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Entre el temor y el deber, 24 horas

En uno de los cuerpos de guardia de Respiratorio de Nueva Gerona, la joven doctora Eriagne Romero Matos compensa sus momentos de tensión con la satisfacción del deber cumplido

Autor:

Roberto Díaz Martorell

 

NUEVA GERONA, Isla de la Juventud.— El despertador suena a las 5:00 a.m. Ella se levanta sigilosa y prepara el desayuno a su pequeño y su esposo. Les mira con ternura, pero no los despierta. Se viste para la jornada y se va, triste y tranquila a la vez. Ellos saben que les toca hacerse cargo de la casa por 24 horas.

 La misma rutina vive cada tres días Eriagne Romero Matos, especialista en Primer Grado en Medicina General Integral, quien se traslada más de 20 kilómetros desde su hogar para atender a pacientes sospechosos de portar el SARS-CoV-2 en el cuerpo de guardia permanente del policlínico II Leonilda Tamayo.

 «Claro que siento miedo, este es un lugar donde vienen personas con síntomas y todo cuidado es poco, pero también tengo el compromiso como médico y la responsabilidad para cumplir los protocolos de bioseguridad, por mí, por los  pacientes y por mi familia», dice mientras se acomoda en la silla.

Desde que sube al ómnibus en la Demajagua, su zona de residencia, ya Eriagne se concentra en la tarea. Al llegar releva a sus compañeros y asume la vestimenta requerida: bata, sobrebata, guantes, nasobuco y careta facial. Nada queda al descuido para ella y su enfermera. Tampoco para los pacientes: pasos podálicos y agua clorada dan la bienvenida al local.

 «Solo permitimos una persona a la vez, el procedimiento no es rápido porque primero lo entrevistamos, tomamos temperatura, realizamos examen físico completo y procedemos entonces a realizarle el test de antígeno, proceso que no demora mucho pero lleva paciencia. Según si el paciente resulta positivo o negativo se activa el protocolo correspondiente, pero siempre evitamos el contacto», comenta.

 El consultorio se divide en cuatro partes: un recibidor, un área de consulta, una de descanso y el lugar donde se realizan las pruebas, todas higienizadas y separadas.

Toma de temperatura al paciente en el cuerpo de guardia de respiratorios en Nueva Gerona. Foto: Cortesía de la entrevistada 

«Aquí atendemos diario a muchas personas de todas las áreas de salud, ya sean remitidas por el médico de familia, por detección en las pesquisas, o los que voluntariamente llegan porque se sienten mal o tienen algún síntoma. El descanso es bien poco porque estamos activos las 24 horas», explica.

 Sin embargo, el ajetreo del día y la responsabilidad de su labor no logran eliminar las tensiones adicionales que genera la preocupación personal por su salud. Eriagne sabe que trabaja en un sitio de alta vulnerabilidad y se asegura no llevar ni un átomo de impurezas al hogar.

 «Cuando llego a la casa me quito la ropa en la puerta y la deposito en una java de nylon, la lavo con agua caliente, me baño y luego es que veo a mi hijo y a mi esposo. El niño tiene 10 años pero sabe mucho de esta enfermedad y de lo que hago. Siempre me dice que me ama mucho y que me cuide y eso hago.

 «El tiempo libre se lo dedico siempre a jugar con él, leer, conversar… Aunque son solo 24 horas alejada de ellos, para mi representa mucho. Nunca nos hemos separado y cada mañana que tengo que asumir la guardia para mí es muy angustioso, por eso aprovecho cada segundo que estamos juntos», confiesa.

 El tiempo pasa y llega la mañana del siguiente día. Termina la guardia, pero no el deber. Eriagne y su compañera no solo cumplieron la tarea encomendada, sino que lo hicieron bien, protegidas, seguras…

  «Mi mayor miedo es contagiarme, por eso pongo todo mi empeño en el trabajo para regresar sana a casa, junto a los míos, quienes también son responsables, —acota—. Todos los días pienso que si las personas fueran conscientes y respetaran las medidas de higiene y bioseguridad, nosotros los médicos y el resto del personal de Salud seguiríamos cumpliendo nuestro deber de sanar, pero sin el temor que ahora nos acompaña».

Eriagne disfruta su tiempo libre con su hijo en su casa en Isla de la Juventud. Foto: cortesía de la entrevistada

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