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Emociones en la retaguardia

De amor y orgullo hablan familiares de quienes dan lo mejor de sí en la lucha contra la COVID-19, en el hospital central Doctor Luis Díaz Soto, Orden Carlos J. Finlay, de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, ubicado en el este de la capital y conocido popularmente como el Naval

 

Autor:

Alina Perera Robbio

El mundo tiene su primera línea de fuego en el enfrentamiento a la COVID-19: son sus centros de salud y sus recintos científicos, esos que en Cuba están marcados por la excelencia y por avances cultivados en años de Revolución.

En estas horas de batalla sin descanso, mientras en esos espacios muchos hijos de la Isla dan la cara a un enemigo inédito y terrible, cientos de familias aguardan por ellos, quienes convertidos en serenos héroes están viviendo días muy largos fuera del hogar.

Los periodistas sabemos lo que significa «dar seguimiento a la información». Y a nuestros lectores esta reportera quiere anunciarles que las siguientes notas son precisamente eso: una arista que se suma al tema de nuestros profesionales de la Salud, y otros combatientes, desplegados en el campo de batalla.

Ya desde estas mismas páginas compartimos Reportaje al pie de la esperanza —trabajo publicado el domingo 5 de abril—, el cual daba cuenta del trabajo de cubanos en el hospital central Doctor Luis Díaz Soto, Orden Carlos J. Finlay, de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), ubicado en el este de la capital y conocido popularmente como el Naval.

Ahora toca el turno a las voces de las familias que esperan, con amor y orgullo, por esos protagonistas de la sanación. El primer punto en el itinerario reporteril fue el reparto Camilo Cienfuegos, en el municipio de Habana del Este. En el edificio 46, apartamento 202, nos dio la bienvenida Julia Vidal Alfonso, de 59 años y madre de Janet Fernández (la microbióloga de 32 años, madre de dos hijos, quien no ha regresado a casa y está dando lo mejor de sí gracias a que tiene la retaguardia asegurada).

Al llegar a donde estaba Julia, quien funge en tiempos normales como especialista principal de Recursos Humanos en una empresa perteneciente al Ministerio de la Industria Alimentaria, vimos la típica escena de una abuela con sus nietos —el más pequeño tremendamente travieso—, mientras el día comenzaba.

Esteban Ernesto García Fernández, de nueve años, y Bian Carlos Bellón Fernández, de dos, ocupan mucho espacio en los pensamientos de la abuela. Pero hay un universo intacto para su hija Janet, a quien esperan desde hace unos 20 días: ella, «muy posiblemente, una vez que venga tendrá que volver a irse», contó Julia.

«Aquí estoy yo, sin salir… todo el tiempo en la casa con ellos», dijo; y sobre su hija, definió la tarea que emprende como «muy importante, porque está salvando vidas, como lo están haciendo todos los médicos de este país, y mientras yo pueda dar un paso al frente lo daré siempre que sea necesario».

¿Está usted dispuesta a mantenerse en su misión de apoyo?

—Claro, si ella solo me tiene a mí…

—Orgullosa de su hija…

—Orgullosa. Desde chiquita le gustó estudiar. Le gusta mucho su trabajo. Yo le digo a ella: «Hacia adelante todo el tiempo».

Julia reconoció que el trabajo de su única hija es riesgoso —«ella ahí pone en peligro su vida, pues una mala manipulación de las muestras que toma puede contagiarla»—; por eso cuando sintió por vía telefónica una voz conocida del trabajo de su niña, que era para anunciar la visita de los periodistas, no dijo nada en los primeros instantes, pero se asustó en grande, pensando que algo malo había sucedido.

En la despedida Esteban Ernesto quiso enviar un mensaje a su mamá a través de los reporteros: «decirle que la extraño; que está salvando vidas; que está estudiando el coronavirus; y que se cuide, que la quiero. Mamá, besos».

De que lo extraño lo extraño

Ya el soldado Kevin Prieto Ramos —a quien habíamos visto hace más de una semana trabajando en el hospital Naval— tiene 18 años. En la sala de su hogar, en el recorrido reciente, pudimos ver imágenes de cuando era un niño. Y en la mirada húmeda de su madre, Milagros Ramos Baker, de 51 años y trabajadora de la Oficina Central del Banco Metropolitano, pudimos sentir que el adolescente, hijo único, sigue siendo un bebé en el corazón de quien lo trajo al mundo.

«A Kevin todo el mundo lo conoce. Es muy alegre», nos contó Milagros desde el apartamento 5, edificio E-43, de la zona 11 en Alamar, municipio de Habana del Este.

—¿Cómo usted reaccionó cuando supo de la misión de Kevin?

—Con mucho miedo, porque a pesar de que en Cuba no se conocía ningún caso, por las noticias ya sabíamos de los problemas que la enfermedad estaba causando en el mundo.

«Cuando él me contó me puse muy triste, pero después nos citaron a todos los padres de los soldados para ir al hospital a una reunión donde nos explicaron cómo iba a ser todo este proceso. Entonces me sentí más tranquila, porque confío en los médicos. Yo di un voto de confianza.

