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Lago para un final

El Centro Prodanza cumplió una deuda con su público más fiel al estrenar El lago de los Cisnes en el Gran Teatro de La Habana

Autor:

Randol Peresalas

Vivec Llera, Yosvany Pascual y Yanelis Rodríguez, en el primer acto de El lago de los cisnes. Foto: Nancy Reyes La sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana acogió el cierre del Cuballet 2006, y lo hizo con un clásico que no teme a aguaceros de última hora. Como ocurrió la tarde del domingo, El lago de los cisnes fue asumido íntegramente por el Centro Prodanza, la compañía que dirige la maestra Laura Alonso.

No está de más señalar la importancia que reviste un evento como el Cuballet, sobre todo por las posibilidades que brindan sus cursos a muchos jóvenes de diversas partes del mundo, interesados en nutrirse de la Escuela Cubana. En esta ocasión, el complejo montaje que siempre supone El lago..., más que un reto —de escenografía, vestuario y partitura musical arreglada para la ocasión— era una deuda del conjunto con su público más fiel.

Siempre que se estrena una adaptación de esta pieza antológica, los especialistas cruzan los dedos. No ya porque sea la más famosa del período clásico, sino porque es tan susceptible a modificaciones, que lo mismo puede reafirmarse en su pedestal que caer estrepitosamente. De ahí quizá el apego de numerosos coreógrafos a la versión de Petipá e Ivanov —sobre todo a la del segundo acto concebido por este último, en el cual apenas se han notado variaciones contundentes en más de un siglo—; y es que el acople entre música y trama logrado por aquellos genios sigue siendo de una belleza inestimable.

La labor de Héctor Figueredo Abrantes, Lourdes Álvarez e Iván Alonso sorteó con éxito no solo la escasez de recursos, sino que además encontró una estructura adecuada para exponer la célebre fábula de la princesa cisne, donde la fluidez y el ritmo originales no se afectaron significativamente. La abundante música compuesta por Chaikovsky en su momento, permitió aventuras tales como la inclusión de la danza rusa en el tercer acto y el solo del príncipe en el primero, que contribuyeron a la idea de alejar la puesta de asociaciones inevitables.

Creo oportuno apoyarme en este último aspecto para destacar el arrojo de los bailarines —muy bien el cuerpo de baile femenino, renovado y afanoso—, que al tener delante a un público conocedor, influido por referentes muy próximos y constantes, debieron hallar sus propios matices histriónicos y acoplarlos al espíritu lírico que ha perpetuado a esta obra en la historia de la danza académica. La primera noche subió a escena, en el rol de Odette/Odile, la vehemente Martha Acebo, quien se hizo acompañar del muy correcto Johan Pakkanen para regalarnos dúos de amor pausados que, de haberlos trabajado más —o sea, de ellos haberse compenetrado más—, hubieran logrado un mejor desempeño. No obstante, hubo momentos sorprendentes: los habituales de Prodanza no olvidarán con facilidad los soberbios saltos en puntas en arabesque de Acebo, durante el pas de deux del tercer acto. De eso no me cabe duda.

El sábado asumieron los protagónicos los sí muy compenetrados María Amparo Pérez y Ernesto Fariñas, que a pesar de no vérseles en plenitud de facultades, sí mostraron un coherente trabajo de pareja, y dejaron entrever lo mucho que pueden sacarle a estos personajes. María Amparo es una bailarina segura, de danzar grato, y lo mismo ofrece Fariñas, a quien se le agradecería mayor concentración en su Sigfrido, pues como partenaire ha demostrado gran valía. Esa misma noche lucieron también los integrantes del pas de trois del primer acto, en una actuación que en nada desmerece —tanto en lo técnico como en lo artístico— lo que exhiben otras compañías.

La última función estuvo reservada para Leydi Villalobos y Antón Jorosmanov, dos bailarines que han madurado muchísimo en los últimos años —sobre todo Antón, quien ya no es solo el excelente acompañante, sino también capaz de brillar en sus variaciones—, y que deleitaron a sus no pocos seguidores en una interpretación vigorosa, premiada con numerosos aplausos. De Villalobos, en particular, considero que la experiencia deberá retribuirla con el aplomo que exige este clásico y entonces el público apreciará de veras su muy personal Cisne Negro. La impresionante técnica de esta muchacha, junto a su indiscutible temperamento, la ha de llevar por muy buen camino.

Dos cosas me dejaron inconforme: la edición musical y el despliegue de las luces. Estas últimas, al menos, debieron apagar más los ya «encendidos» telones de fondo, sobre todo en la escena del lago. Estos son dos obstáculos que empañaron bastante el espectáculo y, para ser honestos, no tan difíciles de esquivar en presentaciones venideras. El Cuballet, Prodanza y los espectadores lo van a agradecer.

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