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Celar no es amar

Los celos desenfrenados en la pareja llegan a terminar la relación y liquidan el amor mutuo

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Ama y haz lo que quieras, menos enloquecerte, menos sufrir innecesariamente. Walter Riso

«Yo soy celoso cuando no tengo nada más importante que hacer», confesó un joven en la peña de Sexo Sentido esta semana. «El 90 por ciento de mi tiempo lo tengo muy ocupado, me desconecto y si me celan exploto… El otro diez por ciento quiero que ella viva en función mía».

Su caso es frecuente, aunque muchas personas no se atrevan a reconocerlo con tanta desfachatez. Más que celo es un retorcido mecanismo de control, un mal hábito donde se desnudan rasgos inmaduros de la personalidad, como egoísmo, envidia, irreflexión, inseguridad, doble moral…

Los celos disparan una respuesta fisiológica ante cualquier amenaza (real o ficticia) de que alguien se interesa por una persona que consideras de tu propiedad, aunque ya no sea —o no haya sido nunca— tu pareja.

Si las sospechas son fundadas, es normal preocuparse y poner atención a otras posibles pistas. Si es una falsa alarma o un coqueteo sin trascendencia, no tiene caso hacer reclamos ridículos. Mejor girar la vista hacia los posibles espacios de crecimiento dentro de la relación y superar esos rasgos lo antes posible.

Amar a alguien implica desearle progreso y reconocimiento, no calumniarle si otra gente le admira ni molestarse porque sonríe en la calle o la ropa le queda bien. Quien tiene un proyecto de vida enriquecedor, difícilmente se pierda en esos detalles que empañan toda la imagen de la relación.

Se puede ser víctima de los celos de muchas maneras. Cuando los sientes por otra persona, ellos reducen tu autocontrol y tu capacidad para disfrutar la vida. Cuando te celan a ti te someten a violencia psicológica o física. Incluso sufres si tus seres queridos se espían entre sí y te interrogan sobre lo que cada cual hizo a sus espaldas, involucrándote en un conflicto de lealtad. Si eso es incómodo a cualquier edad, durante la infancia puede llegar a ser traumático.

Un individuo maduro se da tiempo para estudiar cualquier «amenaza» desde diversos ángulos, y si es real comunica su preocupación con respeto, sin darle más importancia de la necesaria, ni mostrar excesiva dependencia emocional, porque su dignidad va a la par de su afecto.

Hay incluso parejas que manejan el asunto con buen humor y se aprovechan del «deslumbramiento» que provoca un tercero para alimentar fantasías eróticas y fortalecer el vínculo, porque el amor se oxigena cuando la imaginación lo renueva sin traicionar la fidelidad pactada.

Un toque de intriga puede ser el punto de sal en cualquier matrimonio, la demostración de que aún hay mucho interés; pero las escenas de celos delirantes debilitan el vínculo, sobre todo si se dan en presencia de otras personas.

Exigir de mal talante lo que crees merecer es una fea manera de gritar tu poca fe, no solo en los sentimientos de tu pareja, sino también en sus valores. Aun cuando alguien le cae bien por diversas razones no significa que tú le gustes menos o te haya dejado de respetar y querer.

Tampoco es muy juicioso fabricar celos para conmover a una pareja apática. Hay maneras más civilizadas de recordarle que existes. Si necesitas conspirar es que algo anda mal en la relación y puede convertirse en un arma de doble filo.

Quemarte a fuego lento

No hay muchas diferencias en las manifestaciones del celo en las distintas culturas, regiones y épocas. Desde el Otelo medieval hasta el moderno hackeo de celulares y redes sociales, ese estado emocional siempre implica ansiedad, depresión, hostilidad y baja autoestima.

En cuanto al género, lo más común es que a los varones les preocupe mucho la infidelidad sexual, porque cuestiona la dominación viril culturalmente establecida, mientras a las mujeres nos duele más la infidelidad emocional, entendiendo como tal amantes a largo plazo y desproporcionados lazos de afecto o incondicionalidad hacia ex parejas, amistades, hijos, gente que le coquetea en tu presencia…

Hay celos muy enfermizos, que tienen su origen en traumas infantiles de abandono o exceso de apego materno. Otros afloraron como resultado de una traición dolorosa o responden a un trastorno obsesivo compulsivo.

Al principio pueden tolerarse, pero luego asfixian. El miedo a perder a la persona amada termina acelerando ese proceso. Por eso la gente segura de sí lo piensa mucho antes de aceptar a quien no lo es, pues saben que ningún amor sobrevive una desconfianza neurótica y demandante.

Una relación que exige frecuente confirmación a través de la renuncia o la vigilancia hace más lentas y angustiosas tus reacciones, al tratar de pensar primero en lo que va a decir tu pareja o cómo va a tomar tus necesidades.

Pero no se pueden curar los celos ajenos. Mientras más haces por evitarle el sufrimiento, más sobredimensionará tus actos rutinarios y te arrastrará a una depresión culpable. Los conflictos no se evitan vaciando tu vida y aislándote del mundo, porque siempre hay imprevistos que echarán por tierra ese sacrificio y su demanda de seguridad será devastadora.

Quien te cela encontrará provocaciones hasta en el forro de tu abrigo, como dice una vieja y deprimente canción. Si dejas de ser tú para complacerle, en poco tiempo lo único que compartirán será una profunda miseria espiritual… y cuando ya no seas ese ser maravilloso de quien se enamoró, es muy posible que también te culpe por haberle estafado.

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