurrió en el 65 aniversario. En una época incluso se concretó después de realizar una travesía desde Tuxpan, México, y a esas experiencias se les denominó Tuxco. 

Más de una vez, con las ropas mojadas, los expedicionarios seleccionados  han expresado espontáneamente: «Vale la pena vivir esto». Para ellos ha significado más que un viaje en la máquina del tiempo. Ha sido como un bautismo de memoria, una historia hecha carne y no libro, una certeza de que, pese a tantas adversidades, es preciso seguir desembarcando.

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