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Proyecto medioambiental guantanamero resulta premiado

Tranforman un peligroso vertedero de basuras en ejemplo de desarrollo sostenible en la comunidad

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  Cosecha o tamizado de materia orgánica a partir del composteo de la basura urbana. Se puede obtener compost de calidad fina y extrafina para productores y población. Fotos: Jorge Luis Terencio

Guantánamo. — En la mente de cualquier ser humano un basurero estaría relegado a la condición de lugar a donde van a parar las cosas inservibles, los desechos procedentes de cualquier parte.

A pocos se les ocurriría imaginarlos como un espacio paradisíaco donde encontrar la felicidad de los mortales, mucho menos en el mundo subdesarrollado, donde el manejo de los residuos sólidos urbanos es un quebradero de cabeza para la mayoría de las metrópolis.

Allí, la basura ha levantado, silenciosa, un altar a la pobreza, y ha abierto otros escenarios perniciosos para los ecosistemas de naciones sumidas en la voracidad consumista, que no reparan en la contaminación medioambiental, la degradación de los suelos y el daño a la salud humana.

Pero la voluntad política, la inteligencia humana y el sentimiento a favor de la protección de la naturaleza pueden revertir esa situación en cualquier lugar del planeta, independientemente de sus recursos materiales, como a diario se demuestra en el Centro Procesador de Residuos Sólidos Urbanos (CEPRU) de Guantánamo, un proyecto medioambiental, multipremiado por entidades cubanas y de Naciones Unidas, que empieza a generalizarse en la Isla, con similares en la provincia de La Habana y propuestas en Holguín y Granma.

DE LA FETIDEZ AL AIRE PURO

El Consejo Popular Sur-Isleta está marcado por el antes y el después del CEPRU. Ese vertedero hasta el año 2000 era notorio por sus emanaciones fétidas, la desertificación y erosión del ciento por ciento de sus áreas, el mal manejo y desaprovechamiento de la basura, que contaminaba el entorno y hacía proliferar todo tipo de vectores y animales peligrosos para la salud.

Además de moscas, roedores, cucarachas y hasta personas husmeando entre los desechos, había desórdenes al emplazarlos, lo cual provocaba desbordamientos hasta los límites de las viviendas. Era todo un fenómeno, lejano ya en el recuerdo.

Quienes llegan hoy a Isleta respiran el aire puro que empezó a circular después de que naciera en el año 2000 el proyecto del CEPRU, una de esas ideas audaces, tildada de «locura», por algunos y que luego dejó boquiabiertos a muchos.

Como tantas veces, una mujer está detrás de esa descomunal realización. Irania Martínez García se nombra la protagonista de semejante empeño, una técnico medio de la agricultura, que habla con la preparación de cualquier ingeniero o especialista en el tema y con el apasionamiento y la convicción de los verdaderos ecologistas.

En 2000 Irania procuró, en vano, borrar de la faz terrestre aquel sitio oprobioso, pero la fuerza de la costumbre y un montón de disposiciones se lo impidieron. Entonces, apeló a la inteligencia, la solidaridad e iniciativa de los vecinos para unirlos al propósito de sacarle utilidades al infernal montón de despojos.

Siete vecinos creyeron en la «locura» de Irania y dieron el paso al frente. Empezaron por clasificar el almacén de desechos, separando los inorgánicos: metales ferrosos y no ferrosos, vidrios, envases de cristal; plástico de alta y baja densidad, neumáticos, bolsos y cajas de leche...

De otro lado apilaron en carriles de aproximadamente un metro y medio de altura, por dos de ancho, el material orgánico de origen animal o vegetal —eludiendo desperdicios peligrosos por su carga contaminante—, para al término de seis o siete meses de manejo humano y la acción de organismos aerobios y anaerobios extraer el compost, un rico abono para los suelos.

La gente comenzó a borrar la incredulidad cuando Irania consiguió aprobar oficialmente el proyecto en agosto de 2000, con la vista y los actos puestos en la incorporación ordenada de viveros, jardines de plantas ornamentales, frutales, árboles maderables, organopónicos para el cultivo de flores, y áreas para la crianza de especies de animales ovinos, porcinos y cunícolas.

Así nació una extensa área boscosa, de unas cuatro hectáreas, con árboles frutales y maderables, donde crecen posturas de nih, caguairán, coco, mango, cedro y especies en peligro de desaparecer como el jaquí, canistel, marañón, además de ornamentales y florales como la begonia, claveles, rosas, crotar, malanguitas, entre otras.

Al aporte para la conservación de los suelos se sumó la producción de humus de lombriz, otro abono demandado por productores agrícolas. Todo ello catapultó a planos estelares al CEPRU guantanamero: Bandera de Proeza Laboral en 2002, Unidad de Excelencia, Premio Nacional de Medio Ambiente 2006, Innovación de mayor impacto económico, social y ambiental de la ANIR, Premio internacional a la creatividad e innovación 2007 y el reconocimiento del Programa de Desarrollo Humano Local (PDHL), entre otros.

PENSAR EN TODO

«La mayoría de las personas creyeron que esto era una locura», rememora Irania siete años después. «Fueron días entre semanas, sábados y domingos, sin ningún salario o estimulación durante casi un año, hasta ordenar, clasificar y sacarle provecho al vertedero.

«Seguimos el principio básico de reforestar. No se concibe un lugar sin árboles, es el primer paso ecológico determinante; ello permite regular temperatura, sanear los suelos y el aire; entonces el hombre que es parte indisoluble de la ecología, empieza a moverse en un entorno más saludable donde se protege también de la virulencia de los rayos del Sol.

No menos importante, acota, es el componente social y político del proyecto. No solo nació de personas que vivimos aquí, sino que se ha ido multiplicando su participación comunitaria, como fuente de empleos y servicios a los propios pobladores y entidades del consejo popular y la provincia.

«Al principio empleó a unas 40 personas, de ellas 19 féminas: hoy son 37, en su mayoría jóvenes, cuyo salario promedio es de 310 pesos. Estas personas han ido transmitiendo sus conocimientos sobre el medio ambiente y el cuidado de la naturaleza.

MÁS AMBIENTE QUE ECONOMÍA

  Miles de posturas de árboles maderables y frutales se cultivan en el CEPRU guantanamero, afirma Irania Martínez, su directora. El CEPRU podría convertirse en un emporio económico, a juzgar por sus potencialidades productivas, pero la aún débil gestión comercializadora (para lo cual no tienen infraestructura) limita esa posibilidad. Un vistazo a las cifras habla por sí solo: con el manejo eficaz de más de 160 metros cúbicos de basura diariamente, ha llegado a producir en estos años unas 2 400 toneladas de compost y más de 1 200 de humus.

También suman alrededor de 40 000 posturas de árboles frutales, 47 000 de plantas medicinales y 500 ornamentales, cifras que son conservadoras, debido a pérdidas significativas como el vivero de 16 000 posturas de 15 variedades que en 2005 se desperdició por falta de compradores.

Esa situación incide en la aparente irrentabilidad del CEPRU, que ingresa menos de los que gasta. «Si las entidades que las demandan compraran aquí las posturas que tenemos y se destrabara lo de la certificación del compost seríamos costeables, rentables y los ingresos por trabajador se elevarían con toda seguridad.

«Ahora, el impacto ambiental, el salto en la economía ambiental es extraordinario. Ese concepto es clave. No se sabe lo que vale sanear el medio ambiente».

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