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¿Qué sucede con las prótesis?

Octavio Hidalgo Camejo (Avenida del Caribe 3, Reparto Ciudad Mar, Santiago de Cuba) es uno de los tantos ancianos que en Cuba requiere con urgencia de una prótesis dental; no solo por la masticación, sino hasta por dignidad bucal. Cuenta el septuagenario que en febrero de 2008 inició el proceso correspondiente en la clínica estomatológica Fedora Beris, de esa ciudad. Ahí el doctor José Salvador le reconoció las encías, y le indicó la operación de la superior, la cual se realizó exitosamente en el departamento maxilofacial del hospital militar Joaquín Castillo Duany. Ya recuperado de la intervención, se presentó de nuevo en la clínica Fedora Beris; y allí le dijeron que no se estaban haciendo prótesis en ese momento por no tener materiales. Continuó Octavio dando vueltas por la clínica, hasta que en noviembre le dieron un turno para diciembre. Fue entonces y le tomaron las impresiones de las encías. Le dieron un turno para el 21 de ese mismo mes, cuando le harían la prueba de dientes. Pero ese día, cuando llegó le dijeron que no podían hacerle la susodicha prueba porque el laboratorio provincial, el encargado de hacer la prótesis, no tenía gas para trabajar. Le dieron turno para el 20 de enero de 2009, y cuando fue le informaron que el laboratorio provincial no estaba trabajando por tener rota la caldera. El 26 de mayo pasado, cuando me escribiera, Octavio relataba que cada vez que llamaba a la clínica para interesarse por su prótesis, le decían que la misma no había llegado, que estaba en el laboratorio provincial. El anciano lleva un año y tres meses esperando por su prótesis; y con fino humor negro se pregunta si se la van a entregar ya cuando no esté en este mundo. Octavio quiere saber, como muchos pacientes que esperan con paciencia, si el problema de las prótesis en nuestro país radica en la carencia de materiales, o en problemas organizativos de la fabricación, en la caldera, en el gas, y en vaya a saber cuantos impedimentos. Sería saludable que pudiera responderse a Octavio, y por medio de él a muchos cubanos, cuál es el problema con las prótesis.

Preocupada por la ética. ¿La ética se perdió como el unicornio de Silvio?, pregunta Dilia Felipe Morales (Charles Morell 80, Sibanicú, Camagüey). La señora está muy preocupada con fenómenos que observa a su alrededor; considera que nunca como hoy es necesario levantar la ética no solo con palabras y promesas, sino en actos. La preocupada camagüeyana sugiere que se creen códigos de ética a todos los niveles, y todos los oficios y profesiones: para el jefe que hace promesas falsas y luego se esconde; para el chofer que no para en las paradas y le es indiferente si las personas pagan o no; para la recepcionista que te maltrata... y así para cada persona, institución y entidad, y sugiere que esos códigos de ética estén en un lugar visible. Respaldo la sugerencia de Dilia, siempre que esos códigos no queden en letra muerta y se conviertan en acción y ejemplo de cada día. Hay códigos de ética, quizá no todos los que necesitemos; pero hay que hacerlos cumplir, pues hay quien los ha firmado y ha jurado por su cumplimiento, para luego burlarse impunemente de ellos. La ética, más que el código, es una manera de vivir.

La familia que no tuvo. Juan Miguel Pérez Guzmán me escribe desde el centro penitenciario Las Canaletas, en Perico, Matanzas. Él es un recluso que cumple una sanción de 11 años de privación de libertad, y no se le ha ensombrecido el corazón. Quiere destacar la labor tan humana que desempeñan los trabajadores sociales allí: «Son muy atentos, saben escuchar, con ahínco nos ayudan todo lo posible para cambiar nuestra forma de actuar y prepararnos para nuestra reincorporación a la sociedad. Cuando te sientas a plantearles cualquier problema, te das cuenta de que estás en presencia del familiar que no tuviste en el momento oportuno, con la orientación precisa para no delinquir. Razón tiene Fidel».

Arrebatada a la muerte. Elba Valido Mesa (Lincoln 29, entre Rivera y Céspedes, Barrio Azul, Arroyo Naranjo. Ciudad de La Habana) fue salvada de una muerte segura por trombosis mesentérica, gracias a la profesionalidad y prontitud de los cirujanos del hospital Julio Trigo: doctores Cepero, Pozo y Sinuhé. Luego, un postoperatorio complicado por su avanzada edad y salud delicada, la llevó a la pulcra sala de geriatría de ese centro, «en donde reinan con dulzura el doctor Baró, la doctora Caridad y la doctora Emma. Muchas son las dificultades que con dolor se detectan en ese hospital, pero estos galenos se sobreponen a ellas y les queda amor para sus pacientes».

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