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Pensamientos

El profe Germán es tan consagrado y protector que ya decidimos aplicarle el reglamento de los pitcher para dejarlo en la banca cada par de días y evitar su exceso de horas en el montículo rojo

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Es casi mediodía y la mitad de la tripulación sigue en zona roja. Hoy fue día de PCR y Germán salió a fumigar todas las mesas antes de que el personal médico pasara con el pequeño baúl plástico donde cargan hisopos y pomos rotulados. Desde el día antes la seño Anay preparó los materiales para andar rápidos y certeros, sin dar espacio a la equivocación.

A veces el profe ni siquiera desayuna, prefiere aprovechar la jornada. Como recuerda a cada rato, además de servir tiene dos misiones como jefe de tripulación: cuidar los medios de la beca y apoyar en las evaluaciones on line de los estudiantes.

Es tan consagrado y protector que ya decidimos aplicarle el reglamento de los pitcher para dejarlo en la banca cada par de días y evitar su exceso de horas en el montículo rojo. 

En cualquier tarea, Germán asume y enseña. Foto: Mileyda Menéndez Dávila

Como adulta entiendo su preocupación, y como cubana admiro su capacidad para inspirar de la manera más guevariana posible: con el ejemplo. Pero no deja de preocuparme su salud, porque pasa muchas horas sin ingerir agua o alimentos.

Desde mi mesa de vigía, al fondo del pasillo, lo veo limpiar el lobby por tercera vez esta mañana. Automáticamente me llevo ambas manos a la frente para retirar la careta y entonces recuerdo que no la llevo puesta. La veo en él y me molesta a mí, por transferencia. De hecho, hace unos días percibo casi de modo constante una ligera opresión sobre las cejas, incluso cuando no estoy usando ni mis espejuelos de siempre.  

En zona verde andamos cómodos. No es necesario usar gorro o bata de este lado de la supuesta pared divisoria. Celosamente hemos cuidado la «pureza» de este espacio en el que hacemos mucho más que descansar. Los piyamas vendrían bien, pero tenemos pocos juegos disponibles y es mejor guardarlos para el momento de cumplir tareas rutinarias o dar frente a dinámicas sin momento fijo, como atender visitas de inspección, fumigar carros de suministro, recibir o despedir pacientes…

Ya casi termina. Mueve el paso podálico de la entrada hacia la sombra y otra vez lo moja. Se dirige al área de desinfección bajo la escalera y comienza el ritual para despojarse del uniforme. Dejo de mirar. Antes de cruzar pasará la frazada nuevamente. Ojalá el hipoclorito no termine dañando en pocos meses el piso recién pulido.  

El profe Germán bromea, pero es el primero en todas las tareas de la tripulación. Foto: Mileyda Menéndez Dávila

En la verja, a cinco o seis metros a mi espalda, se para un vendedor ambulante y me grita: «Pura, ¿no quiere dulces?». Sacudo la cabeza espantada. ¡Querría, pero ni soñarlo! «Amigo, este es un centro de aislamiento de COVID-19», le digo en tono serio. Se encoge de hombros y sigue caminando mientras canta algo inesperado a su edad: «Pensamiento, dile a fragancia que yo la quiero…».

Entonces entiendo: lo que oprime mis sienes con insistencia no es la careta, ni el gorro, ni las tiras del nasobuco, ni las patas de los espejuelos, cuya fragancia a cloro es igual de persistente. Me ha nacido una corona de pensamientos: míos, de Germán, de los chicos, de los pacientes….

Ya no está en el pasillo. ¿En qué momento entró? Recién salido de la ducha se acomoda en la terraza de los grandes debates existenciales con un largo alambre y un bulto de boticas de tela a las que faltan las escurridizas cintas.

¿Habrá comido algo? Su teléfono zumba. Lo mira de soslayo, termina la tediosa tarea y se enfoca en leer y teclear. Las conferencias y evaluaciones de sus alumnos las puso en modo automático en el sitio de la universidad, pero se mantiene al tanto del grupo. A cada rato reproduce en un papel los ejercicios matemáticos de su hijo, para ayudarlo a distancia.

Cuenta Amián que un estudiante escribió para preguntar qué tan dura es la pincha y cómo era eso de estar encerrado con el mítico profe de Eletromagnetismo, por demás jefe del Departamento que más suspensos aporta, por tradición.

Con calma distribuye los turnos y con una sonrisa se declara fuera de servicio. Esa confianza hace vibrar a los jóvenes de la tripulación, felices de crecer junto al gigante, de tutear y hacer bromas a su costa.

En el vecino puesto de mando suena el teléfono. Significa que pronto se ocuparán las capacidades recién habilitadas. Leida se asoma buscando confirmación y Germán eleva su emblemático pulgar para confirmar que estamos listos. Nos mira y vuelve a sus pensamientos.

Nadie es una isla completa en sí mismo, escribió otro poeta. En este centro de aislamiento, nadie pregunta por quién suenan los timbrazos. Como las campanas de Johne Donne, cada aviso de contacto también dobla por ti.   

 Reto del día: ¿Conoces el concepto de carga eléctrica? Dice un enanito verde que el bodeguero de Germán es quien mejor lo explica en el Instec.

Consulte todas las publicaciones de esta interesante serie:  

Puerta a puerta

Razones

Carolina

Lucía

En positivo

De lujo

Día Cero

¡Agua!

Modelaje

La pared

Tripulación

Aniversario

 

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