Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

A gozar y a molestar…

Siguen sucediéndose las denuncias sobre alteraciones del orden público y la tranquilidad ciudadana. Esta vez la queja la formula Reyna Portuondo, desde Edificio Marina 269, entre Humboldt y 23, a metros de la Rampa capitalina. Y la firma en nombre de los vecinos de su edificio, y de los colindantes Canteras, Hospital 5 y 6 y Carreño.

Todos esos inmuebles, ubicados en torno al área desde Infanta hasta Malecón, sufren la molestia de autos que parquean a diario desde las 12 de la noche hasta las 6:30 a.m.: música a todo volumen, tambores, canturías, escándalos, ruedas de casino… Un verdadero hacinamiento del goce.

«Resulta muy difícil dormir en las noches, asevera. Tal parece que los vecinos de esta zona, personas mayores, niños, jóvenes, trabajadores, hemos perdido ese derecho desde hace unos diez años, el tiempo en que venimos quejándonos sobre ese foco de indisciplina.

La situación se ha notificado a diversos organismos a través de cartas, y de eso está enterado el Poder Popular y otras autoridades de la zona. «Se han recibido respuestas en muy pocas ocasiones. Viene un período de calma ligera, que desaparece en pocos días».

¿Hasta cuándo habrá que soportar los impunes desafíos de los escándalos, agresiones sonoras y otras indisciplinas sociales? Hace rato que llueve sobre mojado, y no se vislumbra una solución sistémica, de país, para esas conductas perturbadoras de la tranquilidad y la paz. ¿Hasta cuándo las autoridades correspondientes lo van a permitir?

Otra vez, la dieta

Como en el primer caso, hechos denunciados aquí, por los cuales llegan respuestas institucionales hasta con medidas y castigos, vuelven a registrarse en otro sitio de la geografía nacional.

Una vez más: los laberintos de renovar las dietas médicas. La queja la envía Juan Expósito Toledo, desde Avenida 33 No. 14217, entre 142 y 144, en el municipio capitalino de Marianao.

Juan es paciente nefrótico, pues nació con un solo riñón. Se atiende en el Instituto de Nefrología, y tiene certificado de esa institución para su dieta médica. Dicho certificado lo guarda celosamente su médico de la familia en el expediente, y cada año debe renovar la dieta.

En marzo pasado se le venció la dieta. El 23 de ese mes la doctora de la familia mandó el certificado al policlínico para que lo firmaran. El policlínico lo devolvió el 2 de abril, indicando que el paciente debía ver al nefrólogo de este último centro asistencial. El 4 de abril el nefrólogo del policlínico le dio el certificado a Juan, «haciendo lo mismo que hacía el médico de la familia, viendo el certificado original de la institución hospitalaria, que está en mi expediente», subraya el paciente.

La indicación era que Juan lo llevara al médico de la familia, para que este entonces lo devolviera al policlínico y el director del mismo lo firmara. Al final, en aquel lleva y trae, Juan pudo entregar el certificado a la Oficoda el 18 de abril. Ya había perdido la dieta de ese mes.

¿Será un mal de raíz?

¿Acaso no es moneda nacional?

La arbitrariedad puede venir disfrazada de dinero, según cuenta Alberto Mesa, vecino de calle 24 No. 12, entre 7 y 9, en el Consejo Popular San Felipe, del municipio mayabequense de Quivicán.

Refiere el lector que el 16 de mayo pasado, a las 8 y 41 de la mañana, intentó cambiar 75 CUP por tres CUC en la Cadeca 0217, Sucursal Bejucal. Y para ello llevó 75 monedas de a peso, popularmente conocidas por «morrocotas».

Y el cajero no le quiso aceptar las 75 monedas alegando que ciertas directivas y regulaciones lo prescribían. Le dijo al cliente que debía cambiar las monedas por billetes en una agencia bancaria, y entonces regresar a Cadeca para hacer el cambio.

Alberto considera esa imposición o medida como «un hecho arbitrario, burocrático y contraproducente». A fin de cuentas, si la moneda vale un peso, ¿cuál puede ser el argumento? ¿La función de Cadeca es servir al cliente o supeditarlo a sus designios?

 

 

 

 

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