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El Almendares…, no el de Dulce María

El Almendares que inspiró a Dulce María Loynaz, al punto de escribirle un amoroso poema, nada tiene que ver con el que se topa todos los días la septuagenaria Neida M. Sánchez Rodríguez, quien lleva viviendo casi 50 años al pie de los márgenes de ese río habanero, en la Avenida 47 No. 1417, entre 14 y 18, en el municipio capitalino de Playa.

Neida me confiesa atormentada e inconforme que a diario contempla con tristeza cómo lo que media entre esa arteria y la orilla, precisamente a unos pocos metros del Parque Almendares, se ha convertido en un gran basurero, muy pestilente.

Lo que fue un agradable organopónico, señala, es hoy un asentamiento marginal, cubierto por un cercado hecho de cuanto traste han encontrado los improvisados emprendedores de tal ilegalidad.

«La historia de suciedad y abandono de esa área —refiere—, data de años. Y contribuyen en gran medida todas las entidades e instituciones situadas frente a las márgenes del río, las cuales concluyen sus labores y no les interesa en absoluto velar por la higiene de sus alrededores.

«Pero hay que decir también que personas insensibles e inescrupulosas vierten allí basura y escombros, sin que nadie sea capaz de intervenir para detenerlas. ¿Qué hacen las autoridades que deben velar porque esas ilegalidades no se produzcan, Dirección del Parque Metropolitano, Medio Ambiente, Servicios Comunales, Planificación Física y otras?».

Manifiesta la señora que, con el auge del turismo internacional, esa avenida es recorrido diario de grandes caravanas de automóviles convertibles repletos de visitantes, quienes cámara en mano transitan por esa hermosa y a la vez sucia realidad, para vergüenza de Neida, y escarnio a aquella sensible poetisa que le dedicó sus versos en Juegos de Agua.

Olvidos y nostalgias en Guanabo

Roberto Castellón (Sánchez Gómez 119, Barreras, Guanabacoa, La Habana) tiene 74 años y recuerda con nostalgia los 40 años que trabajó como salvavidas en la playa de Guanabo, el respetuoso ambiente de limpieza y conservación de aquel balneario, promovido por la escuela de salvavidas donde incluso impartió clases.

El veterano salvavidas hoy es miembro del Grupo de Gestión Ambiental del Consejo Popular de Guanabo, que trabaja con esa comunidad por puro amor, sin apoyo del Gobierno municipal apenas. Y se duele de que en sus arenas y aguas se resientan el respeto al medio ambiente, y el cumplimiento de las normas higiénico-sanitarias.

«Todas las instituciones del Estado —manifiesta— se mantienen al margen de la situación ambiental de la playa: campean por su respeto basureros, maniguas indeseables, áridos, desechos en las cuencas de los ríos, aguas albañales…».

Y lo peor es que muchas obras construidas por la Revolución en sus inicios, incluidas taquillas para cambiarse y baños públicos, ya no existen. Hay muchas ruinas. Y los veraneantes, añade, realizan sus necesidades fisiológicas en el mar, mientras que otros utilizan la vegetación sobre las dunas para ello.

«El taquillero La Goleta —afirma—, que tenía una capacidad para más de 5 000 personas, con su cafetería-restaurante además, está en plan de demolición, aunque su estructura arquitectónica está en perfecto estado. Y paulatinamente se llevan los ladrillos, bloques y vitrales que poseía», concluye Roberto.

Ante los dos alertas de hoy, que nos revelan cierta degradación medioambiental y cultural, solo queda salvar de una vez de las garras del olvido, el desaliño y la incivilidad a sitios naturales tan antológicos de La Habana marina, como sus playas y su río supremo.

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