Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Libreta de notas (I)

El 16 de mayo de 1910 comenzaron a instalarse en La Habana teléfonos del novedoso sistema automático, y cinco días después, el 21, con la presencia del general José Miguel Gómez, presidente de la República, se inauguraba dicho servicio. Cuba fue así el primer país del mundo que disfrutó de esa técnica maravillosa que permite que dos personas se conecten telefónicamente sin el intermedio de la operadora, como aquí sucedía hasta entonces y siguió sucediendo en otros países, incluido EE. UU.

El 19 de diciembre de 1912 había ya 11 437 teléfonos en el país y crecía el número de los que solicitaban ese importante servicio. En la misma fecha se hizo público además que la Cuban Telephone Co. giró a su casa matriz 608 millones de dólares por concepto de utilidades de los 12 meses precedentes.

De inicio, se instalaron las letras A (Habana) y F (Vedado) y se anunció que oportunamente se conocerían las letras de los centros telefónicos de Regla y Marianao. Durante años, los teléfonos se identificaron en la Isla mediante una combinación de letras y números. Por ejemplo: X 1553. En 1958 las letras fueron sustituidas por números. Entonces, la A fue 5 y la A5, 55. La M fue 6 y ML, 61, en tanto que la W pasó a ser 8, la U, 7, y la U0, 70. Los códigos F, F0 y FL fueron sustituidos por 3, 30 y 31, respectivamente, y B, B9 y B0 por 2, 29 y 20. La I pasó a ser 4; I0, 40, e I2, 42. El 9 sustituyó a la X y el 90 a la X0. (Fuente: Julio Domínguez)

23 y 12

Desde hace cierto tiempo, este escribidor acopia información sobre la esquina de 23 y 12. Dice el arquitecto Mario Coyula que la cercanía del cementerio de Colón —inaugurado en 1871— impulsó la jerarquización de este sitio que más tarde cedería su importancia ante la esquina de 23 y L, cuando a fines de los años 40 del siglo pasado despuntó el desarrollo de La Rampa.

Es una esquina histórica. Fue en 23 y 12 donde el Comandante en Jefe Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución Cubana en vísperas de la invasión mercenaria de Playa Girón, hecho que las fotos gigantes de Ernesto Fernández, premio nacional de Artes Plásticas, colocadas en la azotea de la cafetería La Pelota, recuerdan en esta esquina. Antes, en ocasión del sepelio de las víctimas del sabotaje, en el puerto habanero, del barco francés La Coubre, Fidel pronunció allí, por primera vez, la frase Patria o Muerte.

Cincuenta años es apenas un pestañazo en la historia, pero buena parte en la vida de una persona. El tiempo embota aristas, decolora pinturas, desdibuja imágenes. Se olvidan nombres y lugares. No creo que sean muchos los que ya recuerden que el cine Charles Chaplin se llamó Atlantic, al igual que el edificio que sirve de sede al Instituto Cubano del Arte y de la Industria Cinematográficos (Icaic). El novelista Jaime Sarusky, que como guionista laboró allí en los comienzos de esa institución cultural, me dice que entonces el Icaic no ocupaba todo el edificio, sino un solo piso. El Atlantic era un inmueble de oficinas. Radicaban en él bufetes de abogados, gabinetes estomatológicos, estudios de ingenieros y arquitectos y, sobre todo, despachos de no pocas compañías constructoras. En uno de sus cubículos se hallaba la sede de la Sociedad Cubana de Cardiología, y, en otro, la de Radio Capital Artalejo, propiedad del periodista Arturo Artalejo, que en esa y en otras emisoras radiales y televisivas hizo célebre su espacio Con la manga al codo, y que pese a lo rimbombante de su nombre de Radio Capital, me dice el investigador Jorge Domingo, no se escuchaba siquiera en toda La Habana y a veces se iba del aire por desperfectos técnicos. En los bajos del mismo edificio abría sus puertas una óptica que, para no variar, se llamaba también Atlantic.

Comenta Domingo que el espacio que ocupa el centro cultural Fresa y Chocolate fue el del famoso café Habana, establecimiento de tipo español que disponía además de una vidriera con una oferta variadísima. El área del actual Sylvain lo ocupaba la dulcería La Suiza, de pasteles y dulces finos, subsidiaria de La Gran Vía, de Santos Suárez. Seguía la floristería La Violeta, con su lema Confíenos una orden y quedará complacido, y luego el Ten Cents. Al lado de este establecimiento, ya por la calle 10, la tintorería El Recreo.

Unas 15 florerías prestaban servicio en la zona, tanto por 23 como por 12, 10 y 25. Jardines florales como Goyanes, Trías, La Azucena, El Gladiolo, California, La Hortensia, La Jungla, Alcázar, La Dalia, Riviera, El Encanto, La Diadema… Marmolerías como Isla de Pinos, Vilaboa y la de José Taracido, establecida en el número 1159 de la Avenida 23 desde 1912.

El bar-restaurante El Chalet ocupaba, dice Jorge Domingo, el espacio de la pizzería Cinecittá, que abrió sus puertas, cree recordar el investigador, el mismo día en que lo hizo la pizzería Coppelia. Era frecuente ver al Caballero de París en los portales de Cinecittá. Los camareros, sin que él lo pidiera, le servían una pizza o un plato de espaguetis. Se decía que Alfredo Guevara, director del Icaic, había decidido que esa institución cubriera los gastos en los que pudiera incurrir el popular personaje.

Muy concurrido, tanto de día como de noche, era el café-restaurante 12 y 23, actual La Pelota, propiedad de los gallegos Fraga y Vázquez. No pocos políticos, de la oposición y del Gobierno, tenían allí su tertulia, en tanto que de madrugada, tras el cierre de clubes y cabarés, era centro de reunión de figuras de la farándula que acudían al lugar para beber la copa del estribo y entretener el estómago con los deliciosos entrepanes del lugar.

