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Fayad Jamís en la memoria

En el aniversario 80 de su natalicio, este literato ganador del premio Casa de Las Américas en el año 1962, irradia el cosmopolitismo de su existir

Autor:

Miguel Ángel Valdés Lizano

SANCTI SPÍRITUS.— «París comienza a despertar/ ya no soy un Robinson/ más bien un extranjero más bien un fantasma/ más bien un hombre que no ha dormido/ vagabundo de la ciudad el otoño y el alba...».*

Fayad, tal vez tu virtuosismo viene de ese peregrinar, de ese enfangar las botas con lodo ajeno, ávido de plantar bandera en cada suelo que sentiste tuyo. Lo sincrético bautizó tus genes: padre libanés, madre mexicana, heredera de lo indio e ibérico. Cuba para ti, fragua identitaria; ahí está, vendaval sostenido de tus pinceles y versos.

A más de 22 años de la muerte del autor de poemarios como Por esta Libertad, premio Casa de Las Américas en el año 1962, la vida de Fayad Jamís —el Moro—, palpita entre sus creaciones, brújula para una generación que polemizaba sobre la misión social y estética del arte revolucionario en los años 60.

Tantos palos y una sola vida

Cada familia es un molde de existencias. Por eso Alba Jamís, sobrina de Fayad, muestra como huella propia la primera cuartería que brindó cobija a sus abuelos, cuando llegaron al poblado cabaiguanense de Guayos. En las inmediaciones Albita describe la bodega que sustentó a su parentela, después de probar fortuna en el oriente cubano.

Un viejo vecino guayense, con ingenua indiscreción, interrumpe lo narrado por la señora: «Tal vez el poema Con tantos palos que te dio la vida, sale de las peleas entre Fayad y su padre Yunes». Alba rápidamente pretende fulminar aquella teoría: «Ellos siempre se quisieron».

No obstante, la propia sobrina, quien durante su juventud compartía temporadas en la residencia habanera del Moro, reconoce la particular naturaleza de aquel vínculo filial. «Mi abuelo tildaba a su hijo de comunista».

Paradójicamente Mustafá Jamís, hermano del escritor y padre de Alba, desde Chihuahua, México, cuenta cómo Fayad, por su inteligencia, era el predilecto entre sus seis hermanos. «Mi padre, de niños, lo adoraba porque Fayad inventaba y cantaba canciones en árabe. Decía que de grande sería como él. Mi hermano nunca tuvo que cortar cañas como yo porque le encomendaban llevar la contabilidad de la tienda, después de pintar y escribir poemas».

Cuentan que el viejo Yunes, en medio de las torceduras de libanés aplatanado, nunca perdonó la rebeldía de su primogénito. Fayad no solo renunció a la vida detrás del mostrador para abrazar la creación. Su ideología también lo desterró del hogar, ruptura eterna.

«Siempre parecía melancólico, posiblemente por tantos años distanciado de su madre», comenta Alex Jamís, otro sobrino del artista.

Brújulas hacia la inmortalidad

Década del 50. Cuba, ensangrentada, amamantaba su futuro. Los esbirros registran la casa de Luis Marré, Premio Nacional de Literatura 2008. «Fue uno de los pasajes más tensos de mi amistad con Fayad. Él, antes de partir hacia Europa, me pidió que le cuidara un paquete y, por sus ideas, temí siempre que hallaran algo comprometedor. Por suerte, solo encontraron versos y en el fondo mechones de su esposa Nivaria Tejera, quien lo esperaba en Francia».

Comenzaba otro ciclo para el Moro quien partió de Guayos para domar su virtud, primero, en la Academia San Alejandro y luego en París, meca de las vanguardias artísticas del siglo XX. Allí conquistó la tutela del padre teórico del surrealismo, Andrés Bretón. Sin embargo, también trabajó como pintor de brocha gorda y hasta pasó hambre. Volvió a Cuba en 1959. Entonces contaba con el reconocimiento del grupo Orígenes y del resto de la turbulenta intelectualidad de la época.

Luego vendría su servicio diplomático en México. «Como buen artista era nervioso. Ni el trabajo burocrático en la Embajada lo detenía. Daba órdenes y pintaba bocetos al unísono», narra Julieta Maristany, empleada de la sede cubana en tierra azteca, quien muestra los cuadros del Moro, los cuales engalanan la institución, de acuerdo con el investigador Andrés Castillo, quien ha aportado valiosos testimonios sobre Fayad en su natal Zacatecas.

Partícula del Cosmos

«Dicen que el hombre rojo caminaba por encima del agua, comía en las casas de los campesinos sin despertarlos en las madrugadas. Robaba a los ricos para regalarle a los pobres...». Así Alba abona su memoria con una de las últimas obras literarias de su tío, quien encontró, en los distantes personajes de Guayos, vuelo para la creación.

«Furtivamente en los años finales de su vida pude leer algo de aquel manuscrito terminado. Nunca llegó a la imprenta. Se llamaba ¿Dónde están las buenas personas?, porque ese era el saludo de Urbano, un mendigo del pueblo, quien llegaba siempre a los velorios», afirma la sobrina.

Alex Jamís recuerda el texto tal vez perdido. Cooperó con el autor mandándole datos y fotos del poblado.

Poseído por el espíritu del eterno retorno, Fayad, mediante la literatura, concluye su viaje vital en la adolescencia, al amparo de aquel batey donde conoció amigos como el escritor y refranero Tomás Álvarez de los Ríos. Las riñas infantiles con el guapetón Totodilo, las primeras exposiciones, el periodismo radial, su poemario bautismal Brújula, las declamaciones públicas... ¿Cuántas lecciones para el futuro aportó aquel suelo adoptivo?

Con razón Luis Marré valora como fundacionales los años de Fayad en la región central de Cuba: «Él estudió en el Instituto de Sancti Spíritus. En esos parajes se formó porque la adolescencia marca a los hombres». Tal vez por eso, décadas después, el cáncer carcomía al Moro, pero no a sus aspiraciones de volver, afirma Alba.

«Yo desconocí cada fase de la enfermedad. Me sorprendió su muerte, aunque todas las semanas nos comunicábamos. Rogaba que no lo fuéramos a ver a La Habana porque visitaría Guayos, para trabajar en su proyecto de un centro cultural allí».

Alrededor de una decena de textos y un amplio legado en la corriente abstracta. A pesar de esa necesidad de asirse como curujey, la obra de Fayad a veces se muestra huérfana, sin rumbo. Como reza su poema El ahorcado del café Bonaparte: «He vivido como un fantasma/ entre fantasmas que viven como hombres».

Parece que algunas glorias no caben dentro de fronteras. «La tierra en que nací no era mía/ y tampoco el aire en que reposo». Fayad aún debe conquistar completamente el hogar otorgado por su condición: materia de lo universal, ciudadano del cosmos.

* Fragmento del poema Vagabundo del Alba

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