Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Reportaje al pie de la esperanza

Sin treguas ni miedos, un verdadero combate por la vida y de enfrentamiento a la COVID-19 se libra en el hospital central Doctor Luis Díaz Soto, Orden Carlos J. Finlay, de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, ubicado en el este de la capital y conocido popularmente como el Naval

 

Autor:

Alina Perera Robbio

«El pueblo de Cuba está aplaudiendo por ustedes en las noches, exactamente a la nueve; agradece y reverencia lo que ustedes hacen». Así le cuento al primer teniente, doctor Alejandro Marcos Menéndez, de 29 años. Y su respuesta llega a lo más hondo de quien lo escuche: «Eso me han dicho… Gracias…». Entonces una recuerda que el médico lleva casi 20 días sin tomar el camino a casa, y que los domingos y los lunes, perdidos en el marasmo del tiempo, le saben igual.

Pertenece a un «barco» en alta mar y en medio de la tempestad, que no zozobra pero que tampoco toca puerto aún. Aquí un hombre de la tripulación me ha dicho que, para definir el futuro, prefiere decir «resolución» a pronunciar la palabra «victoria». No he querido contradecirlo porque viene de luchar contra el ébola, y porque en esencia pensamos igual, aunque prefiero el segundo término, es más bello. Pero la realidad desborda preferencias tales; y él está de frente a la verdad: permanece y trabaja en un hospital en «condiciones especiales de enfrentamiento a la COVID-19», como reza en el protocolo de ellos para estos tiempos.

La nave es el hospital central Doctor Luis Díaz Soto, Orden Carlos J. Finlay, de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), ubicado en el este de la capital. Y como toda nave, tiene un puesto de mando que alguna vez fue bautizado como Salón rojo, tal vez por el color de sus alfombras, pero que ahora, por su intensidad, realmente arde durante las 24 horas que tiene un día.

Nuestros médicos cubanos trabajan incansablemente sin pensar en tiempos ni en riesgos.Foto:David Gómez Ávila.

Desde allí se avistan las ambulancias que llegan. Laboran médicos, estadísticos, epidemiólogos. Se procesa toda la información estadística del hospital, se analiza cada caso de ingreso, y el puesto de mando se enlaza con otros homólogos de nuestro sistema de Salud, con otras provincias de Cuba, y con el Ministerio de las FAR.

No se desconecta del tema, no aquieta sus pensamientos desde hace más de 20 días el coronel Julio Andrés Pérez Salido, doctor y director general del hospital. El lugar, que está bajo su responsabilidad, «tiene el objetivo de minimizar la propagación de la pandemia por COVID-19 en la población, para reducir así el impacto o los efectos negativos sobre el territorio nacional, fundamentalmente con el aislamiento y el tratamiento de los pacientes, ¿qué tipo de pacientes?: los sospechosos».

Esa es la misión actual, afirma Julio Andrés: «Para ello contamos con unos 210 trabajadores que están dentro de esta tarea, y estamos llegando a un total de 420 camas para ingreso. Digo estamos llegando porque empezamos con 120 en una primera etapa, y hemos ido incrementando la capacidad.

«En estos momentos tenemos 12 posiciones de ventilación artificial», explica el Director General sobre una condición que califica de «muy importante» para el enfrentamiento al nuevo coronavirus, «por el paso brusco de los pacientes que están aparentemente normales hacia la gravedad. Eso ocurre del séptimo día al día 14»; por eso, explica, resulta cardinal tener lista la atención de terapia intensiva.

El centro de salud abarca adultos, adolescentes, niños con sus madres, y embarazadas: «Ese es el perfil de atención que tiene el hospital, es decir, abarca toda la población», detalla.

—De tiempos normales a hoy, ¿cómo ha cambiado el ritmo del hospital?, pregunto al hombre que está al mando.

—Todo es muy diferente. Cambia todo el sistema de dirección, cambian los sistemas de higienización, los de atención, los de vigilancia —son más exquisitos, están dirigidos por sectores, para facilitar la identificación de pacientes graves o pacientes de cuidado que van hacia la gravedad—. Los aseguramientos y los niveles de abastecimiento cambian totalmente; se multiplican.

