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Refugio o De la Merced

En muchos países se alude al Presidente de la República como el primer mandatario o primer magistrado de la nación. En Cuba, hasta 1959, tenía también otro apelativo, más de andar por casa. El Presidente era, y así a veces se le aludía en la prensa, el inquilino de Refugio número 1, porque esa era la dirección del Palacio Presidencial de La Habana, hoy Museo de la Revolución y entonces residencia y despacho oficial del alto ejecutivo.

Refugio comienza en la Avenida de las Misiones y corta las calles de Zulueta, Morro, Prado, Consulado e Industria para morir en Crespo, donde se interrumpe de manera abrupta.

Ahora bien, ¿por qué Refugio? ¿De dónde viene el nombre de esta calle? La historia la cuenta Álvaro de la Iglesia en uno de los Cuadros viejos de sus Tradiciones cubanas. Digamos de paso que en cierto momento se quiso cambiar su nombre por el De la Merced.

Tabacos y helados de frutas

En la misma esquina de Zulueta, Refugio pasa entre el edificio de apartamentos desde donde, en 1960, se planificó lanzar un bazucazo contra la terraza norte del Palacio Presidencial en el momento en que se efectuaba frente a esta un acto de masas; uno de los primeros atentados orquestados contra la vida del Comandante en Jefe y que de haberse llevado a cabo hubiese eliminado a buena parte del Gobierno y de la dirección de la Revolución, y la vieja sede de la Tabacalera Cubana, la tercera mayor fábrica de tabaco y la tercera más antigua entre las existentes y la cuarta productora nacional de cigarrillos; edificio que ahora se reconstruye para instalar un hotel en sus áreas.

Más allá, buscando Prado, en el número 111 de la calle, se halla el Club Intermezzo, un bar con aire acondicionado frecuentado hasta los años 60 sobre todo por homosexuales a los que allí se les daba acceso a un libro de fotos a fin de que escogieran el joven de su preferencia. Frente existía una academia de mecanografía y taquigrafía, y ya cruzando Prado, en la acera izquierda, el edificio del Banco del Caribe, uno de los 12 bancos de capitalización y ahorro, no accionista del Banco Nacional, existentes en Cuba.

En la acera derecha, la fastuosa residencia que fuera de Frank Steinhart, el dueño de los tranvías. La construyó Marta Abreu para su hijo Luis Estévez, casado entonces con Catalina Lasa, y, se dice, el matrimonio no llegó a habitarla porque antes de que llegaran a hacerlo, estalló el escándalo de los tórridos amores de Catalina con Juan Pedro Baró, sorprendidos in fraganti en una habitación del hotel Inglaterra.

Los Steinhart fueron muriendo o salieron del país y al final, ya en la década de los 60, solo quedó en la casa la hija del propietario, casada en primeras nupcias con Godoy Sayán, el de los seguros, aquel de «Para seguros, seguros, seguros Godoy», en compañía de un cocinero chino. Algo en verdad patético porque, pese a habitar en la misma casa, vivieron años sin verse ni hablarse. Ambos quedaron inválidos y en pisos diferentes. Alguien que los visitaba, contó: «Usted entraba a la casa y parecía que el tiempo se hubiera detenido, era una cosa surrealista; ella, muy pálida, en la cama antigua, enorme; la habitación cerrada, con las cortinas de terciopelo originales». Hoy la casa de Steinhart es una escuela para niños de capacidades diferentes.

A partir de ahí, hasta Crespo, el pasado de la calle Refugio depende en lo esencial del recuerdo de viejos vecinos que pueden hablar sobre el chino Alfonso, que elaboraba y vendía sus helados de frutas en la esquina de Industria. O de la zapatería de la alemana en Crespo y Refugio. Del parqueo de automóviles con entradas por San Lázaro, Refugio e Industria, donde se construyeron después algunas viviendas; del sastre español que vivía en su propio negocio con una mujer enajenada que durante todo el día, sin agotamiento ni cansancio, cantaba aires españoles. Y de Rita, la santera, batistiana como ella sola, que presumía de su amistad con el dictador, y que pasó su sofocón el 1ro. de enero de 1959.

Ricafort

La calle Aguacate se nombra así por un árbol de ese fruto que se plantó en el huerto del antiguo convento de Belén. Águila, por la imagen de ese animal que se pintó en una taberna que existió en dicha calle. Lealtad, por la cigarrería de ese nombre, y Alcantarilla por la que se abrió en las inmediaciones del Arsenal. No falta la ironía a la hora de las denominaciones, y tal es el caso de Economía. Sucedió que un tal Cándido Rubio, propietario de un taller de madera, fabricó en esa calle, con tablas de desecho y los mayores ahorros, una serie de viviendas destinadas al alquiler.

