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Los Picapiedra

A tres años de haber puesto en funcionamiento un molino de áridos, dos jóvenes trabajadores por cuenta propia, en el poblado guantanamero de Jamaica, amplían sus horizontes y aportan soluciones

Autor:

Haydée León Moya

Ellos no tienen nada que ver con las torpezas e infortunios de Pedro y Pablo, pero la gente les llama Los Picapiedra, como a los protagonistas de la serie animada homónima.

Hace tres años Eduardo Hernández y Elier Batista se dedican precisamente a triturar roca caliza en un molino que es fruto de la persistencia de uno, la bondad del otro y el espíritu innovador y de trabajo que los empuja a ambos.

Poco antes de llegar al poblado guantanamero de Jamaica, se encuentra uno el camino que atesora las escasas rocas que no han pasado por el molino que ellos inventaron. Justo al final del sendero y detrás de una casita que no es de piedras, busca otra dimensión la idea de dos que soñaron despiertos.

Génesis

La historia comenzó en la finca La Loma, cerca del municipio de Manuel Tames, donde nació Eduardo y adonde un día llegó Elier, procedente de Holguín, con un motor eléctrico a cuestas y la idea de instalarse en Jamaica, la cuna de su esposa.

Nadie le dijo al forastero que el guantanamero estaba interesado en su proyecto, pero sí le comentaron que le gustaba inventar, que de paso por Maisí, en el extremo oriente de la Isla, para hacer su servicio social, dejó allí la inventiva de una losa sanitaria que 20 años después sigue en uso; que había  creado un aserradero cuando el huracán George no dejó casi ningún árbol en pie por aquellos lares…

Tampoco nadie se lo decía a ellos, pero muchos pensaron que se trataba de un par de locos que con un trozo de acero, angulares, raíles de línea y un motor eléctrico de 15 caballos de fuerza, pretendían montar una industria productora de materiales de la construcción.

En verdad no era tanta la pretensión. Creían, eso sí, que podían dar un aporte importante en esa producción en un momento de gran demanda.

Se instalaron en el traspatio de la casa de Eduardo y comenzaron a concretar su idea. La experiencia como médico veterinario a muchos les parecía que no aportaba a Eduardo los necesarios conocimientos de mecánica y electricidad para el proyecto, y tampoco a Elier su profesión de ingeniero agrónomo. Lo que la gente no sabía era que el «oficio» más practicado por ambos era la voluntad de hacer.

«Cacharrearon» día y noche y al mes ya tenían listo su molino de áridos.

Al principio, cuenta Elier, producíamos entre 10 y 12 metros cúbicos de arena artificial y grava, simultáneamente. En ocasiones se nos acumulaban algunos materiales, no se vendían. Estábamos preocupados, pero no perdimos el impulso hasta que logramos una demanda que incluso nos ha obligado a diversificar los surtidos.

Cuando comenzaron el negocio se hablaba de unas pocas familias del poblado de Jamaica y comunidades aledañas que se beneficiaban con sus producciones. Hoy han perdido las estadísticas en ese sentido, porque apegados a los mismos hierros viejos, se mantienen consagrados al redivivo ideal de la utilidad de su trabajo.

«El principal cliente siempre ha sido la población de Jamaica, San Vicente y otras comunidades cercanas, pero en el último año se han sumado organismos como Educación, la Gastronomía y la CTC. Eso nos ha impuesto un ritmo de producción diaria de 20 metros cúbicos de arena y grava de diferentes dimensiones», agrega  Eduardo, quien es el jefe de la tropa que de tres en los inicios hoy cuenta con una veintena de integrantes, en su mayoría jóvenes que no tenían empleo.

Respondiendo también a las demandas de una población cuyo más cercano rastro está ubicado a unos diez kilómetros de Jamaica, ensamblaron una máquina criolla acoplada al molino, con la cual obtienen una arena que es muy solicitada para repello de superficies y para la fabricación de mosaicos.

Los Buscapiedra

En todo, la única materia prima que emplean es la roca caliza, un recurso que ya no encuentran si no a distancias que rondan los 15 kilómetros.

Precisamente, el acopio de ese recurso natural, tarea en la cual emplean dos brigadas cuyos integrantes se han ganado  el mote de Los Buscapiedra, tiene un positivo impacto en las labores agrícolas de la zona.

«Cerca de aquí está la cooperativa 4 de Abril, donde todo el corte de la caña era obligado hacerlo con macheteros, porque los campos eran pedregales. Hoy allí todo el corte es mecanizado», ejemplifica Eduardo.

Se refiere también a los organopónicos, a las fincas particulares y estatales donde no surcaban ni los bueyes y hoy están sembrados.

«En un momento llegamos a tener tanta demanda de materiales por parte de la población, como de nuestra presencia en cooperativas y fincas para recoger piedras», comenta.

Calidad y precios

Avalada por pruebas de laboratorio realizadas en Santiago de Cuba, las cuales arrojaron que cada centímetros cúbico del material resiste una presión de entre 70 y 75 kilogramos de peso,  la calidad de la arena y la grava que fabrican estos trabajadores por cuenta propia es una de las razones por las cuales crece la demanda.

Pero la gente también compara. Gliceria Casanova, por ejemplo, está reconstruyendo su casa en las inmediaciones de San Vicente y ha sacado sus cuentas:

«Si compro un metro cúbico de arena en el rastro me cuesta 200 pesos y tengo que pagar casi ese precio para que me lo traigan a la casa, si encuentras quien te lo quiera transportar.

«Los Picapiedra te lo llevan hasta tu casa por ese mismo precio, y también te dan otras opciones. Si llevas tu propio carretón, te dan el metro a 150 y rebajan más si uno mismo lo carga. Y encima de eso son gentes  muy educadas, que a uno le da gusto ir a comprar allí», agrega.

Es precisamente por el precio que para ellos tiene la satisfacción del cliente, que Elier y Eduardo, quien es además obrero de una cooperativa agropecuaria en el poblado de Honduras, mantienen un negocio que les da la cuenta, aunque no es todo lo rentable que desearan. Se le encarece la producción por el alto consumo de electricidad y por el pago de alquiler del transporte para el acopio de piedras.

Pero ellos no se quejan, todo lo contrario. Dan los pasos para constituir una cooperativa con todas las de la ley y ya tienen casi listo otro molino, de más capacidad, en el poblado de Jamaica. Y dicen que tienen ya todo lo que necesitan para dos más…

Aunque no tengan nada que ver con Pedro y Pablo, ojalá que haya Picapiedra para rato.

Elier y Eduardo asisten a un joven operario, quien asegura que el viejo molino a veces tiene sus «achaques», pero es muy productivo. Foto: Lorenzo Crespo Silveira

Una veintena de jóvenes de Jamaica y San Vicente se han incorporado a la cuadrilla de picapiedras. Laboran duro, desde las 6:30 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, con descansos para desayuno, almuerzo y merienda. Foto: Lorenzo Crespo Silveira

 

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