El doctor habla de «los renglones de tratamiento que se están usando, que son novedosos ahora, no tipificados en los cuadros básicos normales de los hospitales cuando estamos en períodos habituales. Medicamentos que antes se usaban de forma extraordinaria, ahora se están usando de forma ordinaria en pacientes confirmados o sospechosos.

—¿No siente temor?

—Todos los seres humanos que estamos aquí sentimos miedo, y eso es lo que da la razón para poder actuar sobre los demás, y sobre todo para cuidarnos.

Según el doctor Julio Andrés Pérez, «el miedo siempre va a existir en el ser humano, lo que pasa es que uno lo vence conociendo que alguien tiene que atender a nuestros propios hermanos, padres, madres e hijos».

En este momento, explica con orgullo, el hospital tiene dos brigadas de trabajadores. Son personas que permanecen internadas y que llevan 20 días sin salir, que laboran 12 horas al día, que se van escalonando, relevando, «logrando resultados porque hemos visto a alrededor de 2 700 pacientes, con los más de 30 confirmados, y con más de 500 muestras realizadas. El hospital cambia la estructura. En condiciones especiales se ha dividido, se ha retirado la estructura anterior y ahora tenemos cinco bloques».

—¿Alguna vivencia que le haya marcado especialmente en estos días atípicos?

—Estar caminando por las áreas exteriores y ver que los pacientes nos han saludado, nos han dado las gracias desde sus habitaciones. O pacientes confirmados, que al entrar nosotros al área donde están ellos, nos han saludado en forma reverencial, en forma de agradecimiento. Eso nos llena de emoción.

Lo otro que conmueve a Julio Andrés es el optimismo de los ancianos, «quienes a pesar de ser el grupo de riesgo más susceptible, con mayores posibilidades de complicación, no pierden la fe, y no pierden la confianza en nosotros». Y se suma la actitud de los trabajadores, calificada de «sorprendente» por el director: «Este hospital se preparó para la tarea en solo siete días, con salas nuevas incluso, hizo falta el apoyo de todas las fuerzas y sobre todo la incorporación de los más jóvenes.

«No es fácil reunir a más de 400 personas para internarse en un lugar, sabiendo el riesgo que conlleva tratar esta enfermedad (…), cuando usted llega a un lugar la gente está feliz, está alegre a pesar de la misión que tienen; y están trabajando, y están preocupadas, incluso esto ha sido un cambio para la mentalidad de nuestros trabajadores, la gente tiene más iniciativa: aquel que no hablaba, habla más; aquel que era más regado, indisciplinado, ahora es disciplinado. Esas cosas conmueven y te ponen a meditar, a reflexionar».

—¿Cree que después de este episodio seremos diferentes?

—Después vamos a ser mejores. Todo lo que antes era difícil en lo adelante será más fácil: para la atención a pacientes, para la gestión de salud, para la atención humana… La gente cambia, y está cambiando.

La vigilancia de dos miradas

Dentro de trajes blancos y especialmente protegidas, Yanelis Álvarez Falcón, de 21 años, y Janet Fernández Vidal, de 32, están teniendo jornadas muy largas, sin ir a sus hogares desde hace más de 16 días. En el laboratorio de Microbiología del hospital, durante entregas de 12 horas, toman las muestras a los pacientes —más de un centenar cada 24 horas—, y las empacan minuciosamente para que sean enviadas al Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí.

«Siempre se siente miedo pero nos sobreponemos», confiesa Janet, madre de dos hijos (de nueve y dos años), y agradece por la retaguardia que tiene: «Felicito a mi mamá que ha batallado en esto conmigo. Todos nos hemos compenetrado, todos han apoyado en la tarea».

Janet tiene un altísimo sentido del deber: «Esto es duro —comenta con sinceridad—, pero siempre que uno puede, debe dar más». Y Yanelis, quien apenas ha dejado atrás la adolescencia, comparte su principal motivación: «Me gusta ayudar».

