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Gracias, inframundo

El estudio de un cráneo hallado en una cueva marina en México podría cambiar las teorías del poblamiento americano

Autor:

Iris Oropesa Mecías

El Hades griego, el Seol judío, el infierno de los cristianos, el Xibalbá maya, o un P4 lleno a las cinco de la tarde para los cubanos… todos tienen mucho en común. Además de asustar o angustiar, pueden motivarte a buscar la contraparte positiva, ese lugar feliz que se valora mucho más cuando piensas en lo oscuro.

Humor aparte, las ideas de lo infernal en cada comunidad permiten también, el ciento por ciento de las veces, conocer rasgos de su sociedad, de sus vidas y su cosmovisión, al analizar lo que consideraban negativo, y se trata siempre de símbolos apasionantemente enigmáticos.

Hace algún tiempo esta sección trató el tema de las «puertas infernales» de Frigia, descritas por el historiador Estrabón. Ahora, el estudio de un «paso al infierno» centroamericano tiene muchísimo que aportar también a la historia de nuestro continente: se trata del cenote maya de Ixchel.

Ixchel y América

El descubrimiento reciente de los restos de una mujer de al menos 10 000 años atrás en un cenote yucateco, llamada por los investigadores Ixchel —como la deidad maya de la fertilidad—, ha removido el campo de la antropología latinoamericana al ofrecer elementos algo sorprendentes.

A diferencia de la tendencia común con los cuerpos encontrados en este tipo de formaciones, Ixchel parece haber sido puesta a morir en el cenote, en lugar de haberse introducido su cuerpo ya muerto.

«Su cráneo tiene varias heridas, lo que significa que alguien le pegó muy fuerte y le fracturó el cráneo», le contó a BBC Mundo Wolfgang Stinnesbeck, profesor del Instituto de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, y autor principal de la investigación publicada en Plos One.

Además de este extraño dato de la muerte lenta dentro del cenote, un rito peculiar entre los conocidos, se descubrió que posiblemente Ixchel sufría una infección bacteriana que le causó severas alteraciones de sus huesos del cráneo —probablemente sífilis, una enfermedad europea, en aquel entonces— y que tenía caries, dos características muy distintas a las usuales en los pobladores de estas regiones.

Tales datos sugieren que los hábitos de vida y dietas pueden haber sido más diversos de lo que se creía entre los grupos de la península. Pero no solo el deterioro de su salud revela detalles antropológicos. Su morfología ofrece detalles sobre la diversidad de grupos humanos que habitaban la región, contrario a lo que se pensaba hasta hace poco, de manera más simultánea que secuencial.

El cráneo de Ixchel resultó ser mucho más redondeado que el de otros humanos del centro de México y Norteamérica estudiados, los cuales tampoco tenían caries, sino solo desgaste dental, probablemente porque tenían dietas bajas en azúcares.

Estas características hacen suponer a los especialistas que al menos dos grupos morfológicamente distintos vivieron en esta zona de América al mismo tiempo, una hipótesis renovadora en su campo, porque abre camino para teorías diversas del poblamiento de América del Sur, que hasta ahora se había considerado unido al de América del Norte, y resultante de una oleada única de migración.

«El hallazgo refuerza la idea de que no se puede hablar de una sola oleada o de un solo tipo de individuos —explica a BBC la arqueóloga Adriana Velázquez, directora del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México—, sino que parece ser que fueron varias oleadas de personas con distintos orígenes».

A partir de aquí, un sinnúmero de posibilidades deberán ser estudiadas para rescribir la historia del poblamiento americano con mucha más variedad de la que se había supuesto, como un proceso más complejo.

Hasta el momento, el propio equipo que estudió a Ixchell ha arriesgado las ideas de que los primeros migrantes hayan llegado antes de la historia estudiada, o que un grupo de colonos se haya asentado, con sus estilos de vida peculiares y simultáneamente a los grupos conocidos, en esta área.

En cualquier caso, lo cierto es que el cenote donde murió agonizantemente Ixchel sí resultó ser una puerta, pero más bien a secretos e historias desconocidos hasta hoy.

Xibalbás americanos

Tras estos descubrimientos, hay una fuente «de oro» más sutil que enamora cada vez más a los americanistas: los cenotes. La palabra cenote proviene del maya dzonot, que quiere decir caverna con agua, y eso son precisamente, formaciones subacuáticas abundantes en la península de Yucatán que han demostrado tener muchos secretos para revelar a los estudiosos, al reunir en sí elementos de religión, geología y arqueología.

Desde tiempos ancestrales, han sido de gran importancia para la cultura maya, ya que representaban portales hacia el inframundo, mejor conocido como Xibalbá, un mítico lugar, donde supuestamente moraban los dioses, los antepasados y otros seres sobrenaturales. De ahí que lógicamente fueran utilizados para rituales y ceremonias, donde se arrojaban tributos a los seres supuestamente supremos, sin escatimar en oro y piedras preciosas, pero también, incluyendo los cadáveres de seres queridos.

En la actualidad, los cenotes guardan su riqueza cultural y su belleza natural, que los convierte en destinos turísticos obligados, pero también están siendo cada vez mejor valorados como sitios de gran potencial científico, por resguardar, en aguas de temperatura estable, no solo piezas de cerámica y joyería maya de incalculable valor, sino también restos humanos que mucho cuentan sobre las bases genéticas y las costumbres funerarias de nuestros antepasados.

Eso sí, sus enigmas los muestran solo a los que realmente estén dispuestos a esforzarse, porque para adentrarse en ellos, hay que combinar habilidades académicas con las del buceo profesional. Ese riesgo es el factor que también ha demorado los resultados investigativos de los cientos de cenotes del área, y que ahora comienzan, felizmente, a llegar.

Jerónimo Avilés Olguín, director general en el Instituto de la Prehistoria de América, investigador del Museo del Desierto y espeleólogo subacuático mexicano diplomado en arqueología subacuática y arqueología forense, coautor del reciente estudio del área, ha explicado a la prensa el trabajo de su equipo con los restos humanos en los cenotes yucatecos, y entiende a la perfección que los americanistas del área tendrán que asumir las nuevas habilidades con obligatoriedad, porque el potencial del sitio es más que evidente.

«En México, Norteamérica y Sudamérica —declara Avilés— se han encontrado diversos esqueletos, como el más antiguo de Quintana Roo de 13 600 años de antigüedad (Eva de Naharon). Distribuidos en el país están otros, no tan antiguos, de alrededor de 9 000 años, como el de Balderas, el del Peñón, el de Tepexpan. Ellos habían ingresado a las cuevas miles de metros y luego con el incremento del agua al final del pleistoceno y holoceno temprano, entre 8 000 años y 15 000 años, al inundarse se protegieron a estos individuos de ser removidos por otros grupos humanos, o animales carroñeros, es un ambiente estable, el agua por ejemplo siempre está a 25 grados todo el año».

Este tipo de características, más que infernales, son celestiales para la conservación de evidencia que puede seguir diciendo mucho sobre cómo llegamos a aquí, y quiénes fueron nuestros padres americanos. Los cenotes, a fin de cuentas, han sido inframundos demasiado amables para nosotros.

Los cenotes son muy conocidos como sitios turísticos, pero para los mayas eran lugares funerarios y rituales, y guardan muchos secretos por estudiar.

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