Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un agujero bárbaro, y el alma intocada de Cuba

Autor:

Alina Perera Robbio

De todo lo visto sobre el acto terrorista perpetrado en Washington D.C. contra nuestra embajada en Estados Unidos el 30 de abril último, una imagen —junto con la de la bandera de la estrella solitaria profanada— llegó como daga vertiginosa al corazón: el agujero en la escultura de bronce de José Martí, el traje horadado en la representación artística del hombre insondable.

La imperturbabilidad, sin embargo, parece ser el signo que se desprende de la escultura. Nada supera tal estado; ni la rabia del ataque que, tal como ha denunciado el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, es resultado directo de una política oficial de instigación al odio y la violencia contra Cuba; ni los estragos materiales; ni la intención de matar con que irrumpió el agresor en horas de la madrugada; ni los 32 proyectiles empleados por el perpetrador con un fusil de asalto.

Con admirable precisión y belleza mi colega Enrique Ojito ha escrito, y así lo publicó el sitio web Cubadebate el 6 de mayo de este año, que «Martí sigue vigilante en el jardín, mirando hacia la avenida 16 de Washington D. C., en el barrio Adams Morgan, siempre bulliciosa, ahora en calma por la cuarentena debido a la COVID-19. Sigue erguido, aunque un disparo haya intentado eclipsar su estatura de héroe, ahí de bronce, gracias a las manos del escultor José Villa Soberón, premio nacional de Artes Plásticas (2008)».

El escultor —cuya obra quedó emplazada en el lugar del ataque terrorista el 1ro. de julio de 2019, al conmemorarse el aniversario 130 de la publicación, por vez primera en Nueva York, de La Edad de Oro—, explicó Enrique Ojito —premio nacional de Periodismo José Martí— cuando este le preguntó por el referente fotográfico que sirvió de partida para realizar la escultura ubicada en la capital estadounidense:

«Al menos hay dos o tres fotos en las que Martí aparece posando con las manos detrás, por ejemplo, la de Jamaica (octubre de 1892) y otra con uno de sus amigos (Fermín Valdés Domínguez, mayo de 1894 en Cayo Hueso). Ese gesto de tener las manos detrás no puedo especular que haya sido natural y común en él; pero siempre me ha resultado atractivo. Es una imagen atractiva en el sentido de que es delicada, muy personal y muy sugerente. Por eso me pareció una imagen potente, que podía expresar su personalidad. Martí era un hombre con mucho control; sin embargo, con pasión».

Soberón describe a Martí como una persona brillante, culta, sensible; como un hombre contenido, no de acciones impulsivas, a pesar de lo difícil y de la cantidad de contradicciones que tuvo que enfrentar en su vida. Y así, tal cual lo ve y lo siente, lo dejó modelado en una propuesta que trasunta el autocontrol del hombre excepcional. «No se transformó —declaró el escultor a propósito del Apóstol y de la agresión terrorista que impactó en su imagen—, quedó como un símbolo claro, evidente de la resistencia».

Nuestro corazón da un vuelco siempre que la maldad —en este caso el odio inducido— pretende tocar a Martí. Lo experimentamos hace no mucho, cuando apenas estrenado este 2020 los cubanos de bien, ante la acción vandálica, ignorante y bárbara de embarrar un busto del Apóstol con sangre de cerdo, tuvimos que recordar al mundo que, después que un día descubrimos al Héroe Nacional, él nos acompaña sin que nada pueda disminuirlo o negarlo.

Son inútiles, en el caso de los símbolos sagrados o de las ideas, las balas o cualquier otro tipo de ataque. Y en lo que a José Martí concierne, como él «es la definición misma de lo que somos» —tal cual me dijo el Doctor Eduardo Torres Cuevas, director de la Oficina del Programa Martiano, a propósito de los sucesos vandálicos de enero pasado—, cada vez que se pretende un ultraje similar, el golpe es contra el alma de Cuba; y al alma de la Patria solo puede llegar la pureza de los mejores valores y sentimientos, nunca la miseria del odio.

Nosotros sabemos lo que connota ese agujero bárbaro en el traje del Apóstol. Es algo que Torres Cuevas ha explicado de forma magistral: «Si esto es la expresión de lo que nos espera (del enemigo), entonces realmente es la (pretendida) destrucción de todo lo que se construyó desde el siglo XVIII hasta nuestros días, de todos esos grandes hombres como Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Rafael María de Mendive, el maestro de Martí. Para nosotros la Revolución Cubana es la culminación de ese proceso, eso es lo que hemos defendido».

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