Dentro de trajes blancos y especialmente protegidas, Yanelis Álvarez Falcón, de 21 años, y Janet Fernández Vidal, de 32, están teniendo jornadas muy largas , sin ir a sus hogares desde hace más de 16 días.Foto:David Gómez Ávila.

Saliendo del laboratorio, que está inmerso en un proceso de ampliación, la teniente coronel, doctora Liem Laguna Oliva ofrece para estas páginas una explicación que ilustra la envergadura del esfuerzo desplegado por Cuba en pos del cuidado de sus hijos: son tres las muestras que se toman a un paciente. La primera, para determinar si es o no un caso positivo de COVID-19; la segunda, pasados los 14 días de hospitalización; y si esta resulta negativa, transcurridos dos días se toma una tercera muestra para confirmar que el paciente está de alta.

Gratitud

«Nos recibieron con un amor y una preocupación… Con unos detalles… Yo quería agradecer», expresa la paciente Alina Díaz, jubilada de 65 años. Ella habla del doctor Julio, y de otros doctores, de «la humanidad, caballeros… Aquí no nos preguntan si pensamos de un modo o de otro, a todos nos dan el mismo trato. Amor…. Eso es lo que prima en este hospital».

Las salas son tranquilas y espaciosas. Los pacientes lucen serenos. Reina la luz, y a través de los ventanales puede divisarse el azul predominante del paisaje. Las camas están vestidas con sábanas muy blancas. Reina de la Caridad González, de 21 años, dice que la están tratando «muy bien». Queremos saber si hay alguna queja; y Alina Díaz responde: «¿Quejas? Seríamos injustos, si nos traen hasta café…».

¿Perdida?: La juventud está aquí

Robnel Himely Pérez, Ernesto Baluja Sánchez, y Kevin Prieto Ramos. Son tres rostros muy jóvenes. Por las miradas, que ahora hablan el doble en tiempos de nasobuco, se advierten la nobleza y los deseos de vivir. Ellos trabajan en las salas, con los pacientes.

«Y dicen que la juventud está perdida…», les comento. Uno de ellos responde con agilidad y en un lenguaje de su tiempo: «La juventud está aquí, batallando. No hay miedo».

José Ernesto Téllez Avello, de 30 años, especialista en Medicina General Integral (MGI) y residente de cuarto año de Cirugía General, advierte que lo que hace falta es «protegerse, mantener las normas de higiene y de protección para el personal de la salud…».

—Qué hermoso, salvar vidas, extiendo al casi ya cirujano una idea llena de admiración.

—Esa ha sido mi pasión desde pequeño. Cada día me gusta más.

—Este episodio nos marcará a todos para siempre…

—Es un paso más en la escalera de la vida. Mire, la juventud está aquí. Si se puede dar cuenta todos somos jóvenes. Desde el primer momento dimos el paso al frente; y si hay una segunda vuelta, venimos; y el tiempo que sea necesario. Aquí llevo 15 días.

«Nosotros tratamos de transmitir tranquilidad. Vivo con mi esposa y mis dos hijos», comenta Ernesto, quien habla de cómo la otra parte de su familia vive al lado y su abuela, Amada Fontes, es la que más se estresa. «Se pone preocupada y llorosa. Yo le digo: ‘‘Abuela, tranquila, que todo está bien, no te preocupes…’’».

¿Se han imaginado el momento en que todo esto será un recuerdo?, indago.

«Yo me estoy imaginando el triunfo», dice Ernesto, quien por estos días suele pedirles a sus pequeños que se porten bien, que le hagan caso a mamá, y que se coman toda «la papa».

De experiencia nueva habla el primer teniente Alejandro Marcos Menéndez, de 29 años, doctor especialista en MGI y en Medicina Interna: «No tenemos miedo de enfrentarnos a la enfermedad, simplemente hay que extremar las medidas, porque tenemos que cuidarnos nosotros, cuidar a los pacientes que son nuestra razón de ser en esta sala, y cuidar a nuestras familias porque tenemos que llegar sanos a la casa».

