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Bostezo, luego existo

¿Qué es el bostezo? ¿Por qué ocurre y se contagia? ¿Posee alguna función biológica? Si eres de los que disfrutas al bostezar y lo haces con facilidad, estas líneas te resultarán provechosas

Autor:

Patricia Cáceres

Robert Provine lo reconoce. Sus conferencias a menudo son motivo de espontáneas sesiones de bostezos. Pero ello no lo desanima. Lo que para cualquier conferencista supone un desprecio a su dedicación profesional, para Provine representa una fuente recurrente de inspiración.

Él no se ofende. Por el contrario —afirma— esto hace que la conferencia sea muy eficaz.

Y no es de extrañar. Robert Provine, psicólogo de la Universidad de Maryland, en Baltimore, Estados Unidos, ha estudiado el fenómeno del bostezo durante décadas.

Usualmente las conferencias fungen como espacios de debate para socializar, ya sea entre colegas del campo o a un nivel más amplio, los hallazgos, resultados y estudios en curso. Sin embargo, Provine las ha convertido en su propio laboratorio.

«Uno habla y el público comienza a bostezar. Y entonces puedes pedirle a la gente que haga experimentos con sus bostezos, como cerrar los labios o inhalar con los dientes apretados, o tratar de bostezar con la nariz apretada y cerrada», refiere en el sitio www.rienzie.com, de novedades tecnológicas, curiosidades y temas afines.

Con esta manera sui géneris de experimentar, el también autor del libro Comportamiento curioso: bostezo, risa, hipo y más allá ha tratado de develar un misterio que por milenios ha rodeado el motivo del bostezo.

Se sabe que tanto el cansancio como el aburrimiento, o incluso presenciar el bostezo de otra persona, pueden generar el impulso. Pero a ciencia cierta, ¿cuál es el origen biológico?

Chasmologeando

A pesar de que pueda parecer una palabra vinculada más al chisme que al bostezo, la chasmología es la ciencia que estudia a este último.

Tanto la ciencia en torno al fenómeno como el mismo término empezaron a manejarse en los 80, y aún hoy, casi tres décadas después, «el bostezo puede tener la dudosa distinción de ser el comportamiento humano menos comprendido», según lo califica Provine.

Hipócrates, famoso médico griego, sostenía que la función del bostezo era expulsar el aire nocivo del cuerpo, especialmente cuando se encontraba enfermo.

Dicha idea, y algunas variantes similares, permanecieron como las más acertadas hasta el siglo XIX, cuando los científicos concordaron en afirmar que la función del bostezo se limita a oxigenar la sangre, y eliminar a su vez el dióxido de carbono.

Pero Provine ha descartado del todo tal probabilidad. Pues, si fuese así, la gente bostezaría según las concentraciones de oxígeno y dióxido de carbono del aire, cosa que ya ha sido refutada por este investigador, cuando le pidió a un grupo de voluntarios respirar en distintos tipos de gases, sin obtener reacción aparente.

En cambio, de lo que sí está seguro el psicólogo es de la naturaleza contagiosa del bostezo. «Alrededor del 50 por ciento de las personas que ven a alguien bostezar, bostezan en respuesta», aseveró.

«Es tan contagioso que cualquier cosa asociada a él hace que se dispare... ver o escuchar a otra persona, o incluso leer sobre el bostezo», agregó el psicólogo. Por tales motivos, no pocos expertos se preguntan… ¿será acaso una forma primitiva de comunicación?

El virus de la empatía

El contagio del bostezo, y el fenómeno como tal, no solo se ha visto en humanos, sino también en chimpancés, perros y algunos felinos.

Son diversas las teorías que intentan explicarlo. Una sostiene que el contagio mantiene a las personas en un mismo estado, en una especie de coordinación de sus rutinas. Otra lo vincula a la capacidad de generar alerta en el grupo.

Aunque no se sabe de una definición consensuada, dichas teorías se han apoyado por la evidencia de que existe una conexión entre la empatía y el bostezo contagioso.

Un estudio realizado en Italia por investigadores de la Universidad de Pisa logró probar que existen mayores probabilidades de bostezar al ver a un familiar hacerlo que ante un amigo o desconocido.

Los expertos, según refleja el sitio 20Minutos.es, monitorearon un total de 109 individuos, de nacionalidades variadas, y registraron las características en las que  tuvieron lugar los contagios.

El resultado fue categórico. Los sujetos tardaron menos en bostezar y lo hicieron más con sus familiares que con simples conocidos y desconocidos.

