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En el «pellejo» de la segunda piel (+ Fotos)

Hay que asumir los retos de los jóvenes de acuerdo con el momento histórico-social en el que se desenvuelven, sin que estos impliquen clasificaciones de género o sociales, sostiene el Doctor en Ciencias Históricas Julio César González Pagés, coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

—¡Eso es cosa de mujeres!— gritó el señor que vendía hortalizas en la esquina del parque, mientras miraba, escandalizado, a Miguel Alejandro.

Aquel joven de 19 años, con extremadas delicadeza y paciencia, sentado en uno de los bancos del parque, se sacaba las cejas con un pequeño espejo en la mano. Detalle a detalle, cuidaba que le quedaran ambas iguales, con la forma requerida.

«Lo hago porque mis cejas son muy tupidas y a mí me gusta lucir bien. A mi novia también le gusta y es ella la que está al tanto de cuándo debo hacerlo. Para mí es normal, no soy el único hombre que lo hace, ¿no? Por eso no me importa lo que digan los demás», dijo Miguel Alejandro, antes de reanudar su ritual.

Otros como él andan por las calles, «a la moda», exhibiendo sus rostros con las cejas bien cuidadas y hasta con las pestañas destacadas. Razones suficientes para que muchos, fundamentalmente de otras generaciones, se cuestionen: ¿hasta dónde, hasta cuándo?

«No concibo que un varón se saque las cejas o se pinte las uñas o se cuelgue cosas de mujeres. Tampoco veo bien a una muchacha con ropas anchas y esas cosas que se usan ahora. Cada cual con lo suyo, ¿no?», comentó Tamara Ruiz, una abuela que se autodefine como moderna pero con mesura.

Se suman otros comentarios relacionados con la depilación de piernas y pechos de los varones, las «combinaciones estrafalarias» en el vestuario, los llamativos peinados y accesorios masculinos en las muchachas, y todo esto, bajo el argumento de la moda, aún no encuentra cabida en quienes, como Tamara, alegan que lo establecido a nivel social según el sexo y la edad debe respetarse.

Realmente se sigue considerando la moda como algo frívolo, apunta el Doctor en Ciencias Históricas Julio César González Pagés, coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades, cuando en realidad puede serlo aquello que, bajo el vestuario y los accesorios, se esconda.

«Vestirse es algo importante y a eso le dedicamos una parte de nuestro tiempo todos los días. No importa si se es un intelectual, un obrero o un estudiante, es una acción común a todos. Se trata de nuestra segunda piel, si es bonita o no, buena o mala, ya depende de los criterios estéticos que se tengan a nivel individual.

«La moda pasa por la cultura, por la evolución de los modos de expresión, y a veces los más jóvenes son objeto de críticas porque los adultos nos sentimos con el derecho de decirles lo que deben usar. Estaríamos usando la ropa del medioevo, si así fuera».

La asunción de determinados hábitos tradicionalmente femeninos, como depilarse las piernas y las cejas, arreglarse las uñas o teñirse el cabello por parte de los varones, muchas veces se asocia con la metrosexualidad, tendencia que define, pudiéramos decir, a un nuevo tipo de hombre en el siglo XXI, que cuida mucho de su imagen, la ropa y productos cosméticos que usa, sin que esto determine su preferencia sexual.

En esos casos, insiste Pagés, se incurre en el error de querer encontrar a toda costa una etiqueta para definir algo. «En Cuba se toma un poco de aquí y un poco de allá pero ni siquiera podemos hablar de metrosexualidad como corriente o tendencia concreta, porque ella va más allá de la estética física; es más bien una ideología, un estilo de vida que en nuestras condiciones socio-económicas no puede desarrollarse del todo».

Como sucede con la moda en el mundo, que se ha dejado en manos de los emporios comerciales, este tipo de conducta ha originado un mercado dirigido a esos hombres, ya no machistas, que ahora no se avergüenzan de usar cremas o polvos para lucir bien ante las mujeres y ante ellos mismos. ¿Sería eso cuestionable?

El también profesor de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana considera que antes de censurar se debe educar y no abusar de las posiciones de poder para convertirse en hacedores de la moda. Piensa —e insiste— en que sí habría que tomar partido, por ejemplo, en lo concerniente al daño que podemos hacerle a nuestra salud al asumir determinada moda.

«Eso sí podría ser un aspecto a debatir, a dialogar, más que a censurar. Sería lo realmente trascendente de un tatuaje, un piercing o una expansión en las orejas; no el cuestionamiento de si es estético o no. Además de los perjuicios a la salud, me preocuparía, por ejemplo, que los jóvenes cubanos usaran en su estética símbolos nazis o de otras nefastas ideologías que identifiquen momentos en los que determinadas personas erigieron símbolos y doctrinas que dañaron a la humanidad», significó.

La sociedad cubana, añade Pagés, es muy moralista. Cuestiona la moda en la mujer en dependencia de su desnudez o no, como reflejo de su decencia, y valora a los hombres en cuanto a su preferencia sexual en dependencia de lo que use. El gran debate, similar al del siglo XIX, gira entonces entre femineidad y masculinidad asociada al concepto de la masculinidad hegemónica más allá de las etiquetas.

«La moda pasa muchas veces por la asunción de estereotipos que se mantienen vigentes todavía. Aún hay quien piensa que los que llevan pelo largo y tatuajes consumen drogas o son delincuentes. ¿Acaso el maquillaje de las mujeres no es igual que un tatuaje, que solo dura 24 horas o menos?

