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Giuseppe Verdi en su bicentenario

El más importante de los compositores italianos del siglo XIX vino al mundo el 10 de octubre de 1813, en Le Roncole, una aldea cercana a la villa de Busseto, en las tierras bajas de Lombardía

Autor:

Ahmed Piñero Fernández

Hace 200 años nació Giuseppe Verdi, uno de los nombres más prominentes y decisivos de toda la historia del arte lírico; autor de cerca de una treintena de obras, de entre las que sobresalen Nabucco, Ernani, Rigoletto, Il Trovatore, La Traviata, Un Ballo in maschera, La forza del destino, Aida, Otello y Falstaff.

De nombre original Giuseppe Fortunino Francesco Verdi, el más importante de los compositores italianos del siglo XIX vino al mundo el 10 de octubre de 1813 en Le Roncole, una aldea cercana a la villa de Busseto, en las tierras bajas de Lombardía.

Italia se encontraba bajo el poder de la Francia napoleónica, pero ese dominio estaba siendo amenazado en el norte por los austriacos y los rusos. Se cuenta que en la infancia de Verdi, las tropas rusas, persiguiendo a los franceses, asaltaron la iglesia del pueblo, donde se encontraban mujeres y niños que se habían refugiado allí. La madre de Verdi logró llegar con su hijo hasta el campanario de la Iglesia, y así salvó su vida y la del pequeño. Precisamente en ese templo iniciaría su formación musical.

Gracias al patrocinio de su mecenas Antonio Barezzi, Verdi recibió sus primeras lecciones de música. Intuyendo el talento del joven, Barezzi lo invitó a unirse a su familia. Allí Verdi conoció a Margherita, una de las hijas de su protector, con la que se unió en matrimonio.

A los 18 años, intentó ingresar en el Conservatorio de Milán, pero fue rechazado. A pesar de ese fracaso, permaneció en esa ciudad dando clases privadas, que pagaba su benefactor. Curiosamente, el mismo Conservatorio que le negó la matrícula, por considerarlo escaso de talento, en la actualidad lleva su nombre.

Algunos biógrafos señalan que en 1836, después de su matrimonio con Margherita Barezzi, compuso su primera ópera, presumiblemente perdida. Su primera ópera completa, Uberto, conde de San Bonifacio, fue estrenada el 17 de noviembre de 1839, en la Scala de Milán. Un año más tarde falleció su esposa, y su segunda ópera, la comedia Un día de reinado, resultó un fracaso.

Verdi se deprimió y estuvo tentado a renunciar a su destino de artista. Pero el empresario del Teatro alla Scala de Milán, confiado en el talento del joven compositor, lo instó a que escribiera una tercera ópera. Así, pues, el 9 de marzo de 1842, también en la Scala de Milán, se estrenó Nabuccodonosor, más conocida como Nabucco. El papel protagónico femenino fue interpretado por la soprano Giuseppina Strepponi, quien con el tiempo se convirtió en su compañera ideal durante más de medio siglo.

Nabucco fue aclamada con uno de los mayores entusiasmos que haya demostrado un público operístico: recrea la historia bíblica del cautiverio que sufrió el pueblo judío en Babilonia, y los contemporáneos de Verdi no tardaron en ver las correspondencias entre los exiliados de Nabucco (el coro, que junto a la preponderancia de las estrellas solistas, alcanza la estatura de un papel protagonista) y la propia situación de los italianos.

Hay en el tercer acto de esta ópera verdiana un momento de gran significación, el famoso Va pensiero, el coro que cantan los esclavos hebreos. Desde su estreno, ese instante tiene una profunda significación para todos los italianos: un sentimiento histórico, nacionalista y de identidad.

Así, Verdi no solo devino en una de las figuras más importantes de su tiempo, sino también en el compositor nacional de Italia, y su apellido se transformó en consigna, que expresaba la adhesión a Víctor Manuel II, como rey de Italia.

Con su inagotable caudal melódico, creó un total de 32 óperas, si tenemos en cuenta para esta cifra los originales y las versiones posteriores de algunas de sus obras. Para estas composiciones, ideó un sinnúmero de temas, que son capaces de ser reconocidos y hasta tarareados, incluso, por aquellas personas que no son amantes del arte operístico.

¿Quién, por ejemplo, no reconoce el aria del Duque de Mantua, en Rigoletto, La donna è mobile, sin dudas, una de las piezas más famosas de la lírica universal; o el Libiam nè lieti  calici, el célebre Brindis, de La Traviata, tal vez su ópera más famosa y representada? Por no olvidar, por supuesto, la Marcha triunfal, de Aida. Esta escena, en la que Verdi añadió un ballet, no fue concebida  como un complemento accesorio, sino como parte orgánica de la composición.

Al emprender la orquestación de este momento, incluyó el sonido grandioso de los instrumentos de metal y utilizó no solo los instrumentos tradicionales, sino también, de fanfarria, que entraron en la historia del arte de la instrumentación operística con el nombre de «trompetas de Aída».

Entre la primera y la última ópera de Verdi, es decir, entre Oberto, conde de San Bonifacio, de 1839, y Falsstaff, de 1893, transcurrieron 54 años. Este período de la historia de la ópera contiene la era del bel canto y la época  del drama musical. Verdi tuvo el asombroso poder de creación y la capacidad de renovar por tres veces su estilo musical y dramático durante su larga vida, componiendo obras maestras de joven, como compositor maduro y como anciano genial.

El 5 de febrero de 1887, después de tres lustros de su última composición operística, Aida, Verdi dio a conocer Otello, cuyo estreno se produjo con apabullante éxito en el Teatro alla Scala, de Milán. Seis años después, y con 79 de edad, el 9 de febrero de 1893, la Scala estrena su última ópera, que al igual que Otello, estaba inspirada en una obra de Shakespeare: Falstaff

Después de Falstaff, Verdi vivió ocho años, en los cuales compuso algunas obras no operísticas. Murió en una habitación del Grand Hotel, en Milán, el 27 de enero de 1901, a los 88 años, debido a un derrame cerebral. Cuentan que mientras agonizaba, cubrieron con paja la calle que daba frente a su habitación, para que el ruido de los carruajes no lo molestara.

Sus restos fueron sepultados provisionalmente. Un mes después, el 26 de febrero de 1901, su ataúd y el de su fiel Giuseppina, que había muerto en 1897, fueron trasladados con los máximos honores a la Casa de reposo de Milán, un hogar y casa de descanso para músicos ancianos que había fundado el propio Verdi en 1899.

Su entierro suscitó gran conmoción popular. Más de 300 000 personas se lanzaron a las calles de Milán para rendir homenaje al Maestro. Al paso del cortejo fúnebre, el público entonó espontáneamente el gran himno italiano de la libertad: el coro de los esclavos de Nabucco.

Al final de su vida, Verdi se había convertido en un símbolo que representaba la propia Italia.

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