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Autoridad, no imposición

La autoridad no se logra con la imposición ciega y sorda, sin posibilidad de entendimiento. La arbitrariedad sin fundamento y diálogo nunca alcanzará la autoridad. Eso parece trasuntar la carta de Julio Alexis Chávez, vecino de Velásquez 305, entre Beltrán y Artola, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón.

Relata Alexis que el 25 de febrero pasado, cuando llega el inspector de la Empresa Eléctrica a su casa, él y su esposa no se encuentran. El visitante le notifica a la vecina que el reloj contador de Alexis está virado. Lo destapó sin testigo alguno, cuando la vecina fue adentro a buscar su recibo. Y le deja a Alexis el reloj casi desprendido y aguantado por los cables.

Cada mes el lector cuantifica sus gastos frente al reloj, y nunca le ha señalado nada acerca de la posición de su reloj. Y la manera en que el cliente se entera de la supuesta anomalía la considera incorrecta: el inspector se limitó a dejar sobre el reloj la citación para que se dirigiera a la Empresa Eléctrica, sin ninguna certeza de que iba a llegar a manos de Alexis.

Al llegar por la noche a su casa, y enterarse de todo, Alexis decide dejar intacto el reloj en esa posición, virado por completo. Al día siguiente se dirige a la Empresa Eléctrica y desde allí, regresa a su casa acompañado del inspector, y le muestra cómo había dejado el reloj.

El inspector entra a casa de Alexis, y comprueba los equipos que este tiene: un refrigerador funcionando y el otro roto, dos ventiladores, un televisor Daytron y un video. Nada más. Dentro de la casa, el inspector permanece en silencio, pero cuando sale, le indica: «Tienes una multa de mil pesos». Alexis le pregunta el porqué. Y le ratifica: «Sabes que tienes los mil pesos de multa, y ve a reclamarlos si quieres». Así, secamente, sin una argumentación.

Al siguiente día, Alexis va a la empresa, y le comunican que debe ir a la caja para que se pusiera de acuerdo en torno al pago de la multa. El cliente intenta enseñarles los recibos de pago consecutivos, para que razonen que el gasto se corresponde con el nivel de equipos electrodomésticos. Pero le aclaran que no. Simplemente tiene que pagarla. Eso no se discute.

«Me encuentro confundido y disgustado, afirma Alexis, porque no se me dio la oportunidad de plantear mi situación a una persona superior al inspector».

Días después, le llega otra citación de la Empresa Eléctrica. Va a la oficina de cobros, y allí le informan que la situación va para los tribunales. Con amabilidad, la administradora le insiste en que salde la deuda para que no se vea en tan penosa situación. Y ya la multa asciende a 2 639 pesos, un año de trabajo de Alexis, además de la injusticia que para él supone pagar por algo que no conoce.

«Me siento desamparado y no tengo a quién dirigirme, para que me dé una respuesta que se ajuste a la realidad. No me siento culpable de ningún delito, pues nunca he tocado el reloj para nada. Y en realidad no entiendo cómo se ha formado esta gran confusión, si desde que me mudé para allí el reloj siempre ha estado en las mismas condiciones, y ninguna persona de la empresa que visita mensualmente me ha informado nada», señala.

Y analiza: «Se impuso la arrogancia y prepotencia de un inspector que abusó de su cargo, y la pésima atención de un directivo que ni siquiera me dedicó dos minutos para tratar de escucharme. No cuento con el dinero para pagar esa multa injusta que me ponen por una supuesta ilegalidad que nadie conocía, y sin estar yo presente.

Es cierto que los clientes tienen obligaciones para con la empresa, como que también esta tiene toda la potestad de protegerse de fraudes y manipulaciones por parte de los consumidores. Pero el control y la inspección no pueden ser tajantemente ciegos. Cualquier medida o sanción, si pretende ser educativa, implica una correcta transparencia y el trato adecuado. Sobre todo, se requiere demostrar y fundamentar, para aplicar.

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