«La lectura de género sigue siendo importante, porque asumir que un muchacho es homosexual porque se saca las cejas o lleva aretes, o que una muchacha se está masculinizando porque usa botas, por ejemplo, en verdad roza en lo superficial. Ese temor a masculinizarnos o feminizarnos, según lo que usemos, provocó que en los años 20 del pasado siglo las mujeres feministas que defendieron sus ideales resultaran acusadas de marimachos, y fueran criticadas. ¿Seguimos temiendo lo mismo?».

En su libro Macho, varón, masculino —resumen de más de 15 años de experiencia en el trabajo con hombres en Cuba y América Latina para aportarle al debate de género una visión desde ambos sexos—, Pagés refiere que desde el siglo XVIII ya los periódicos de la época en nuestro país estigmatizaban la homosexualidad, asociada a debilidad, amaneramiento y feminización.

Entre estos se encuentran los artículos de la autoría de José Agustín Caballero en el Papel Periódico de La Havana. Uno de ellos, publicado en abril de 1791 bajo el título Carta crítica del hombre-mujer identifica la problemática de la masculinidad con la de la homosexualidad masculina:

«¿Quién podrá contener la risa cuando ve a un hombre barbado gastar la mayor parte de la mañana en peinarse, ataviarse y en ver copiada su hermosura en un espejo, cual lo practica la Dama más presumida?...».

Incluso la feminización de los hombres es asociada por Caballero con problemas con la Patria cuando escribe:

«(...)Si se ofreciera a defender la Patria, qué tendríamos que esperar en semejantes ciudadanos o narcisillos? ¿Podrá decirse que estos tienen alientos para tolerar las intemperies de la gente?...».

Si estas palabras pertenecen a uno de los primeros y más grandes pensadores cubanos es lógico, reconoce el profesor, que en la actualidad persista el prejuicio o estereotipo asociados a esas conductas. De esto no escapan las mujeres, por supuesto, cuando padecen igual rechazo por su ataque a la moral establecida cuando asumen una vestimenta «de hombres».

De todos modos, insiste el investigador, los cambios en los atributos de los hombres al asumir elementos de la estética femenina no constituyen necesariamente un símbolo de modificación de pensamiento. Los cambios deben operarse en las conductas, en las actitudes, en el comportamiento con los otros, es decir, más allá del exterior, lo que no siempre se corresponde, como vemos en la realidad.

En defensa de la cautela a la hora de juzgar y satanizar ciertas normas, costumbres y modas, el Doctor en Ciencias Históricas manifiesta que los jóvenes de hoy tienen derecho a marcar pautas si así lo quieren, ajenos a un molde. Esa creatividad que puede verse en los peinados, en las combinaciones de los atuendos, en las originales maneras de llevar una pieza no debe cercenarse, apunta, independientemente de si se comparte el gusto por ella o no.

«Se corre el riesgo de ser superficiales en la emisión de juicios cuando nos esforzamos en agrupar a los jóvenes en mikis, emos, repas, en dependencia del estilo musical que prefieran o el punto de reunión que tengan en la calle G, sin detenernos a pensar por qué eligieron esa estética y por qué se lo prohibimos», añadió.

El quid del asunto es lo que muchas veces se evade y Pagés lo pone sobre el tapete. ¿Cuál es la imagen de un joven cubano de entre 15 y 19 años? O mejor, ¿qué imagen puede elegir? Los jóvenes siguen teniendo como punto vital de referencia a sus ídolos musicales, o a deportistas o las propuestas que difunden los videoclips.

Pagés sostiene que en vez de exigirles, deberíamos ofrecerles algo que los identifique más con lo que aman de esta tierra en la que viven.

«Podría ser en relación con las series de béisbol, campañas preventivas, cantantes o agrupaciones cubanas de preferencia común, similar a esos pulóveres que se reparten en los Juegos Caribe con el ícono de la Universidad de La Habana. Las iniciativas no deberían faltar. Se trata de asumir los retos de los jóvenes de acuerdo con el momento histórico-social en el que se desenvuelven, sin que estos impliquen clasificaciones de género o sociales».

Red Iberoamericana de Masculinidades

Teniendo como antecedentes los talleres contra la violencia y a favor de la cultura de paz en países como Colombia, Brasil, México, Cuba, Chile, República Dominicana, Puerto Rico, España y Portugal, que fueron promovidos por diferentes instituciones como el Movimiento Cubano por la Paz, el Instituto Michoacano de la Mujer y la Comunidad de Foro Iberoamericanos COFI, entre otras, fue creada esta red en el 2007.

La motivación principal surge a partir de la realización sistemática, desde 1996, de talleres con trabajadores sociales, estudiantes universitarios, policías, reclusos, grupos étnicos y raciales, dirigentes locales convocados por estas y otras entidades.

Es también un grupo académico de estudios, formado por 28 países, con el compromiso de que todas esas naciones contribuyan a prevenir la violencia de género.

Forman parte de ella, además del doctor Julio César González Pagés como coordinador general, en representación de Cuba; el puertorriqueño David Pagan, coordinador para el Caribe; la mexicana María López Oliva, coordinadora para México y Centroamérica; el colombiano Oscar Montoya Pineda, coordinador para Sudamérica, y el español Alberto Góngora Sanz, coordinador para España y Portugal.

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