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La tecla del duende

Montaña luminosa

Víctor, un amigo de ocho años que quiere ser poeta, exige que convoquemos un concurso «sobre cómo hacer un mundo mejor». Todos los concursos nacidos en la columna aspiran de cierta manera a ese destino, pero la aplastante y sencilla urgencia de un niño merece respuesta. Por eso llevo días cocinando palabras para enviarle, aunque finalmente ninguna me parece suficiente. Entonces la ceremonia de clausura del Beijing Olímpico y la crónica de un poeta que sueña con ser niño provocaron estas líneas.

Por 16 días, Víctor, la gente olvidó un poco sus desdichas y ataduras para mirar a lo alto de la majestuosa China. Llegaron, como a un banquete sin miserias, casi todos los países del planeta; y allí compitieron hasta la energía final por los eternos minutos de escuchar su himno en la cima de un podio.

Hasta las naciones en guerra rivalizaron únicamente con los músculos y el cerebro de la fraternidad, y muy pocos atletas usaron sustancias prohibidas para multiplicar sus fuerzas. Pero los instantes de cierre se parecen como ninguno a ese mundo mejor que, en ilusión, alienta.

Las banderas de aquí y de allá mezcladas entre rostros que sonreían por encima de las fronteras. Dos tambores gigantes marcando desde el cielo el ritmo de la unión, mientras miles de actores, de voluntarios, de espectadores disfrutaban cada fuego artificial, cada canción de gesta.

En el centro, una torre de recuerdos —tal vez resistente a maldiciones babélicas— abriéndose en rosas humanas y cintas de rojo vivo.

Pero el minuto más emocionante dentro del mítico Nido de Pájaro, fue a mi juicio cuando Samuel Wanjiru, un joven keniano de 21 años, recibió el oro deportivo después de ganar la más agotadora de las carreras: los 42 kilómetros de la maratón.

Si el soldado griego Filípides murió de fatiga tras haber recorrido una distancia similar

—desde Maratón a Atenas en el año 490 a.n.e.— para anunciar una victoria de guerra; este joven negro del continente mártir, llegó hasta el cielo olímpico solo para gritar un triunfo de paz.

Un africano, en el estadio chino, recibiendo de manos de un belga, la medalla de estos Juegos que nacieron en Grecia. Un soldado de la buena voluntad, llenando sus pulmones de gloria, luego de agonizar durante dos horas, 6 minutos y 32 segundos, el mejor tiempo en la historia de las Olimpiadas.

«Montaña luminosa»: eso significa Kenia en una de sus lenguas locales. Quizá en esa luz esté, Víctor, el primer verso de un poema que enderece para siempre este mundo terrible y bello.

Tertulia tunera

Este domingo, a las 2:00 p.m., en el centro cultural Huellas, del bulevar tunero, los ocurrentes despedirán el verano y planificarán las cuerdas locuras de septiembre. Hay buenas noticias...

Graffiti

Angelux: No hay nada mejor que un día tras otro, pero por lo menos en el de hoy, aún se te extraña. Y aunque no me enseñaste a olvidarte, sin ti, sigo viviendo. PDC

Leslita: Mis «te quiero» entre comillas no tienen doble sentido, son dos palabras que brotan nada más verte. DGC

Semilla

El que se guarda un elogio, se queda con algo ajeno. Pablo Picasso

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