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Mal de amores

Las entregas de la colega Aloyma Ravelo resultan un suceso en la Feria Internacional del Libro. Este año presenta Puertas al corazón. Para educar la sexualidad de los hijos y las hijas y La salud de la mujer. Sexo Sentido ofrece un fragmento del primero

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila
Lo más importante no es saberlo todo, sino de todo saber lo importante.
Del refranero popular

No pocos padres y madres se quejan de que su hija o hijo es capaz de contarle a otros su problema, pero no confía en ellos, que son las personas que más lo aman en este mundo. Cierto que es así. Pero entre padre, madre e hijo a veces funciona el exceso de distancia, la incomunicación o falta de confianza al pensar que su conflicto no será entendido tal cual es y, por tanto, no recibirá ayuda efectiva.

Una de las grandes tragedias de los adolescentes es amar sin ser correspondido. No pocos adultos se remiten a tal sufrimiento como algo trivial o tonto. Sin embargo, muchas veces esto no resulta baladí. El correo electrónico de Cecilia, de Santiago de Cuba, es un botón de muestra de lo mucho que puede significar un fracaso amoroso en la adolescencia:

«Le escribo porque necesito que me aconseje; el domingo terminamos mi novio y yo. Llevábamos ya un año y cuatro días y no fue precisamente por celos; fue por mi carácter, que no es muy bueno realmente y he tenido problemas por ello. Pero esta vez creo que fue en serio; él me dijo que no podía seguir así. En realidad él y yo éramos muy diferentes, demasiado, de hecho… Me equivoqué y quizá sea tarde; solo sé que todo esto me está afectando mucho, las lágrimas se me salen a cada momento, y quizá esto sea pasajero, pero presiento que me va a ser difícil arrancarlo de mí… Lo extraño todo el tiempo. Siento que me falta algo, ese pedacito de mí que me hacía sonreír, que me hacía brillar y que me hacía sentirme especial. Yo no le temía a estar sola; le temía a la idea de perderlo. Me acuesto pensando en él y me levanto de nuevo con él en mi mente. Está en mí en todo lo que hago o digo, en todo lo que pienso o imagino. Siempre supe cuánto lo quería, y por eso siempre tuve miedo de que llegara este día… Ahora no sé cómo va a ser todo de aquí en adelante; sé que soy joven, apenas tengo 17 años, y que debo seguir adelante, conquistar otros corazones, volver a enamorarme, pero no es tan fácil, y más cuando se ha querido así».

Muchísimas cartas que recibo tienen que ver con este mal de amores —una de las problemáticas adolescentes más comunes— y también con la tristeza, el desánimo momentáneo y otros malestares, pero esos estados emocionales suceden también como parte del crecer y se incorporan a la vida de todas las personas.

En algún momento, a cualquier edad, un individuo es atenazado por emociones que no son precisamente las que más desea; lo que pasa es que con la adultez vamos aprendiendo a lidiar con ellas, a resolverlas o echarlas a un lado en gran cantidad de casos.

Pero muchachas y muchachos aún no saben lidiar con tales malestares. Según investigaciones internacionales, alrededor de cuatro adolescentes de cada diez en algún momento se han sentido tan tristes que han llorado y han deseado alejarse de todo y de todos. Uno de cada cinco piensa que la vida no merece la pena vivirla y algunos llegan al intento de suicidio.

Estos frecuentes sentimientos pueden dar lugar a un estado depresivo que puede no ser evidente para los demás. El comer de manera excesiva, la somnolencia, dormir más de la cuenta o las preocupaciones en demasía sobre la apariencia física pueden ser también signos de malestar o disconformidad emocional.

Estudios recientes han demostrado que los problemas emocionales del adolescente no suelen ser reconocidos ni siquiera por sus familiares o amigos. Adolescentes y padres acostumbran quejarse cada uno de la conducta del otro. Padres y madres con frecuencia sienten que han perdido cualquier tipo de control o influencia sobre sus hijos, y cuando los ven deprimidos o durmiendo de más les piden que dejen el drama o la vagancia.

Los adolescentes, al mismo tiempo que desean que sus padres sean claros y comprensivos, se toman a mal cualquier restricción en sus libertades crecientes y en la capacidad para decidir sobre sí mismos.

Cierto es que en ocasiones los mayores pierden un poco el rumbo de lo que está sucediendo con el hijo o hija, y la situación puede alcanzar un punto en el que realmente descuidan su control, no saben dónde está, quién es o qué le está pasando… Hay que evitar por supuesto y a toda costa llegar hasta aquí.

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