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Las «tumbas» de la serranía

«¿Será mejor combustible la sabiduría que el papel moneda?», cuestiona Juan Carlos Moreno Nistal (Saco No. 2, Bayamo, Granma). Y su pregunta tiene mucho que ver con la irresponsable conducta del ser humano, que está agravando la degradación de la naturaleza y el medio ambiente.

«Han pasado casi 20 años de la Cumbre de Río y, sin embargo, la conciencia ambiental sigue dormida —sentencia—. Son temas lejanos, sin un vínculo permanente con lo cotidiano. Si desaprovechamos una hoja de papel, por ejemplo, no lo asociamos al árbol y al entorno. No hemos dejado de situar en primer lugar la cuestión utilitaria, en presente. Es otra pelea como tantas del hombre, que es preciso ganarla desde el individuo, incorporarla a su susceptibilidad.

«En las cordilleras, expuestas de un modo singular a la  benevolencia y la furia del agua, se agrava la fragilidad del ecosistema y se observa una actividad agraria no muy ordenada. No se pretende desechar lo útil; pero habría de lograrse de un modo consecuente, como establecen las normas y regulaciones, ignoradas al parecer».

Hasta ahí, expone un fenómeno universal. Pero Juan Carlos lo arrima a las realidades del país:

«Durante más de 30 años, el límite municipal entre Buey Arriba y Bartolomé Masó, por los rumbos boyarribenses de San Antonio, ha sido injuriado, deforestado, desprotegido, incendiado cada año». (Y acompaña su carta de fotos elocuentes).

«Si de por sí —señala— es práctica dudosa y discutida en el llano, por los efectos sobre la flora bacteriana y la exposición del suelo a la erosión, ¿qué decir de la montaña? La tierra de esas lomas debe estar en las tripas de los pejes del Golfo, me comenta un lugareño. Ya se observan efectos considerables y tal vez irrecuperables de la erosión».

Los agricultores, explica, abren las «tumbas», como se llama a las talas en las laderas de las montañas. Asegura que el fenómeno puede visualizarse en la distancia; incluso desde la cabecera provincial y desde las vías principales y secundarias del territorio.

«No es difícil —abunda— distinguir las heridas pasadas o recientes en un acercamiento a las regiones montañosas: desde la zanja hasta la marchitez reciente por tala o fuego. ¿Tendrán los emprendedores paisanos la documentación en regla? ¿Se cumplen los compromisos de reforestación?». En un territorio tan extenso, afirma, será difícil el control. Y la tradición, para complicar las cosas, ha clasificado algunos cultivos como «de montaña»: la malanga y el ñame. Ello obliga a deforestar en primer lugar, y a remover el suelo en la cosecha, facilitando el arrastre. Pero el llano no está negado para ellos, si se cumplen ciertas exigencias como el riego. Es una cuestión de ordenamiento: basta recordar la reserva de tierras llanas no explotada! al máximo.

«La agricultura de montaña precisa responsabilidad y compromiso, emanado del individuo o reemplazado por la ley y las normas de protección. Las contravenciones se acumulan en cada sitio (allí en Buey Arriba)»,  manifiesta el lector, quien menciona una gama de violaciones entre las que se hallan la ausencia de líneas de contorno, la erosión visible, la sobrecarga de animales y los cultivos inapropiados.

«La Sierra Maestra es, además de un símbolo nacional, el “pulmón mayor” del país. La sección boyarribense no debió ser muy atractiva para los asentamientos en otros tiempos, como lo fue Guisa, donde la erosión y la “pura roca”, el toque “poshumano”, son más frecuentes, resultado del “egocentrismo”, cándido o taimado.

«Todavía queda tiempo para imponer orden, rectificar y entender de una vez por todas, que el nuestro no es un “mundo de bolsillo”, aprehendido de manera inmediata, sino un legado para la perpetuidad. Las “tumbas” no pueden ser la tumba de nuestra serranía», concluye Juan Carlos.

 

 

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