Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un fotógrafo norteamericano en La Habana

Autor:

Ciro Bianchi Ross

La foto es patética. Muestra a una niña que trata de ver la esperanza a través de los barrotes de una ventana. En otra, una familia campesina pasea su miseria por una calle del Vedado reeditando una imagen de la reconcentración colonial en plena Cuba republicana. Otra más, y se ve a un nutrido grupo de «canillitas» a la puerta de una imprenta, que se empeña en alcanzar los periódicos que enseguida saldrán a vocear por las calles.

Hay fotos de hombres que duermen o piden limosnas en plena calle; gente que se agolpa ante un establecimiento gratuito de raciones de comida; imágenes captadas en un barrio de indigentes, tanto fuera como en el interior de las casuchas, con su inevitable cama de hierro y la sobrecama primorosamente bien puesta a pesar de la pobreza.

Bellas señoritas, vendedores de frutas con sus carretillas, la actividad febril en el patio de un mercado… Un pie de foto llama la atención por la ironía que encierra. La imagen muestra una vivienda humildísima, de yaguas; no se ve un alma, pero se sabe que hay gente por la ropa en la tendedera. Una precaria cerquita de madera enmarca el portal de tierra bien barrida y delimita el predio. Dice el pie: «Porche con ropa tendida».

Huella reconocible y profunda

¿Quién es el autor de esas fotos que en su realismo develan lo extraordinario de lo ordinario y que redescubrió y redefinió en su momento una Habana más cotidiana? Son fotos de una cruda sobriedad compositiva que, dice la crítica, asombra y atrapa, y que revela la fuerza y la contundencia de la mirada del artista. Un fotógrafo que cuanto más se esconde detrás de la cámara y cuanto más pretende desaparecer como autor, precisan especialistas, más presente, profunda, reconocible y personal es su huella.

El fotógrafo norteamericano Walker Evans tenía 30 años de edad en aquella primavera de 1933 cuando vino a La Habana por tres semanas a fin de tomar las imágenes que ilustrarían el libro The Crime of Cuba, del periodista y escritor, también norteamericano, Carleton Beals. Un reportaje sobre la convulsa situación política cubana ya en los días finales de la tiranía de Gerardo Machado.

Una etapa en la que el movimiento revolucionario y oposicionista cobraba su máxima expresión y el hambre, el terrorismo y la represión policial alcanzaban ribetes dantescos. Eran días en los que un campesino devengaba 20 centavos por 12 horas de trabajo, y el deprimido precio del azúcar en el mercado internacional obligaba a la suspensión de pagos de las deudas, interna y externa, y, para los más pobres, imponía un menú de harina con boniato mañana y tarde.

La venida a Cuba para trabajar con Beals fue una buena oportunidad para Evans, que, radicado en Nueva York, no conseguía subsistir con su trabajo como fotógrafo. Quizá por eso, los editores que lo contrataron quisieron imponerle condiciones, ponerle normas a su trabajo, decirle cómo hacer y no hacer las cosas.

Evans no oyó consejos ni escuchó recomendaciones. Él, que sabía muy bien lo que quería, no demoró en responder que acometería el trabajo a su modo y que luego, los editores, escogieran lo que les pareciera apropiado. Tomó unas cuatrocientas fotografías que terminó revelando en La Habana. Anotaría en su diario: «Cuando uno se mantiene perplejo se percata más de las cosas como en una borrachera. Me mantuve borracho de aquella ciudad nueva durante días».

Las imágenes de La Habana representan una fase muy importante en la maduración de Evans como artista, forjarían el estilo que alimentó la fotografía americana documental. Si Ernest Hemingway, con quien Evans coincidió en La Habana, marchó a España para aprender a escribir, «fue en las calles de La Habana donde Evans logró encajar su  estilo y la materia para encontrar su propio camino como fotógrafo.

La Habana fue la España de Evans… fue también su París», escribió Judith Keller en el catálogo que presentó las  46 fotos de Evans que quedaron en manos del autor de Tener y no tener, y que muchos años después de la muerte del escritor aparecieron en un trastero del bar Sloppy Joe, de Cayo Hueso, donde fueron a parar luego de la separación de Hemingway y Paulina, su segunda esposa.

