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Morir de hombría

¿Acaso has valorado cuánto puede incidir en tu salud la presión ejercida por la construcción social de género que te impulsa a ser «hombre ante todo»? A pesar de las ventajas que te otorga, ¿no te has sentido alguna vez sobrecargado?

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Nociones preconcebidas son las cerraduras de la puerta a la sabiduría.


Merry Browne

 

¿Cuán hombre eres y cuánto estás dispuesto a arriesgar para demostrarlo? ¿Te has hecho esa pregunta en función de los esquemas sociales que establecen cómo debes actuar? ¿Acaso has valorado cuánto puede incidir en tu salud la presión ejercida por esa construcción social de género? A pesar de las ventajas que te otorgan los procesos de socialización de la hombría, ¿no te has sentido alguna vez sobrecargado?

El informe de 2019 Masculinidades y salud en la región de las Américas detalla, a partir del análisis de bibliografía, encuestas y opiniones de expertos, de qué manera el género, la etnia, la edad o la educación exacerban las inequidades y problemas de salud que experimentan determinados grupos de hombres en la región.

Los roles, normas y prácticas impuestas socialmente exigen o refuerzan su falta de cuidado hacia la propia salud física y mental («¿Quién ha visto a un hombre tantas veces en el hospital?», dicen). Esto genera una cultura del riesgo, ejercida en estilos y conductas que vulneran la vida de los hombres en distintas áreas.

Por eso se calcula un promedio de 5,8 años menos de esperanza de vida al nacer para los hombres y un mayor riesgo de morir en todas las etapas. De hecho uno de cada cinco hombres latinos muere antes de cumplir los 50 años.

Causas ¿perdidas?

Si bien las mujeres y las niñas asumimos el diferencial de riesgo que suponen los problemas asociados a la reproducción —embarazo, parto y puerperio— y la propia condición femenina representa un riesgo agravado en un   mundo de hegemonía masculina, que nos deja a merced de violencias, abuso de sustancias sicoactivas, infecciones de transmisión sexual, embarazos forzados, paternidad ausente y falta de corresponsabilidad en el hogar; esa masculinidad mal enfocada también afecta a los niños y a otros hombres —por accidentes, homicidios, transmisión del VIH/sida— y hasta a sí mismos —suicidio, accidentes, adicciones y enfermedades sicosomáticas.

Buena parte de esa vulnerabilidad se origina en contextos precarios, con una presencia minoritaria o de menor poder ligada a la etnia, la pobreza,     la dispersión geográfica, la   ruralidad o la identidad      sexual. Incluso hombres vulnerados por la discriminación o la violencia asumen prácticas de riesgo para sí mismos y contra otras personas, al ejercer parte de los privilegios que les confiere el modelo patriarcal.

Refiere el citado informe, que aunque en el mundo nacen 105 niños por cada 100 niñas, esa proporción se invierte en todos los países entre los 30 y 40 años de edad, para luego incrementarse a partir de los 80 años, con 190 mujeres por cada 100 hombres como promedio mundial.

Los hombres promedian un 18 por ciento más de años de vida perdidos por muertes prematuras que sus coetáneas. Las estadísticas les dan un ocho por ciento menos de años de vida por discapacidad, pero es porque mueren casi siempre a edades más tempranas.

Algunas causas de muerte en las Américas muestran cifras equiparadas, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), las infecciones respiratorias de las vías inferiores y la diabetes mellitus. Sin embargo, otras están muy vinculadas al ejercicio de la masculinidad y muestran una enorme diferencia, entre ellas la violencia interpersonal (en especial los homicidios, con una razón de siete hombres por mujer), los traumatismos debidos al tránsito (tres por una) y la cirrosis hepática (más del doble).

También resultan alarmantes las enfermedades isquémicas del corazón. En el Caribe en particular resalta el VIH/sida, mientras que en Canadá, Estados Unidos y México sobresalen la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, el suicidio y los cánceres de próstata, colon y recto.

Esa mortal brecha de género se alimenta de prácticas cotidianas de masculinidad, como adoptar más riesgos en el trabajo o al volante, el consumo desmedido de alcohol y drogas, las prácticas sexuales sin protección, las relaciones violentas y una gestión inadecuada de las emociones.

Cuba reporta entre las diez causas principales de muerte todas las mencionadas —excepto el sida y las demencias—, y las dos más relevantes —enfermedades del corazón y tumores malignos— suman más de dos tercios del total de fallecidos.

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