—¿Y la familia?

—Apoya, muy preocupada.

Alejandro Marcos viaja al futuro. Se ha visto en él contando sobre estos días difíciles a «otros compañeros, a personas que se han graduado después de nosotros».

A solo metros la frente de Yadira Leonard Diz, enfermera técnica de 35 años, le suda a mares. Cuenta que se está trabajando duro, 24 por 24, para que «los pacientes se vayan de aquí lo mejor posible, dándoles el mejor cuidado que puede haber (…), hay que estar bien protegido, tenemos que cubrirnos con todo lo que hay. Vivo con mi mamá y mi esposo. Llevamos 15 días aquí, sin ver a nadie, atendiendo a todo el paciente que viene. Todo el mundo está loco por vernos, nos dicen que nos cuidemos, estamos en una misión nacional riesgosa. A todo el que pueda, por favor, que se quede en su casa, no queremos que lleguen aquí».

—¿Qué harás el día que hayamos vencido?

—Para ese día no sé si llorar, no sé qué voy a hacer…. —dice mientras le siguen brillando los ojos, y sigue sudando a mares.

Ser buen cubano

La sala de Pediatría está en el quinto piso del hospital. Allí niños de diversas edades desgranan el tiempo junto a sus madres. Hay tranquilidad, limpieza, orden y mucha luz. En uno de los cuartos una madre, con sus dos hijos y una sobrina, permanecen en calma. Alguien de la familia fue alcanzado por el nuevo coronavirus, y ellos aguardan y esperan por chequeos inevitables, para descartar un posible contagio. La madre no tiene queja alguna.

No lejos Ángel Enrique Betancourt Casanova, de 42 años, especialista de Pediatría en Primer Grado, quien durante meses estuvo en Liberia dándole la cara al terrible virus del ébola, comenta que ahora hay que cuidarse más, ser más solidario: «Lo que hace falta hoy es la preocupación del ser humano por el ser humano. En el caso de Cuba tenemos la grandeza de que siempre estamos preocupados, uno por el otro, y que en este tipo de situaciones, que son de contingencia, sabemos trabajar muy bien».

Es difícil, confiesa, estar 21 días sin ver a la familia, se habla por teléfono pero eso no es suficiente.

El mayor Alberto Zamora Torres, de 38 años, doctor especialista en Medicina General Integral, y en Primer Grado en Pediatría, quien además realiza un Diplomado en Terapia Intensiva de Pediatría, expresa que trabajar en su país es «el mayor privilegio del mundo».

Los doctores Ángel Enrique Betancourt Casanova y Alberto Zamora Torres (de izquierda a derecha), quienes vienen de luchar contra el virus del Ébola, tienen certeza en el triunfo de esta batalla.Foto:David Gómez Ávila.

Si él lo dice hay que escucharlo: durante seis meses permaneció en Sierra Leona luchando contra el ébola. Sin el apoyo del pueblo, dice, es imposible que la enfermedad llegue a su final. «El trabajo con los niños es bien sincero, hay que tener mucha calma, y hay que tener siempre la mayor disposición. Los niños son, como dijo Martí, la esperanza del mundo.

«Soy muy optimista, pienso que todas las decisiones que está tomando la Revolución van a dar su fruto, lo que sí es importante es que si logramos tener las medidas necesarias, vamos a hacer el trabajo que se debe, y vamos a resolver la situación epidemiológica que se está dando en el país».

La vida hay que vivirla a plenitud, y hay que ayudar a las personas, ser buen compañero, ser buen cubano, reflexiona Ángel. Y Alberto es un convencido de que «la solidaridad humana debe estar siempre en función de todo. En estos momentos de la epidemia vemos que han venido cubanos de todas partes del mundo buscando la seguridad, la tranquilidad del sistema de Salud cubano, y eso nos ha unido más. Esto nos va a cambiar, definitivamente».

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.