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El vergonzoso despertar de un sueño

Hablemos de las diferencias, de las contradicciones y contrastes extremos, hoy, cuando los «indignados» de Estados Unidos ocupan los espacios frente al Congreso de su país, donde senadores y miembros de la Cámara —representantes de los intereses del 1%, y parte ellos mismos de esa élite dominante— le dan las espaldas a los del 99% que se crecen en sus protestas.

Por estos días, las inequidades en Estados Unidos volvieron a tomar imagen con la celebración del natalicio de Martin Luther King, cuyo sueño de paz e igualdad todavía está por cumplirse, aunque supuestamente reconozcan su justeza en la Casa Blanca, y se lucha por ello en las calles. Dos artículos periodísticos trajeron el tema a colación desde líneas paralelas que al final convergen en la realidad.

Bill Moyers, conocido periodista, comentarista de televisión y asesor de algunos presidentes demócratas, es uno de los autores, junto a Michael Winship, del trabajo aparecido en el sitio web Common Dreams; el otro es Gary Younge, periodista afroamericano que dio otra página del diario quehacer de la desigualdad y la discriminación en Estados Unidos, en un artículo del periódico británico The Guardian. Y estos son los hechos:

También hay cesantías entre los presidentes ejecutivos (conocidos por las siglas CEO) de las grandes empresas que no lograron las ganancias apetecidas, pero… como parte del minúsculo porciento de los poderosos, sus descensos en la escala del poder llevan paracaídas. Eso dicen Moyers y Winship cuando exponen el caso de 21 CEO que se marcharon con una compensación combinada de nada menos que de 4 000 millones de dólares.

Esto es bien diferente y desproporcionado respecto a quienes viven en la pobreza, cuya cifra se ha incrementado en 27 por ciento entre los años 2006 y 2010, un número que debe todavía crecer más cuando se sumen los desempleados del 2011, en especial aquellos que llevan más de un año sin trabajo, y por supuesto, sin «el paracaídas dorado» de los CEO, como escriben los periodistas, quienes exponen así los asuntos de la desigualdad.

Y no están abogando por que todos sean millonarios o por eliminar el sistema, ellos se refieren al bienestar común de ir a buenas escuelas públicas, jugar pelota en un parque público con condiciones, tener una buena biblioteca pública, etcétera, y hasta creen que su sistema todavía puede ser reparado apoyando un verdadero crecimiento económico y haciéndolo menos injusto e inmoral.

La otra visión nos dice que en el Día de Martin Luther King los hombres afroamericanos tienen muy poco que celebrar, cuando demasiados de ellos están en prisión, una condición que pasa de padre a hijo. Así lo afirma el artículo en The Guardian, y el índice terrible de que uno de cada diez jóvenes afroamericanos está tras las rejas, alimentado por un sistema de justicia discriminador y una estructura de poder que lo facilita, que lo convierte en producto y causa del colapso social en las comunidades negras de Estados Unidos.

Younger habla también de millones de dólares, pero en este caso, para «desgracia nacional» estadounidense, en California, por ejemplo, el estado que tiene la mayor población penal de EE.UU., se emplean anualmente 47 102 dólares por cada detenido. Se sabe que no es similar ese monto cuando se trata de los dineros empleados para la educación en escuelas y universidades, o para dar entrenamiento laboral o crear puestos de trabajo que garanticen el empleo y una vida digna.

«Las estadísticas son horribles», dice el comentario, y da todavía argumentos y pronósticos de mayor incidencia en la tragedia, pues según el American Leadership Forum uno de cada tres muchachos afroamericanos nacidos en 2001 están en riesgo de ir a la cárcel y en 2007 uno de cada 15 niños negros tenía a uno de sus padres en prisión. Como las personas encarceladas no tienen derecho al voto, resulta que en este año electoral, proporcionalmente, menos ciudadanos negros podrán elegir en las urnas que en 1870, apenas salidos de la esclavitud.

Y entre los negros, el desempleo es del 16 por ciento, cuando para el total de la población trabajadora estadounidense está aproximadamente en el 9 por ciento; y de los jóvenes de 16 a 19 años, el 50 por ciento carece de empleo.

Pero así son las cosas, la vergüenza del despertar de un sueño: paracaídas de oro para unos, huecos negros en las cárceles para otros, líneas convergentes de una sociedad de injusticia, exclusiones e inequidades.

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