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La rapidez de un cirujano y sus consecuencias

Mientras se desconocieron los anestésicos, las operaciones quirúrgicas eran una carrera de velocidad, lo que entrañaba, en no pocas ocasiones, riesgos inesperados

Autor:

Julio César Hernández Perera

En tiempos modernos es frecuente hablar de cirugías poco invasivas, que causan menos dolor y heridas más pequeñas. Estas suelen ser exitosas y duran menos tiempo, algo que prefieren muchos pacientes y médicos.

Hoy puede pensarse en la posibilidad de hacer más breves y exitosos los caminos de una operación gracias a los avances tecnológicos y de la ciencia como la Farmacología, la Anestesiología, la Reanimación y la Cirugía. Pero a diferencia de lo que muchos creen, la velocidad no es una prerrogativa del presente.

Buscar en la historia permite saber que la rapidez constituía una importante cualidad del cirujano. En tal sentido, algunos desarrollaron extraordinarias destrezas.

Ciertos tiempos pretéritos pueden ser catalogados como escabrosos y crueles, sobre todo cuando aún se desconocían los antibióticos y la anestesia. La cirugía era entonces una carrera de velocidad contra la muerte y los cirujanos no podían acceder y tratar eficazmente algunas partes claves del cuerpo humano como pulmones, cerebro e hígado.

A esa temporada pertenece la figura de Robert Liston, un cirujano escocés, apreciado por muchos como un inquieto hombre de ciencias, quien siempre se sentía desafiado por el reto de aliviar a un enfermo.

El cuchillo más rápido de Londres

Graduado en la Universidad de Edimburgo, a Liston se le recuerda como hombre poco conversador y torpe para escribir. Su talla, sin embargo —medía poco menos de 1,90 metros—, unida a su corpulencia física y a su voz ruda, inspiraban especial respeto entre sus discípulos.

Este personaje había desarrollado una destreza y rapidez muy distintivas como cirujano. Sus técnicas de cortar extremidades eran muy difíciles de reproducir o imitar, por lo que ocasionaban envidia en otros colegas médicos. Varias reseñas cuentan que Liston se valía de los dientes para sujetar instrumentos durante una intervención quirúrgica, y que solo requería de escasos minutos para realizar amputaciones (generalmente menos de tres minutos).

Por eso muchos pacientes lo buscaban para ejecutar tales maniobras. La rapidez era esencial en aras de minimizar el dolor y las complicaciones, como las temidas infecciones y las hemorragias. Esto lo sabían bien los pacientes de Liston, quienes preferían dejar pasar los días antes de acudir a otros médicos.

Los cirujanos que trabajaban más lentamente veían en ocasiones cómo sus pacientes, a punto de ser operados a «sangre fría», se libraban de los amarres y escapaban de la sala de operaciones: el dolor y el pánico llevaban a cometer estos actos.

La prisa, sin embargo, también hizo a Liston vivir amargas experiencias de las que nunca pudo escapar a pesar del paso de los años. Una de esas fue la de tener el récord de haber practicado cierta cirugía con una increíble estadística: ¡un 300 por ciento de mortalidad!

Se cuenta que en cierta ocasión se congregaron —como era costumbre— un grupo de alumnos, médicos y espectadores, con el fin de no perder de vista al maestro durante una amputación de pie a un paciente consciente.

Antes de comenzar la operación Liston miró hacia arriba y gritó a sus estudiantes, con relojes de bolsillo y asomados por entre balaustres de la galería, que le tomaran el tiempo de la operación. Sujetó un cuchillo diseñado por él, de hoja larga y cuidadosamente afilada, y ejecutó la amputación a altísima velocidad.

Durante el frenético acto, que duró unos dos minutos, el célebre cirujano seccionó accidentalmente dos dedos a uno de sus asistentes, y cortó el abrigo de cuero de un espectador por una zona muy cercana a los genitales, lo que ocasionó que se desmayara en el acto.

De aquel episodio resultaron tres víctimas mortales: el asistente y el paciente (por culpa de una infección, propio de la era preantibiótica), y el espectador, quien posiblemente sufrió un infarto por causa del pánico.

La primera anestesia

A Robert Liston se le conoció, además, por otros aportes. Uno de estos, del que pocas veces se habla, tiene que ver con el desarrollo de cirugías plásticas o reconstructivas en la cara. El otro con haber introducido en la práctica médica europea el éter como anestésico. Este hecho tuvo lugar el 21 de diciembre de 1846.

Liston entró en la sala de operaciones y anunció el uso del éter que había sido empleado en Estados Unidos el 16 de octubre de ese mismo año por John Collins Warren y William Morton. La operación era practicada a un paciente llamado Frederick Churchill, a quien se le tenía programado amputar una pierna, acción que duró solo 25 segundos.

Al despertar, el paciente preguntó al doctor cuándo iba a comenzar la operación. Con este proceder Liston contribuyó al progreso de la cirugía y al paso a una nueva era, en la que el dolor y la necesidad de la premura dejaban de ser lo más importante, para más bien apostar por el éxito en una intervención quirúrgica.

Liston nunca sabría cuán importante sería el aporte que hacía con ese estilo rápido: un año después de la operación antes mencionada murió a los 53 años de edad, el 7 de diciembre de 1847, como consecuencia de la ruptura de un aneurisma aórtico.

Mucho ha tenido que llover entre aquellos pasajes cruentos, casi circenses, y los tiempos actuales en que, hablando de cuestiones quirúrgicas, la tendencia es provocar menos dolor, y evitar heridas y todo sufrimiento posible al paciente.

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