Inauguraciones

Fue durante el Gobierno de José Miguel cuando se realizó el primer tramo de calle con base de hormigón y superficie rodante de asfalto. Se le llamó «calle experimental». El Capitolio se inauguró el 20 de mayo de 1929. Poco antes, el 10 de octubre de 1928, quedaba inaugurado el Paseo del Prado, tal como se le conoce hoy, y se le dio el nombre oficial de Paseo de Martí. El 1ro. de enero de 1929 los leones del Prado se colocaron sobre sus pedestales, con lo que quedó terminada la decoración de esa vía.

La Plaza

El comienzo de la historia de la Plaza de la Revolución se remonta a mediados de la década de los 20, cuando, invitado por el Gobierno cubano, llegó a La Habana el urbanista francés Forestier a fin de estudiar la trama urbana de la ciudad y fijar su centro geográfico. En 1926 se arribaba a la conclusión de que el punto central de la geografía habanera era el que ocupaba la ermita de los catalanes, y era allí donde debía construirse su centro cívico.

Pasaron los años. No fue hasta 1937 cuando, por decreto presidencial, se constituyó la Comisión Pro Monumento a José Martí, que convocó a un concurso interamericano para escoger el proyecto del monumento y del centro cívico que lo circundaría, calculado en 932 000 metros cuadrados.

Siguió pasando el tiempo. Llegó el año de 1949. Los vecinos de La Pelusa y otras localidades asentadas en lo que hoy es la Plaza de la Revolución fueron notificados de que debían abandonar sus humildes viviendas. Para hacerlo, se les concedía el plazo de una semana.

Decidieron ellos buscar amparo legal. Alguien les habló acerca de un abogado joven, conocido por defender causas justas. Lo vieron y le plantearon que eran muy pobres y que no estaban en condiciones de pagar. El letrado les dijo que no los representaría por dinero, sino porque se hiciera justicia. Así comenzó el litigio. El joven letrado organizó en consejo de vecinos a los moradores de La Pelusa, La Quinta, El Capricho, Pan con Timba…

«Queremos que se le rinda homenaje a Martí, pero la forma en que se quiere actuar es un atropello», comentó el abogado con los perjudicados. Se reunía con ellos cada noche para dar cuenta de cómo iba el pleito.

Un día llegó con una buena noticia. En lugar de una semana, los vecinos de la zona dispondrían de un mes para mudarse y cada uno de ellos recibiría una compensación de 400 pesos, suma apreciable en la época y que permitiría encontrar una solución a la vivienda.

El joven abogado era Fidel Castro, con bufete en la calle Tejadillo número 57, en La Habana Vieja.

Volvió a pasar el tiempo. Las obras finalmente comenzaron en las postrimerías de 1953, y en 1959 estaban todavía inconclusas. En esa fecha se habían erigido ya el monumento y la estatua, pero faltaban las áreas exteriores y la base del obelisco.

El 1ro. de mayo de 1959 tiene lugar allí la primera concentración convocada por el nuevo Gobierno. Pero aún no es la Plaza de la Revolución. Sigue siendo la Plaza Cívica, llamada también Plaza de la República.

Demoraría todavía unos dos años más para que se le diera su nombre actual. Dice el historiador Eusebio Leal al respecto:

«Tuve la oportunidad de asistir a la sencilla ceremonia celebrada el 17 de julio de 1961 en la Casa de Gobierno. Guiado por el clamor de los ciudadanos, el comisionado municipal, José A. Naranjo Morales, dispuso que a partir de entonces la Plaza Cívica de la capital cubana se nombrara Plaza de la Revolución. De esa manera se cerraba el ciclo iniciado por los patriotas insurgentes en la Plaza de Bayamo». (Fuentes: Juan Carlos Rodríguez y Marilyn Rodríguez).

La Universidad

La Universidad de La Habana no siempre estuvo donde está. Allá por 1728, que es el año de su fundación, la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana encontró asiento en el convento de San Juan de Letrán, perteneciente a la orden de los Predicadores, hermandad religiosa que siete años antes había recibido la autorización del papa Inocencio XIII para echarla a andar.

En ese enorme caserón, enmarcado por las calles de Obispo, O’Reilly, San Ignacio y Oficios, en la parte más antigua de la ciudad, radicó la casa de altos estudios hasta los comienzos del siglo XX, época en la que la trasladan para el lugar que todavía ocupa en la meseta de la Pirotecnia Militar en la loma de Aróstegui, al final de la Calzada de San Lázaro.

Era aquella una instalación ciertamente precaria. Poco a poco el recinto fue transformándose. Se construyeron, primero, pabellones y se sustituyeron después por bellos edificios de estilo más o menos clásico.

Entre 1906 y 1911 se edificó el Aula Magna. La escalinata data de 1928, y la flanquean cuatro construcciones idénticas que en su momento se destinaron a las facultades de Física, Química, Farmacia y Ciencias Comerciales. De corte más clásico que esas cuatro edificaciones, pero más moderno, es el Rectorado. Ese edificio, en el que desemboca la escalinata, se alza en el lado este de la plaza Ignacio Agramonte —antigua plaza Cadenas— en tanto que los de las facultades de Derecho y Ciencias ocupan los lados norte y sur, respectivamente. El espacio restante corresponde a la Biblioteca Central. Esas y otras edificaciones de la colina están dotadas de pórticos y escalinatas que mucho las realzan. Las bordean calles y plazoletas sombreadas por altos árboles para conformar un conjunto, aseveran especialistas, del que podrían enorgullecerse muchas ciudades.

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