La calle Bernaza no debe su nombre a un político, un filántropo o un poeta. Bernaza fue un panadero que no hizo otra cosa en su vida que vender el producto de su amasijo, en tanto quien dio nombre a la calle de Bernal —en realidad Bernard— fue un chulo francés avecinado en La Habana, mientras que Gloria no debe su nombre a ninguna acción gloriosa, y Diaria es Diaria porque allí se repartía diariamente la ración de la tropa.

Refugio o Del Refugio debe su nombre al teniente general don Mariano Ricafort, gobernador de la Isla de Cuba entre el 15 de mayo de 1832 y el 1ro. de junio de 1834. Sustituyó, al ocupar el cargo, a Francisco Dionisio Vives, y él, a su vez, fue sustituido por Miguel Tacón. A esa altura, este hombre nacido en Huesca, en 1776, había tomado parte en la guerra de las naranjas contra Portugal, combatido contra la invasión napoleónica y vino a América para sofocar las insurrecciones independentistas de Venezuela y Nueva Granada. En Perú resultó herido de gravedad y, sin haberse repuesto del todo, fue herido nuevamente, lo que lo dejó inhabilitado para la vida militar. A partir de ahí ocupó altos cargos públicos. Entre 1825 y 1830 fue Capitán General de Filipinas y presidente de su Real Audiencia. En 1831 se le nombró Consejero de Indias, cargo que no llegó a ocupar porque vino a asumir la Capitanía General en Cuba. A su vuelta a España fue elegido senador y asumió el cargo de Capitán General de Galicia. En 1840 pasó al Tribunal Supremo de Guerra y Marina, y enseguida Comandante General de las Islas Canarias, para pasar, al año siguiente, a la Capitanía General de Aragón y de Andalucía. En 1843 recibió destino de cuartel en Madrid, donde falleció en 1846.

Cuba bajo su mando soportó la epidemia de cólera de 1833, que causó un altísimo número de muertes, y, casi enseguida, una epidemia de sarampión. Fue durante ese período que José Antonio Saco demandó la supresión de los aranceles que impedían la plena libertad de comercio. Al mismo tiempo, el autor de Memoria sobre la vagancia en Cuba abogó por la supresión de la trata de esclavos, al comprender que el futuro de la industria azucarera estaba cifrado en la mecanización. Sin embargo, bajo el Gobierno de Ricafort floreció como nunca el comercio clandestino de esclavos.

La viuda

Cuenta Álvaro de la Iglesia que Ricafort pasó su tiempo en la Isla entregado a los juegos de cartas y a paseos casi diarios por los alrededores de la ciudad. A veces con un ayudante o con un par de lanceros que lo seguían a distancia, salía todas las tardes hacia las canteras o visitaba la Casa Cuna, en Trocadero y San Lázaro. Uno de esos días, alejado ya de la puerta de Monserrate de la Muralla, hacia la Loma del Inglés, que empezaba a la altura del blanco de la tropa (hoy calle Blanco), lo sorprendió una violenta tormenta tropical. Rayos y truenos, viento y agua eran un remedo del fin del mundo y la oscuridad lo envolvía todo. No podía volver a la ciudad ni había lugar donde guarecerse. Mirando en torno, divisó una casa medio escondida en la espesura y picando espuelas y tras cruzar una cerca de cardón se halló a salvo bajo el cobertizo de aquella casa campesina. El agua y el viento continuaban molestándolo, pero era mejor estar allí que a campo raso.

De pronto, cuando menos lo esperaba, se abrió la puerta de la vivienda y una señora le ofreció «aquella humilde choza», según la frase sacramental de la época. Ricafort aceptó la invitación y la dueña extremó sus atenciones para con él, tantas que el gobernador no sintió pasar el tiempo embelesado con la conversación de la dama, el café que le preparó y las canciones que al son del tiple llenaron la casita criolla.

La obsequiosa dama, viuda hacía algunos años, extremó desde entonces su amistad —pensemos que solo amistad— con el gobernador, que no dejó de visitarla en su diario paseo por los alrededores de La Habana, la colmó, se dice, de regalos, y para dar una muestra pública de su aprecio ordenó que a aquella vereda se le pusiera el nombre de calle del Refugio.

Concluía Álvaro de la Iglesia su relato:

«He aquí un nombre que si nosotros fuéramos concejales, no consentiríamos que se quitara. Es un recuerdo pintoresco y no sabemos hasta qué punto picaresco de nuestra vieja y querida ciudad de La Habana».

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