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La reina del tablero y de la TV

Gambito de dama constituye una serie de superación personal, inspiradora, aunque el centro de la historia sea una antiheroína de manual

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Que haya «levantado» nuevos apasionados del deporte-ciencia es más que suficiente para aplaudir Gambito de dama, la propuesta del Canal Educativo (viernes, 10:30 p.m.) para su espacio Grandes Series. Tengo la sensación de que el dramatizado que se inspiró en la novela homónima de Walter Tevis, ha logrado despertar las ansias de «combate» de la fanaticada e incluso de los que jamás se habían acercado a un tablero, como tanto ocurría en aquellos tiempos de campeonatos mundiales que llamaban a numerosos curiosos para saber quién saldría con la corona entre Anatoly Karpov y Gary Kasparov: rivalidad legendaria que los llevó a enfrentarse cinco veces por el título del orbe, entre 1984 y 1990.

Concuerdo plenamente con los beneficios que asegura el ajedrez y que enumera Google: eleva el cociente intelectual y la creatividad, potencia la memoria y ayuda a prevenir el Alzheimer, facilita la concentración..., pero yo tuve que abandonarlo cuando me percaté de que jamás lograría reunir paciencia para esperar por la reacción de mi oponente. Parece, incluso, que no permanecí lo suficiente en el área especial, porque nunca llegué a recibir la clase en que se explicaba esa famosa apertura empleada para «abrirle espacio a la pieza más importante, la reina, y ganar con ella el centro del tablero», según explican los expertos.

Sin embargo, no les hizo falta ser entendidos en la materia a quienes contribuyeron a que Queen’s Gambit (título original) sumara 62 millones de reproducciones en los primeros 28 días de exhibición y terminara punteando en la lista de las series más vistas de Netflix, porque, a pesar de que acudieron al mismísimo Kasparov en busca de asesoría, sus creadores: Scott Frank, Scott Allan y Allan Scott, utilizaron el poco explotado universo de este juego de estrategia, sobre todo, para convertirlo en la tabla de salvación de su protagonista, a quien, irónicamente, no le cuadraba mucho el tema de los empates en las lides.

Si bien Scott Frank, el muy capaz director de estos siete capítulos, de vez en vez nos muestra los detalles de dos o tres partidas en las que participa Elizabeth Harmon, su personaje estrella, ciertamente no pretende enterarnos de táctica alguna. Aquí sabremos más de las partidas por la manera como los rivales se miran, por la exquisitez con que se fotografía el movimiento de un peón o de un caballo, o por la tensión que nos dejan las manecillas del reloj.

El realizador de Godless (2017) no nos «acorrala» mostrando los pormenores de las jugadas con las que su Beth doblegaba a sus contrincantes en los diferentes torneos (quiere decir, que da lo mismo si lo de ella es la pelota vasca o el tiro con arco). En verdad Scott Frank nos asesta el jaque mate con el modo de hacer evolucionar a dicho personaje desde que nos lo presenta como una niña, devenida genio, cuya infancia transcurre, casi completa, entre las paredes de un orfanato, a donde va a parar tras quedar huérfana. Con evidentes habilidades matemáticas, la pequeña (promete la expresiva Isla Johnston) pronto hará del sótano su mejor refugio a partir de que descubra a Shaibel (Bill Camp), el conserje que no solo le enseñará las reglas de un juego que la deslumbra y le contagiará su gran pasión, sino que le hará saborear el elixir de la victoria.

La atractiva trama de Gambito de dama se desarrolla en los años 50 y 60, del siglo XX, y la magnífica dirección de arte le rinde honores a esa época: el vestuario, el maquillaje, los decorados, las locaciones, la ambientación... nos trasladan con fidelidad a un período en que la mujer seguía limitada en las más diversas esferas. En ese contexto, a Beth le tocará abrirse paso en un mundo dominado por hombres. Pero, sobre todo, lidiar con sus demonios: vivirá presa de un pasado marcado por la muerte trágica de su progenitora, quien con insistencia se encargó de separarla también de su padre; sentirá que su intelecto solo brilla con fuerza cuando aparecen las drogas, y aprenderá enseguida con su madre adoptiva, Alma Wheatley (Marielle Heller), que el alcohol puede ser un calmante efectivo para las crisis emocionales.

Gambito de dama constituye una serie de superación personal, inspiradora, aunque el centro de la historia sea una antiheroína de manual. Beth resulta uno de esos personajes que consiguen alcanzar sus sueños: batirse con los Grandes Maestros rusos, en la mismísima Unión Soviética, en plena Guerra Fría. Ella es un genio y, como toca, un desastre total. Representa uno de esos roles llenos de matices y dobleces, que crecen capítulo a capítulo, y que una actriz reza para que le caiga entre manos aunque sea una vez en la vida. Y Anya Taylor-Joy no perdió la oportunidad de lucirse, de hacer de este papel una obra de arte, de ganarse con él, con 24 años, un merecido Globo de Oro.

Aperturas. De ese modo se nombra el primer episodio: alguien toca una puerta. Todo en la pantalla es oscuro. «Mademoiselle», llama un hombre con cierto desespero. «Mademoiselle», repite una y otra vez. Entonces la luz solo alcanza para iluminar unas manos que impulsan un cuerpo de mujer empapado en agua. «¡Ya voy! ¡Cielos!», exclama. Sus pies golpean unas cuantas botellas que suenan a vacío antes de que logren conducirla hasta la puerta. «Enseguida estaré lista». Con los zapatos en la mano, la pelirroja coge un elevador, atraviesa con prisa un bar, un salón, una puerta que la separan de los flashes y los curiosos... Por fin está frente a Vasily Borgov (Marcin Dorocinski). Le tiende la mano, se disculpa y ambos se sientan. Estamos en París, 1967. Ahora solo se escucha el tictac del reloj, o de su corazón, no se sabe bien. Y es cuando la cámara se fija primero en ella, luego en él, hasta buscarla nuevamente y quedar embelesada, única y exclusivamente, en sus ojazos, que son expresividad pura. Es ese el instante, transcurridos apenas los primeros tres minutos de metraje, en que comprendemos que apareció la reina y que estamos completamente perdidos. 

 ¿Continuará?

 

Concebida como una miniserie, a los fans de Gambito de dama les bastó escuchar a Anya Taylor-Joy, para llenarse de esperanzas. «Si algo he aprendido de esta industria es que nunca digas nunca. Adoro el personaje y volvería si me lo pidieran», expresó la joven, y de inmediato iniciaron los rumores. Después de todo, así nació Big Little Lies y ya va por dos temporadas. Sin embargo, sus realizadores sienten que no tiene sentido echar a perder su joyita... Hasta ahora... 

Gambito de dama

Se plantea que fue en 1491 la primera ocasión en que se mencionó la frase gambito de dama, que suele ser empleada más por los jugadores aficionados que por los profesionales. Su fama se debe, en buena medida, a uno de los grandes choques de la historia, entre Capablanca y Alekhine, en 1927. En esa lid, de las 34 partidas disputadas, 32 tuvieron esa apertura. En la serie es una de las que el entrenador le enseñó en los inicios a Beth Harmon.

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