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Vida y poesía en Raúl Ferrer

Una rápida mirada a su biografía permite comprobar que vida y poesía fueron vasos comunicantes indisolubles, como integradores de un mismo haz de luz

Autor:

Fernando Rodríguez Sosa

Si la poesía no sirve para la vida, ¿para qué sirve entonces? Releo estas palabras, pronunciadas en cierta ocasión por Raúl Ferrer (Yaguajay, 1915-La Habana, 1993), ahora que se celebra el centenario de su natalicio. Porque, en realidad, en la esencia misma de esa reflexión, es posible descubrir la brújula que orientó, a lo largo de casi ocho décadas, la fecunda existencia de este hombre.

Una rápida mirada a su biografía permite comprobar que vida y poesía fueron vasos comunicantes indisolubles, como integradores de un mismo haz de luz. La poesía fue ese vehículo imprescindible que le sirvió, en sus años de maestro rural en el Central Narcisa, en el centro de la geografía insular, para, como si jugara con las letras y los números, llevar a sus alumnos las lecciones que los convertirían en mujeres y hombres útiles.

Ilustra ese interés el soneto Martí, fechado en 1953, en el mismo año del centenario del natalicio del Apóstol:

Tiene que haber, con su dolor entero,

un corazón de rosa navegante...

Y ha de vivir allí, para que cante

el ufano milagro del jilguero.

Para marcar tus rutas, un lucero.

Para cargar tus libros, un gigante.

Y para que el amor siga adelante,

la sonrisa de luz de un tabaquero!...

Allí el pasado ardiendo en una hoguera.

La paloma y la estrella. Y la bandera,

florecida con todos los cariños...

Allí, para hacer tuyo el monumento,

dulce el futuro, con la miel de un cuento

de los que diste al mundo de los niños!...

La poesía, asimismo, acompañó a Raúl Ferrer durante sus empeños a favor de crear una sociedad más justa. Sus versos estuvieron, antes de 1959, en los días de sus luchas sindicales y de su enfrentamiento a la dictadura batistiana y, luego del enero victorioso, en sus afanes en la Campaña Nacional de Alfabetización y en diversas acciones relacionadas con la educación cubana.

Alfabetización, de 1961, es uno de esos poemas que, indudablemente, se inscribe en esa última etapa creativa del autor:

Voy a aprender a escribir,

guajirita desdeñosa,

para ponerte una cosa

que me da pena decir.

Qué doloroso es sentir

que llevo dentro un jilguero

cantándome: —Compañero,

toma lápiz y papel

y escribe: «Guajira cruel,

si no me quieres me muero».

Como testimonios de vida, también a través de los versos, aparecen esos poemas de amor escritos por Raúl Ferrer.

Amor es uno de esos textos que, quiero imaginar, dedicó a Raquel, su compañera de siempre:

Me gusta saludarte

con la misma

mano con que te toco y te recuerdo,

Me gusta hablar contigo

con la misma

boca con que frenético te muerdo.

Y me gusta mirarte

con los mismos

ojos en donde vienes a perderte.

Y me gusta ir contigo,

con las mismas

piernas con que camino hacia la muerte!

En sus cuadernos de versos publicados, como otros también han advertido, es fácil comprobar esa relación vida-poesía. Viajero sin retorno (1978), con sus textos para adultos, es —como escribió la poeta y narradora Excilia Saldaña— obra de un «caminante eterno entre los pueblos de la vida del hombre, lleno el corazón de la geografía humana».

Para otro poeta y narrador, Félix Pita Rodríguez, El retorno del maestro (1990) «es como la hermosa crónica de momentos centelleantes de la vida de este poeta. Lo que él evoca, o reconstruye, con admirables versos, es, fundamentalmente, la etapa extraordinaria, deslumbrante, en la que puso su gran talento en el aula de su escuela en el Central Narcisa».

No deja de sorprender la lectura de los versos de Raúl Ferrer. Tal acto, a un siglo de su natalicio, es confirmación plena de su entrega y compromiso con el magisterio y con ese mejoramiento humano que reclamaba el Apóstol. Más, igualmente, convicción absoluta de esa certeza que marcó el rumbo de su existencia: la poesía, a no dudarlo, sirve para la vida.

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