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Amor en pantalla grande

Con la novela Cuando crezcas estaré en los columpios, Yoandry Martínez Rodríguez obtuvo recientemente el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2020. El Tintero adelanta un fragmento a sus lectores.

 

Autor:

Yoandry Martínez Rodríguez

Yo nunca he ido a un cine, eso es para las grandes ciudades y como vivo en un lugar pequeño, tan pequeño que parece una cabeza de fósforos, dudo de que a alguien se le ocurra construir uno aquí. El día que llueve fuerte, el fango nos llega hasta la garganta y si por casualidad el aguacero dura par de horas, hasta los renacuajos más pequeños hacen un concierto en las lagunas que se forman en las calles; y aunque hubiera uno, estoy segura de que mi mamá no me dejaría ir.

 «Eso es para niñas tontas».

 Ahí buscaría por toda el aula, el barrio y hasta en la mismísima galaxia, cuál de mis amigas me ha metido esas guanajerías en la cabeza. Pues no fueron ninguna de ellas. Fue Feo, le pidió prestada la bicicleta a Cuco y como el cine queda a pocos kilómetros, él va a ir pedaleando conmigo en la parrilla, así el viento esté en contra, y cuando digo en contra lo digo en todos los sentidos:

 Soplando en la dirección inversa.

 En contra de que vayamos al cine.

 Veamos la película.

 Y hasta en contra de nuestro amor.

 Lo del viento no es mucho problema, como soy peso pluma, solo debo agarrarme bien para no salir volando como un papalote.

 El viaje fue rápido, a la velocidad de un rayo salimos disparados por el terraplén. A la bicicleta se le cayó la cadena tres veces, se le jorobó una llanta y al final llegamos ponchados y con el timón partido en cuatro pedazos. Si Cuco se entera, seguro que nos mata.

 Yo nunca he visto un cine por dentro, bueno, ni por fuera tampoco y la película debería estar buenísima, la cola llegaba hasta la esquina. Aquello parecía no avanzar y daba la impresión de que llevábamos horas esperando, hasta que, al fin, la taquilla… íbamos a sacar las entradas…

 «La película es para mayores de dieciséis».

 Mal rayo me parta, a mí no, a ellos que no me dejan entrar.

 «Contiene desnudos ligeros».

 ¡Desnudos ligeros! En mi vida he visto desnudo ni a un gato. Ojalá se vaya la luz.

 Feo se las ingenió, pasamos como dos sombras casi invisibles y nos colamos por una puerta entreabierta del lateral. Después de varios kilómetros en la parrilla de una bicicleta a la cual no se le escapaba un bache, no me iba a perder la película.

 Me impresionó lo grande y oscuro del interior, lo inmenso de la pantalla y cuando más deslumbrada estaba… el desnudo… Si a eso le llaman ligero. Yo creo que Feo jamás había visto a una mujer sin ropa, porque se quedó como un bobo, lo pellizqué cuatro veces para que reaccionara. A mí jamás me habían traído a un lugar tan maravilloso, si existiera el momento oportuno para enamorarse sería este, con todas las luces apagadas y sin miradas de viejas chismosas; aquí nadie iría con el cuento a mi mamá.

 En la pantalla, los protagonistas se aproximaron. (Feo y yo nos acurrucamos más). Se dijeron palabras hermosas mientras se acercaban sus labios. (Feo también me susurró al oído). La pareja se iba a besar frente a nosotros y nosotros también nos íbamos a besar frente a ellos. Una especie de complicidad y misterio que solo se logra en el cine. Nuestros ojos brillaban en la oscuridad, ahora sí parecíamos gatos. Sentí una sensación rara en el estómago, como si miles de libélulas revolotearan en él. Su aliento muy pegadito a mí me hizo suspirar. Cerré fuerte los ojos y esperé el beso que lo cambiaría todo. Desde ese instante las cosas serían diferentes. No sé por qué, pero los besos que más se añoran duran una eternidad en pasar. Si hubiese sido yo la de la iniciativa lo hubiera besado en fracciones de segundos, pero él era el protagonista de esta película y no podía robarle su papel. Sus labios demoraron siglos rozar los míos. No me atreví a abrir los ojos para no romper el hechizo. (La próxima vez tiene que ser más rápido). Sentí su aliento muy cerca, e imaginé nuestros universos uniéndose por primera vez…

 Una luz casi me encegueció detrás de mis párpados cerrados. Creí que una nave extraterrestre me estaba abduciendo hacia el espacio. Abrí lentamente los ojos, deseando que fuera el brillo de la pantalla, con sus enamorados y el desnudo ligero. Para mi sorpresa el resplandor se hizo más intenso, no eran extraterrestres, ni platillos voladores… la luz de una linterna me inundó las pupilas. Nos habían descubierto. Y sin darnos tiempo ni siquiera a escondernos, nos sacaron del cine por culpa del maldito desnudo ligero y tuvimos que regresar, sin terminar de ver la película, sin el beso y con la bicicleta rota.

Yoandry Martínez Rodríguez (Pedro Betancourt, Matanzas 1983). Licenciado en Estudios Socioculturales. Ha publicado los libros para niños y jóvenes Ronda de tres (Ediciones Aldabón, 2011), ¿Quién esconde al Güije? (Ediciones Matanzas, 2016) y ¿Dónde está papá? (Ediciones Ácana, 2019), Premio Emilio Ballagas.

 

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