Cabe resaltar que estudios previos corroboraron que los niños con autismo, quienes tienden a ser menos capaces de tener empatía que otros niños, eran menos propensos a contagiarse.

Atsushi Senju, del Birbeck College en Londres, reveló que comportamientos similares se han visto en mandriles. «Sin embargo, —subrayó— no está claro que la empatía sea la causa. Algunos creen que simplemente se trata de un reflejo natural», según publicó el periódico El Universal, de México.

Catriona Morrison, psicóloga experimental de la Universidad de Leedsse, se sumó al debate sugiriendo que se desarrolló en la época de las cavernas cuando alguien tenía que estar vigilando todo el tiempo. «El bostezo aumenta el flujo de sangre en el cerebro, así que aumenta el estado de alerta», expresó, según divulga el sitio digital PsychCentral.com.

Cabeza fría

El francés Olivier Walusinski, científico entendido en el asunto, sugiere que el bostezo bombea el líquido cefalorraquídeo que rodea el cerebro, lo que provoca cambios en la actividad neuronal.

En apoyo a esa tesis algunos investigadores aseveran que los bostezos podrían ser claves en el «reinicio» del cerebro. Cuando la persona o animal tiene sueño o se encuentra distraído, el bostezo lo hace concentrarse más.

Por su parte, Andrew Gallup, de la Universidad Estatal de Nueva York, ha creado una teoría que promete construir un camino en la resolución del misterio. Él cree que el bostezo ayuda a evitar sobrecalentamiento en el cerebro.

Al decir del experto, el movimiento de la mandíbula posibilita que la sangre fluya alrededor del cráneo, lo que disipa en cierto modo el calor en exceso. Al mismo tiempo, las cavidades de los senos paranasales se llenan de aire fresco, y sus membranas se flexionan, suministrando una suave brisa a través de las cavidades, lo que podría enfriar la cabeza, en una suerte de aire acondicionado.

Para demostrar su teoría, Gallup observó el comportamiento de un grupo de individuos. Determinó que en condiciones normales, casi el 50 por ciento de los participantes sentía la necesidad de bostezar. Sin embargo, al colocarles una compresa fría en la frente, solo el nueve por ciento lo hizo.

También los limitó de respirar por la nariz, y el resultado fue incluso más concluyente, pues eliminó completamente el impulso de los sujetos.

El científico probó también sus premisas con dos mujeres que sufrían «ataques de bostezos» recurrentes. En efecto, una de las mujeres encontró que la única manera de detener los impulsos era sumergiéndose en agua fría.

Gallup les colocó un termómetro en la boca antes y después de los ataques. La medición arrojó que los bostezos eran precedidos por un aumento ligero de la temperatura, y sucedidos por un descenso de esta, lo que llevó al investigador a pensar que dicho sistema de enfriamiento pudiera ser la base de los eventos que conducen a los bostezos.

Desde la teoría de Gallup, la función del bostezo comienza a tomar sentido. Y es que, por ejemplo, es sabido que la temperatura corporal se eleva de forma natural antes y después de dormir, por lo que el bostezo contribuiría a nivelarla.

Igualmente enfriar el cerebro también podría hacer que el individuo permanezca más alerta, avivándolo cuando se encuentra distraído. Como consecuencia de esto, el contagio persona a persona sería el mecanismo que podría ayudar a todo el grupo a concentrarse.

No obstante, las investigaciones de Gallup no han sido bien acogidas del todo por la comunidad científica. Sus críticos aseguran que no ha realizado mediciones directas de los cambios de temperatura en el cerebro humano.

Volviendo a Provine

Para el psicólogo Robert Provine, el misterio todavía es enorme. Por ejemplo, desconoce en su totalidad por qué los fetos bostezan en el útero.

En cambio se sorprende ante las similitudes del acto de bostezar con el sexo. «Las expresiones faciales implicadas son similares», afirmó.

«Al igual que el sexo, los bostezos y los estornudos implican una sensación de acumulación que termina en un agradable clímax. Una vez iniciados, llegan hasta el final; uno no quiere un bostezo interruptus», manifestó Provine.

Por tal motivo, señala la existencia de un sistema neurológico común para ambas sensaciones. Incluso —afirma— ciertos antidepresivos pueden ocasionar orgasmos a algunos pacientes durante un bostezo, lo que califica de «efecto secundario poco común».

Ciertas o no, las diversas teorías en torno al bostezo se diversifican con el paso de los años. Faltaría mucho por bostezar antes de «dar en el clavo». Por mi parte, no lo voy a negar… escribiendo estas líneas dejé escapar más de uno. ¿Y usted?

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