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De cómo Washington se ensaña en una familia cubana

Hace ocho años Olga Salanueva fue arrestada por las autoridades norteamericanas para tratar de rendir la moral de su esposo René, uno de los cinco cubanos antiterrorista preso en Estados Unidos

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Olga Salanueva. Foto: Angelito Baldrich EL 16 de agosto de 2000, Olga Salanueva fue testigo por segunda vez de un operativo policial asociado al caso de su esposo, René González, y cuatro de sus compañeros, quienes fueron detenidos el 12 de septiembre de 1998, por el Buró Federal de Investigaciones (FBI) por infiltrar grupos terroristas radicados en Miami, que organizan crímenes contra Cuba.

Una mañana bien temprano —alrededor de las seis— agentes del FBI y del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) de Miami la detuvieron. En ese instante comenzó la odisea que la devolvió a Cuba como una deportada de

Washington, y que fue la razón fabricada por este gobierno para, a lo largo de ocho años, impedirle viajar a Estados Unidos a visitar a su esposo.

Razones de un arresto

La detención de Olga fue uno de los peones que las autoridades norteamericanas movieron en su juego para rendir la moral de René, conseguir su declaración de culpabilidad y condenar a Cuba como una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU.

Durante una visita que Olga le hizo a René el 13 de agosto de 2000 por su cumpleaños, él le contó de una carta de negociación que desde el 31 de julio le había propuesto la Fiscalía, y cuya fecha tope para ser firmada era el 15 de agosto. La Fiscalía quería que René testificara contra sus cuatro compañeros a cambio de una multa y la libertad.

Pero el chantaje no culminó ahí, sino que penetró en lo más íntimo de René, al tratar de jugar con la seguridad de su familia. Le recordaron que su esposa era residente permanente en EE.UU. y que este estatus migratorio podía quedar anulado en cualquier momento. René tenía que confesarse responsable de conspirar contra la seguridad nacional de aquel país si quería que Olga siguiera viviendo allí.

El día 15, con el documento ante sí, René dibujó un dedo en el espacio donde debía firmar, mientras con su mano reprodujo el gesto del dibujo: un puño cerrado y el dedo del medio hacia arriba. La respuesta, aunque silenciosa, no pudo ser más contundente.

Al día siguiente el gobierno cumplió con su palabra. El FBI y el INS detuvieron a Olga, la trasladaron al edificio de Inmigración de Miami, y poco después a una cárcel estatal en Fort Lauderdale, donde fue sometida a condiciones infrahumanas (mala alimentación, sin coger sol, sin atención médica).

Al carecer la detención de un fundamento legal, la acusación fabricada fue la de haber falsificado la visa para entrar a EE.UU., cuando había sido legalmente reclamada por René, quien es ciudadano estadounidense.

Camino a la cárcel, Olga es llevada al Centro de Detención de Miami, donde se encontraba René. Las autoridades querían seguir presionándolo, pero su respuesta fue tratar de ofrecerle ecuanimidad a su esposa. «No te asustes. Probablemente te sometan a un proceso de deportación para Cuba», le dijo.

En Fort Lauderdale estuvo Olga tres meses, hasta que el 22 de noviembre fue enviada a Cuba en un avión militar, acompañada de excluibles, y sin su pequeña Ivette, pues las autoridades se lo impidieron.

«Una deportación se puede hacer en cuestión de horas, pero alargaron el período a tres meses porque el juicio, que inicialmente iba a ser en septiembre, se postergó hasta noviembre, y querían seguir presionando a René».

Durante el encierro, solo pudo ver en una ocasión a su hija menor, Ivette, que solo tenía dos años.

«El encuentro estaba previsto en un salón de visitas, pero cuando mi niña llegó dijeron que no existía esa autorización, y tuve que verla a través de un cristal y hablar con ella por un teléfono. Ella quería romper el cristal, me preguntaba por qué yo estaba ahí. Le decía que estaba en un hospital, que estaba enferma y que podía contagiarla», nos cuenta Olga.

Con la deportación, las esperanzas de Olga de asistir a las sesiones del juicio de su esposo fueron echadas por tierra. Tampoco podría mudarse a cualquier estado donde mandaran a su Rene —así lo llama siempre— en caso de que fuera sentenciado, como ella le había comentado.

Un castigo que no dictó la corte

Desde aquel encuentro en el Centro Federal de Detención de Miami, el matrimonio no se ha visto más.

«Lo que más recuerdo de ese día son sus manos y mirarle a los ojos. En ese momento no teníamos idea de cuánto faltaba para reencontrarnos, ni de por cuántas otras humillaciones tendríamos que pasar», rememora Olga.

Las nueve veces que Olga ha solicitado al gobierno de EE.UU. visa para visitar a su esposo, la respuesta siempre ha sido un no. Y en la última ocasión le dejaron bien claro, por escrito, que no calificaría nunca por haber sido deportada, y que solo el Departamento de Seguridad Interna podía hacer una excepción, nos cuenta Olga.

René tiene que cumplir un castigo adicional: no ver a su esposa hasta que culmine su condena de 15 años.

«La decisión no nos tomó de sorpresa, pues venía ocurriendo desde que la solicité por primera vez. René, aunque acostumbrado a esta infamia, me dijo que teníamos que seguir buscando apoyo en la solidaridad internacional que obligue a EE.UU. a darme la visa. Ya no me puedo presentar directamente a la Sección de Intereses para solicitar el permiso, tenemos que buscar otra vía».

Hoy, cuando se cumplen ocho años de su arresto en Miami, y luego que Washington le negó nuevamente la visa para visitar a su esposo, Olga asume estas experiencias como una prueba más de «cómo el gobierno norteamericano es capaz de personalizar su odio hacia la Revolución Cubana en una familia, solo porque existen hombres de la talla de los Cinco que no traicionaron sus valores».

Fuente: El dulce abismo, Editorial José Martí, 2004.

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