M.O.: Me enamoré profundamente de una mujer que me engañó y terminó despreciándome. Al menos así lo sentí. Aún la recuerdo con cariño por los buenos momentos que pasamos juntos, pero sé que ya no hay ninguna posibilidad de reconciliación. El problema es que ahora evito acercarme a las mujeres. Ante la más pequeña señal de desinterés, me retiro. Tengo ganas de sentirme enamorado. Sin embargo, no me animo a cambiar nada.
En ese engaño y desprecio que interpretas de la separación, debe haberse conmovido algo que llevas contigo mucho antes. Es probable que esta sensación de desinterés haya reaparecido ante el dolor de la ruptura.
Las relaciones amorosas suelen sanar muchas de nuestras heridas, pero algunas vuelven a abrirse con su ruptura. De hecho, las interpretaciones de los hechos, suelen ser proyecciones de esa película mental que es nuestra manera de interpretar al mundo, incluyendo nuestros vínculos.
Por dañino que pueda parecer, así nos defendemos. Evitamos confrontarnos con la cuota de responsabilidad en la provocación de uno u otro hecho o al proyectarnos ante lo inevitable.
Afortunadamente, ya comienzas a darte cuenta que algo de ese deseo de amar retrocede cuando ellas no se muestran interesadas. Tal vez vuelves a sentirte despreciado. En ocasiones, vale darse cuenta de que el interés y aprecio (u otros valores) son condiciones necesarias para amar. Por consecuencia, se espera a la persona que los muestre.
En otras circunstancias, podemos advertir que somos nosotros quienes interpretamos igual toda respuesta ajena y tal vez sea oportuno analizar junto a un profesional las razones por las cuáles elegimos quedarnos repitiendo la misma historia una y otra vez.
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