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Primera vez

La primera caja fuerte que existió en la Isla, y el primer libro de tesorería, fueron adquiridos en 1556 y pertenecieron al Ayuntamiento de La Habana, aseguran Carlos Tablada y Galia Castelló en el tomo I de su libro La historia de la banca en Cuba; la Colonia, aunque desde mucho antes, en 1511, Madrid había recomendado a las autoridades coloniales que tuviesen «un libro para buen recaudo de los bienes difuntos y un arca de tres llaves, donde se depositasen».

En el acta del Ayuntamiento correspondiente a 21 de agosto de 1556 aparece recogida la disposición de preservar los bienes de los que morían ab intestato, dicen, citando a Emilio Roig, Tablada y Castelló. Se entendía por bienes de difuntos los caudales de aquellos que fallecían sin hacer testamento y que, al no ser reclamados, eran enviados a la Casa de Contratación de Sevilla.

Escribe Roig que no consta en las actas municipales que se llegase a adquirir aquella arca de tres llaves de la que se habló en 1511. Parece que hubo que esperar 45 años para que lo hiciesen. En efecto, pocas semanas después, en el acta de 25 de septiembre de 1556, se precisa y detalla la mención de la caja y el libro de tesorería adquiridos, por orden del gobernador, por el contador Juan de Inistrosa.

«La caja distaba mucho de ser una de esas admirables cajas de seguridad que hoy se construyen para bancos y oficinas públicas de tesorerías; era una simple y modesta caja de hierro de pequeñas dimensiones y fácilmente transportable a mano», dice Roig. Añade que dos años más tarde, en ocasión de haber sido electos Diego de Soto y Antón Recio regidores del Cabildo de la villa, se dispuso que guardasen dos de las tres llaves de la caja, y se ordenó que, en caso de amenaza de un ataque corsario, la caja fuese transportada a la estancia de Alonso Rojas, en las inmediaciones del río La Chorrera, «donde estaría más segura».

Dicen Carlos Tablada y Galia Castelló que esa facilidad en el traslado de la caja fuerte hasta la hacienda de Rojas en La Chorrera, demuestra las menguadas cantidades que constituían el tesoro municipal en la época. La existencia de la caja y la orden de protegerla ponen de manifiesto, sin embargo, el interés por guardar los depósitos que engrosarían los fondos de la localidad y que al igual que el resto de las propiedades debían ser mantenidos lejos del alcance de corsarios y
piratas.

Por la vía del socorro

Y ya que sobre dinero hablamos, digamos enseguida que la primera acción de bienestar social que se registra en la historia de Cuba tuvo lugar en 1521, fecha en que la Isla se empobrecía en forma alarmante y sus moradores vivían de sobresalto en sobresalto.

El prestigio de Diego Velázquez se asentaba en la obra que llevó a cabo aquí con la fundación de las siete primeras villas. Los éxitos de Hernán Cortés en la conquista del imperio de los aztecas, empezaron a socavar su crédito, y Diego Colón, heredero de los títulos de su padre y gobernador de las Indias, echándole en cara, desde La Española, donde residía, su superioridad jerárquica, insistió en separarlo del gobierno y juzgarlo por su comportamiento. Se le acusaba, entre otros cargos, de beneficiar en exceso a sus amigos en los repartos de tierras y de indios, las llamadas encomiendas, y en aceptar dádivas a cambio de determinados favores.

El 11 de enero de 1521 llegaba a Santiago de Cuba, entonces capital de la Colonia, el juez Alonso de Zuazo. De inmediato reemplazó a Velázquez de manera interina como gobernador de la Colonia, pero se abstuvo de juzgarlo. De hecho, Velázquez se mantuvo en sus cargos como alcaide de Baracoa, capitán a guerra y repartidor de indios. Cierto que había sido injusto y ambicioso en su gestión, pero Zuazo no lo sería menos.

Desposeyó encomiendas entregadas por Velázquez, persiguió a no pocos allegados del gobernador cesante y se apropió del servicio y los frutos de muchos de los aborígenes, situación que se agravaba con la rebeldía y el suicidio de los indios y los desmanes del encomendero Vasco Porcallo de Figueroa, un hombre cruel en exceso.

Velázquez vio caerse el mundo a su alrededor. Lo agraviaban en el territorio que gobernó a su antojo hasta poco antes y su indefensión parecía total tanto en La Española como en la misma España. No estaba, al cabo, desamparado. El emperador Carlos V se mostró en desacuerdo con la disposición de Diego Colón y quitó a Zuazo toda autoridad. Así lo disponía el monarca en su provisión de 10 de septiembre de 1521: no podía Diego Colón seguir proceso alguno a un gobernador, facultad que solo correspondía al rey, ni poseía capacidad legal para hacerlo un hombre como Alonso de Zuazo, que se hallaba sometido a enjuiciamiento él mismo.

Dos oidores, Juan Ortiz de Matienzo y Marcelo de Villalobos, llegaron a Santiago de Cuba. Pusieron a Zuazo en su lugar, restituyeron a Diego Velázquez en el suyo y castigaron, aunque muy ligeramente, con un breve arresto y una multa, a Porcallo de Figueroa por sus desmanes.