«Hasta ahora, por lo que me han dicho, él ha sabido cumplir. Dando este paso al frente está cuidando a los pacientes para que no transmitan la enfermedad, y así a todo el mundo. Estoy muy orgullosa de él y de todos los que lo apoyaron. Lo digo donde quiera. Ya pasaron los 15 días en el hospital».

—¿Y si tiene que volver?

—Bueno, si ya pasó la primera meta, ahora está más preparado y más consciente de la tarea que le ha dado la Revolución. Es soldado, y él sabe que tiene que cumplir.

—Usted es una madre fuerte…

—Hay que ser fuerte. En este momento todos tenemos que ser fuertes.

—¿Lo ha extrañado en estos días?

—Claro… Lo que pasa es que me mantengo siempre muy comunicada con él, y eso me alivia, pero de que lo extraño lo extraño. Su jefa siempre me está dando aliento, y me dice que no me preocupe, que él está muy bien cuidado.

—¿Qué le gusta hacer a Kevin en tiempos normales?

—Cantar. Siempre se está riendo con todo el mundo. No es un niño que trate mal a nadie. Y es muy querido por todos. Las personas como él, alegres y fuertes, están haciendo mucha falta. Él me da aliento, me dice: «Mamá, no te preocupes; mamá, yo estoy bien».

La felicidad está en dar

No quiso negar que sintió algo de temor cuando estuvo al tanto de la misión asignada a su hijo Ernesto Baluja Sánchez, soldado de 19 años. «Es que ya no soy una jovencita, y realmente he pasado por momentos difíciles», se sinceró Ana Iris Sánchez del Collado, de 58 años, quien es auditora de la Corporación de la Aviación Cubana, y tuvo el gesto de recibirnos en el apartamento 11, edificio B-18 de la zona 5, de Alamar, municipio de Habana del Este.

Yo di mi voto de confianza, dice  Milagros Ramos, la mamá del soldado Kevin. 

Por su historia pudimos entender que desde muy temprano en la vida Ana Iris fue golpeada por el dolor, y que desde entonces no bajó la guardia ante la posibilidad de recibir malas noticias: a sus 26 años, justo el día de su cumpleaños, supo que había perdido a su compañero, un piloto que murió mientras cumplía misión en Angola. Y de ese revés tan duro tuvo que levantarse y remprender la existencia.

Ella tiene dos hijos. El mayor se llama Iván Baluja Sánchez, de 26 años y trabajador por cuenta propia. Cuando le comunicaron que su pequeño Ernesto iba a desempeñar la labor que está realizando hoy en el hospital Naval, Ana Iris pensó en todos los valores que ha sembrado en los dos jóvenes, los mismos que sus padres cultivaron en ella y en sus hermanos.

«No me ha resultado difícil transmitirles valores, porque los tengo —dijo nuestra entrevistada—, porque fui criada de esa misma manera, con mi mamá, con mi papá, siempre con los principios revolucionarios de Fidel, del Che, de Martí, y con todo lo que impartimos en nuestras escuelas; y si uno es consecuente, actúa con esos sentimientos, con esos valores que nos enseñaron nuestros padres y líderes.

«Cuando uno es ejemplo, los hijos —de una manera o de otra— llevan también esa convicción por dentro. Yo no le tuve que decir a Ernesto: Tienes que ir…”. Él y sus compañeros, desde un primer momento, empezaron a preparar las camas en el hospital. Mi hijo llegaba cansado, y yo le decía: “Se avecina algo grande…”».

—Esta pandemia nos cambiará a todos. ¿Qué salto se producirá en el alma de Ernesto después de esta vivencia?

—Él me transmitía por teléfono lo contento que estaba, porque como vio que todo el mundo se está esforzando, siente que hay que dar el paso al frente, y realmente su alma se ha correspondido con el momento.

«Allí ha visto la unión entre sus compañeros, y se ha sentido feliz, porque cuando uno hace por otros esa felicidad se desborda. Un día me llamó y dijo: “Ay, mamá, esto está malo”, y yo lo sentí algo raro, un poco alicaído; pero al día siguiente noté que yo estaba conversando con otro Ernesto, y su felicidad estaba dada por una carta que escribieron las personas ingresadas: le estimuló que hablaran de ellos que no son médicos pero que ayudaban a los pacientes, les alcanzaban cualquier cosa que pidiesen, los ayudaban en el baño…

«Era otro muchacho, ¿por qué?, porque se sentía feliz de lo que estaba haciendo, porque uno es feliz cuando da lo que tiene por dentro. En Facebook puse un escrito que me salió del alma, y una de las cosas que escribí es que sentí miedo al principio, pero hoy siento un tremendo orgullo de tener los hijos que tengo».

