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Dalgis es el espejo donde se mira Mailin

A pesar de los más de 96 meses en adiestramiento como madre, todavía no tiene la receta exacta para recomendarla y mucho menos para medirse. Eso sí, Dalgis aún mantiene en sangre la paciencia y el sacrificio

Autor:

Sonia Regla Pérez Sosa

La mayor Dalgis es madre hace ocho años. Y el día a día no ha podido quitarle a sus ojos el brillo multicolor de los sueños iniciales, ni la sonrisa optimista por las tareas pendientes. A estas alturas de la vida, los problemas inteligentemente ladeados no lo lograrán.

A pesar de los más de 96 meses en adiestramiento, todavía no tiene la receta exacta para recomendarla y mucho menos para medirse. Eso sí, Dalgis ha sido madre dos veces y aún mantiene en sangre la paciencia y el sacrificio.

Servir como espejo amigo, ha conducido por su «línea» de vida a la capitana Mailin Lazo Rivero, una compañera de trabajo a quien enseñó la extensión de las 24 horas más allá del tiempo real y los horizontes claroscuros cuando le nació la pequeña Leydis.

Familia y puesto laboral a veces se le contraponen, pero el empeño para evitarlo sobrepasa sus límites. Conoce que supera las probabilidades concedidas por los hombres, para hacer efectivos sus empeños.

Le ayudan los testimonios sobre otras madres militares, por sus éxitos profesionales, sentimentales y morales, ganados con sudor.

«Después de la maternidad uno mide más las consecuencias de los actos, pero te exiges mucho, porque tienes vidas que dependen de ti, se basan en tu ejemplo y lo imitan», sentencia.

Sobre Dalgis caen problemas similares a los de otras mujeres. Tiene palabras inseparables en el vocabulario reformado, como ella, con la llegada de sus pequeños Natalí y Cristian.

Ella sabe cuánto les debe a los soldados que la prepararon para la maternidad, pues le permitieron «verlos y tratarlos como a hijos, al poder respetar y valorar sus caracteres, protegerlos, ayudarlos, darles confianza, porque una cosa es el cumplimiento del deber y otra, los sentimientos».

Diariamente fija el sambrán. Coincide con lo que una y otra vez repite la profesora Libia Gómez Guerra: «Para poder dedicarle tiempo a los hijos, debemos robárselo a nuestras horas de sueño y de esta manera garantizar sus cosas al otro día».

En el barrio, es amiga y ejemplo. Hombres y mujeres añoran que los hijos compartan su pasión verde olivo. Esa que la compromete a privilegiar la constancia, la organización, la estabilidad familiar y laboral, a estar siempre «presentable», sin importar los sacrificios y condiciones de la especialidad o el cargo.

Dalgis muestra un inusual calor en la mirada y viste casi siempre el uniforme de mujer triunfadora, sacrificada, capaz, retadora, esforzada, sin ocultar las arrugas discretas de las preocupaciones y los años. Esas que se hacen más profundas cuando no puede evitarles a sus pequeños las dificultades.

Muestra a sus hijos «a imagen y semejanza», bajo la mirada amorosa y la alegría segura de su protección. «Son buenos, aunque un poco malditos».

«Conmigo nada es fácil, me conozco bien», confiesa. Como la profesora Isabel Bell Vaillant, ha descubierto el apoyo de sus compañeros de faena en el difícil arte de formar. «Porque aunque uno no tenga experiencia, la práctica te moldea. Mas siempre está la pregunta de cómo lograr que los niños avancen».

A veces se agobia por los sueños postergados, pero no se deja vencer. Cada mañana y tarde noche, en casa o en el trabajo, recorre lo que faltó y reta al día siguiente. Es orgullosa y sonríe. Eso es suficiente. Dalgis es madre… y militar… y para ella, eso es casi todo.

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