Se habló entonces de la posibilidad de que Velázquez saliera de Cuba y se preparó como su sustituto temporal a Gonzalo de Guzmán, regidor de Santiago de Cuba. En verdad, la Colonia estaba perturbada, y la situación de la Isla y de sus cada vez más escasos moradores era tan fea, que Carlos V ordenó a las autoridades que por ningún motivo impidieran que la gente remitiera a la Corte sus quejas y demandas.

Ordenó asimismo que, por la vía del socorro, se repartiesen 250 000 maravedíes entre los españoles asentados en Cuba, porque eran «muchas sus penas y agudísima su penuria».
Este escribidor, torpe que es, desconoce a cuánto dinero equivaldrían hoy esos 250 000 maravedíes. No pudo allegarse el dato por más que lo intentó.

Buscó el significado de «maravedí» en el Pequeño Larousse, que tiene siempre a la mano, pese al diccionario de la computadora. Se dice en sus páginas: Moneda española que tuvo, según las épocas, diversos nombres y valores. El más conocido es de cobre y valía la trigésima cuarta parte del real de vellón.

Buscó entonces ese último término, y encontró que real es otra moneda española con diferentes valores según la época y que en la década de los 60 del pasado siglo equivalía a 25 céntimos de peseta, en tanto que de «vellón» la definición es más escueta y confusa. Dice solamente: moneda de cobre. Explicaciones que a la larga dejaron al escribidor en Belén con los pastores, o dicho de otro modo, en la luna de Valencia.

El estandarte de Cortés

Dice el doctor Manuel Lagunilla, historiador de Trinidad, que la piratería comenzó en esa localidad del sur de la región central de Cuba y que Hernán Cortés fue el primer pirata que asoló el Caribe.

Cortés, el fiero sometedor de los aztecas, pasó por Trinidad antes de iniciar su aventura, y allí, con su estandarte negro bien clavado en el centro de la Plaza Mayor, ordenó pregonar su llegada y anunciar el propósito de conquistar la Costa Firme. Prometió grandes riquezas a quienes lo acompañaran y compró caballos y puercos y tocino y casabe para la aventura.

En eso estaba cuando se enteró de que cerca de las costas trinitarias pasaba un navío cargado de víveres y ordenó que una carabela bien armada lo persiguiera y abordara.

Llevaba la embarcación, en efecto, 4 000 arrobas de pan, 1 500 tocinos y muchas gallinas, de los que Cortés se apropió para iniciar así la piratería en estas aguas.

Años después, en la segunda mitad del siglo XVII, los trinitarios solicitaban patentes de corso para defenderse de los enemigos de España. Había allí un barrio entero, El Fotuto, habitado por corsarios y aún se conserva la llamada Casa del corsario, construida en 1754 para el capitán Carlos Merlín, de origen francés.

Escribe Alicia García Santana en su libro Las primeras villas de Cuba (2008), excelente investigación que se complementa con las fotos estupendas de Julio Larramendi, que la caída de la isla de Jamaica en poder de los ingleses, en 1655, incentivó a los trinitarios a armar una flota corsaria de cierta envergadura con fines defensivos y ofensivos, pero destinada sobre todo a darle salida al tabaco, los cueros, las carnes saladas y el ganado en pie, ya que fue el comercio de contrabando lo que permitió a la región una acumulación excedente de capitales que sirvieron para el fomento de la industria azucarera. Ya a mediados de esa centuria es que aparecen en la zona los primeros trapiches que sentarían las bases de la principal riqueza de la región, y transcurrirían más de cien años desde entonces para que el puerto de Casilda, en la orilla noroeste del golfo de Ana María, a cinco kilómetros de Trinidad, quedara habilitado para el comercio con España.

De donde vino el azúcar

La caña de azúcar vino a América con Cristóbal Colón, en 1493. La trajo el Almirante en ocasión de su segundo viaje, la hizo sembrar en la isla de La Española y ya al año siguiente, en un memorial que dirigió a los Reyes Católicos, decía con relación a ella que «unas poquitas que se pusieron han prendido» y vaticinaba que sería un cultivo que se daría con facilidad en estas latitudes.

De La Española la caña pasó a Cuba con Diego Velázquez y sus hombres en los albores de la colonización. Era la variedad conocida como criolla o de la tierra. Con el tiempo, y siempre durante la Colonia, se trajeron otras dos variedades, la llamada de Otahití o Taití y la de cinta o listada. Esta última fue introducida desde Nueva Orleans, en 1826, aunque José Antonio Saco recordaba haber visto algunas cepas de ella 13 o 14 años antes en Bayamo o Santiago de Cuba.

Antes había llegado la de Otahití. En 1796 la iniciativa oficial y la privada se juntaron para hacer realidad el empeño de introducirla. Fue interés de ambas partes llevar a feliz término el propósito y el 8 de mayo de ese año, el Real Consulado de La Habana, en un anuncio que dio a conocer, se presentaba como el patrocinador de la empresa. Un vecino de la isla de Trinidad ofreció entonces vender un lote de posturas, pero las diligencias que se dieron para el negocio no arrojaron el resultado apetecido. No sería hasta 1798 cuando llegó a nuestro país dicha variedad, que pronto reportaba excelentes resultados productivos.

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