Puestas a la venta en noviembre de 2017, se pensaba obtener por ellas la bonita suma de 850 000 dólares. Pertenecían en ese momento a Benjamín Bruce, hijo de un empleado y amigo del narrador de El viejo y el mar. Ya veremos más adelante cómo esas fotos quedaron en poder de Hemingway.

Dos eran dos

Walker Evans nació en 1903 en San Luis, Misuri, en el seno de una familia de clase media. Quiso ser escritor y esa decisión lo llevó a vivir en París, donde hizo estudios inconclusos en La Sorbona. En 1928 vivía en Nueva York cuando se interesó por la fotografía a la que vio vasos comunicantes con la poesía. Usó una cámara 6x12 que sustituyó por otra 15x20, con la que recorrió buena parte de Estados Unidos. Tres fotos suyas del puente de Brooklyn fueron incluidas por Hart Crane en su poemario El puente. Y realizó por encargo una colección de fotos de casas victorianas de Boston, mientras trabajaba como oficinista en Wall Street.

Trabajó para agencias del Gobierno norteamericano que buscaban dar amparo a los sin casa y la revista Fortune lo contrató para un ensayo sobre familias de aparceros blancos en Alabana, que vivían en extrema miseria, y que la revista se negó a publicar. En 1938 expuso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En 1945 integró como redactor el equipo de Times y luego fue editor de Fortune, y ejerció como profesor de fotografía en la Universidad de Yale. Llegó a utilizar la cámara Polaroid. Falleció en 1975 a consecuencia de una hemorragia cerebral.

Carleton Beals (1893-1979), sobre quien el escribidor no se extenderá por razones de espacio, fue amigo de Diego Rivera y Frida Khalo, de Víctor Raúl Haya de la Torre y Julio Antonio Mella. Se le consideró en su momento un disidente solitario. El escritor mexicano Carlos Fuentes dijo: «Nosotros los latinoamericanos le debemos mucho a Beals», pero hoy esa deuda es muy desconocida.

Un préstamo de 25 dólares

Como ya se dijo, Walker Evans y Ernest Hemingway coincidieron en La Habana. Se dice que el escritor y el fotógrafo, que se conocieron de casualidad, se encerraron en el bar de la azotea del hotel Ambos Mundos a beber ron de manera desmedida. «Son los diez días que estremecieron a Bacardí», decía el narrador cubano Guillermo Cabrera Infante. Cierta o no la anécdota, ambos personajes simpatizaron.

En ese tiempo, Hemingway llevaba un mes en La Habana, a donde había llegado en el Anita, un yate prestado —no había adquirido aún su yate Pilar— para pescar agujas en la corriente del Golfo, trabajar en la corrección de algunos manuscritos y avanzar en la escritura de su novela Tener o no tener para la que le servían de fondo muchas de las imágenes de Evans que reflejaban la inquietud política que se hace sentir en la narración.

El escritor prestó al fotógrafo 25 dólares para que pudiera alargar por una semana su estancia en Cuba. Y Evans entregó a Hemingway aquellas 46 fotos para que las sacara en su yate. No existe evidencia de que Evans sufriera en Cuba amenazas políticas ni acoso policial, pero en algún momento sintió la necesidad de poner a buen resguardo algunas de sus fotos.

Sin embargo, no hay, en la colección ninguna que lo comprometiera políticamente, salvo aquella que muestra el cuerpo a cuerpo entre un policía y el estudiante Rafael Trejo el 30 de septiembre de 1930, y que no es de su autoría, y el retrato del comandante Arsenio Ortiz, un asesino al que apodaban El chacal de Oriente, foto que tampoco es suya, pues Evans gustaba de copiar e incorporar a su colección fotos ajenas que aparecían en los periódicos sin el debido crédito.

El escritor y el fotógrafo jamás volvieron a verse. Diría Hemingway: «Los dos trabajamos contra Machado… Evans era un chaval agradable que hacía fotografías hermosas. En mí existía una atracción instintiva hacia él, y él lo sabía. Pero me mantenía receloso. Era muy reservado… era alguien difícil a quien acercarse. Pero en cierto modo lo hice. Yo le consideraba un gran artista y a él le encantaba ese reconocimiento. Era un hombre muy inteligente, muy sensible. Pero decidí instintivamente mantener una distancia, y no continuar mi amistad con él».

Desconoce el escribidor si Walker Evans devolvió a Hemingway aquellos 25 dólares que le prestó en La Habana.

 

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