Retrato de hermosísima familia

En la mirada, en la voz firme y en las ideas tan claras del primer teniente José Ernesto Téllez Avello, de 30 años —especialista en Medicina General Integral y residente de cuarto año de Cirugía General—, podía advertirse un «sello» proveniente de una fuente de nobleza muy fuerte. Esa impresión, nacida del día de nuestro encuentro en el hospital Naval, se convirtió en certeza cuando la familia del joven se presentó ante nosotros, días después, con todas sus motivaciones y esperanzas.

Ana Iris, con su primer hijo, Iván, de 26 años y trabajador por cuenta propia. Su segundo retoño, el soldado Ernesto, permanece trabajando en el Naval.

En la calle Pocito, No. 806, entre 16 y 17, barriada de Lawton, en el municipio de Diez de Octubre, nos recibieron Nalia Rivera, de 32 años, esposa de José Ernesto, madre de sus dos hijos y profesora de Español. Junto a ella estaban los pequeños Carlos Ernesto Téllez, de cinco años, y Daniel Ernesto, de ocho meses. Y se habían sumado Judith Avello y José A. Téllez, madre y padre del joven médico; así como Anabel Téllez Avello, la hermana menor, de 25 años y Licenciada en Derecho.

En ese grupo de exquisitos anfitriones se destacaba, aunque no se lo propusiese, la abuela materna, Amada Fontes, de 80 años, quien en una etapa de su vida fue educadora de círculos infantiles, y de quien, con especial cariño, habló su nieto cuando fue entrevistado por periodistas en la sala del hospital.

«Yo me preocupé mucho —nos dijo Amada sobre la tarea de José Ernesto—, porque este virus está acabando, pero estoy muy orgullosa de que él cumpla con su deber» (y en esa expresión se le quebró la voz).

—En su nieto están reflejados todos los médicos de Cuba…

—Sí…

—¿Qué tendría que decirles a esos médicos?

—Que sigan luchando, porque este virus es muy malo y hay que combatirlo. Y a él, que Dios me le dé mucha fuerza para que pueda seguir trabajando y cumpliendo con su deber. Decirle que la familia lo espera. Aquí lo esperamos todos, con mucho amor.

 

Nalia recordó que ella había conocido al padre de sus hijos siete años atrás: «Nosotros comenzamos graduándose él de la carrera de Medicina, por tanto sabía que nuestra vida iba a ser difícil. Él se va de aquí a las seis de la mañana, y pueden ser las ocho, las diez de la noche, y no haber llegado. Eso es en dependencia de los pacientes que tenga, de las operaciones que tenga».

Cuando se supo que el Naval estaba seleccionado para atender casos de la COVID-19, José Ernesto le dijo a su esposa: «Nalia, yo tengo que estar, y me demoro para vernos». La respuesta de la joven ha sido firme: «Y aquí estoy, nosotros nos damos fuerza mutuamente, cuando hablamos, cuando él habla con el niño. Los niños lo extrañan pero saben que su papá está cumpliendo una misión, y una misión importante; y aquí estamos… Siempre lo voy a esperar, pase lo que pase».

Judith confesó que ella siempre quiso ser médico, pero no pudo ser, por eso siente tanto orgullo de que su hijo lo sea. «Creo, dijo ella, que en esta batalla estamos todos, cada cual con lo que le corresponde. Él nos decía: “Si ustedes están cuidados yo puedo hacer mi labor”. Yo solo quiero que él se cuide, porque quiero que nos volvamos a ver, y cuando venga y esté en su cuarentena, y haya que llamarlo y él tenga que volver a ir, nosotros lo vamos a apoyar, y él va a seguir en esta batalla hasta que estemos libres de este nuevo coronavirus».

José Téllez contó que dijo a su hijo: «Aprieta, dale para allá, hay que cumplir, esa es la tarea, nosotros te apoyamos del lado de acá y tú asumes del lado de allá». Con el paso de los días, recordó, «se fue empeorando la cosa, porque primero empezaron armando camas, después fue por una sala, después eran cuatro salas, y después eran dos médicos, después se quedó uno solo, o sea, que aquello se fue complicando. Él en alguna ocasión vino y me dijo: “papi, está difícil…”; y yo le dije: “asume, asume que vamos hasta el final. Juntos saldremos de todo esto”».

La hermana Anabel comentó que «las tareas pueden ser difíciles, pero juntos siempre salimos adelante, y es una tarea de todos, no es de él, no es de algunos, no es de unos pocos, es una tarea del país y del mundo. Ya llegarán tiempos mejores y tiempos de tranquilidad para celebrar todos juntos en familia».

Amada Fontes mostró el orgullo que le inspira su nieto: «Él es muy cariñoso, con todo el mundo. Aquí en el barrio hay muchos vecinos que están muy agradecidos de él, muy contentos, lo quieren mucho». Dijo que el médico tuvo en sus manos la beca de Arquitectura, «porque él tiene unas manos maravillosas, siempre está haciendo cositas. Ya él tenía la beca confirmada, pero hizo dejación y cogió Medicina».

Era casi obligado preguntarle a Amada cómo se hace una familia tan linda. Su respuesta no se hizo esperar: «Con mucho amor, y mucha comprensión». 

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