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Carilda: Poesía es lo que nos salva...

Leí cada palabra. Me fui hasta la punta del mapa. Carilda Oliver Labra estaba invitada al Encuentro Iberoamericano sobre Dulce María Loynaz. Bajé la Calle Real con el pecho apretado. Hice mi atalaya del vestíbulo del hotel Pinar del Río...

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Alguien me dijo aquellos versos, debió ser una tarde: «Todo te debo, Matanzas: / la Biblioteca, el Estero, / tener alma y no dinero…/ Te debo las esperanzas». Y se prendieron a mí, me persiguieron, me cabalgaron hasta la ciudad de White y Byrne. La procuré tantas veces y tantas veces me fue esquiva. Carilda me llevó a tomar el tren eléctrico de Hershey. Me llevó hasta los puentes y leyendas de la Atenas de Cuba, me llevó hasta Calzada de Tirry 81; pero ni modo, sobrevino un accidente. Esa vez no sería.

Le escribí una carta, otra. Entonces no conocía lo que cuenta el biógrafo Urbano Martínez Carmenate en Carilda Oliver Labra: La poesía como destino (Letras Cubanas, 2004): «Le escribe gente de cualquier sexo y edad para pedirle autógrafos, manuscritos o consejos. La correspondencia versa sobre dos asuntos: la poesía o el amor. Se amontonan encima de sillas y mesas los sobres abiertos, sin contestación, desparramados al azar, como las geografías de los remitentes. No rompe ningún pliego, no los tira ni se deshace de ellos: los guarda, los colecciona con celo y orgullo, pero no responde. Antes se excusaba por el poco tiempo, ahora culpa a sus dedos maltratados por la artritis...».

No lo sabía entonces, pero no me rendí. Abracé cada libro suyo. Leí cada palabra. Me fui hasta la punta del mapa. Carilda Oliver Labra estaba invitada al Encuentro Iberoamericano sobre Dulce María Loynaz. Bajé la Calle Real con el pecho apretado. Hice mi atalaya del vestíbulo del hotel Pinar del Río. No la dejé subir los escalones. ¡La entrevista!, le solté. Sé que fue un desborde, un exceso; pero una vez dicho, ya no hubo más que esperar.

Esa noche sería mi encuentro con la novia de Cuba.

EL ALA CON QUE SUEÑO

De vez en cuando regreso a aquella conversación para intentar fijar cada destello, cada gesto. Se me han desdibujado detalles, pero no su voz. Insisto en que sea su voz la que se escuche:

¿El mejor poema, me preguntas?... Siempre está esparcido en varios libros, siempre se van algunos que uno querría arrancar, pero hay cosas que no se pueden tocar… No faltaron referencias al coraje de Alfonsina Storni, la vehemencia de Delmira Agustini, la Mistral, ríspida y dolorosa. Sabido es que la chilena sostuvo que la poesía de Carilda era profunda como los metales y dura como el altiplano. Oliver Labra intercambió algunas cartas con Dulce María Loynaz, pero no podrá decirse que se trataron íntimamente. Sin embargo, esta admiraba uno de sus poemas más pequeños. Pequeño como una semilla, como un disparo:

Cuando vino mi abuela

trajo un poco de tierra española,

cuando se fue mi madre

llevó un poco de tierra cubana.

Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:

la quiero toda

sobre mi tumba.

(La tierra)

Sé que parte de mi poesía podría entrar en la categoría de femenina, porque los declamadores hombres no se atreven a recitarla, pero yo no me percato ni me propongo eso. La poesía no tiene sexo, pero siempre me he visto como una francotiradora, siempre un poco aparte, me confesó… Recuérdese que la «francotiradora» se había atrevido a hacer su Canto a Fidel, e incluso a enviar aquellos versos a la Sierra Maestra. Repárese en la fecha, 1957, en plena efervescencia, plena persecución.

Fue candidata muchas veces al Premio Nacional de Literatura. Aguardó con paciencia, asida a la poesía, desde Matanzas, desde siempre. En 1997, al fin el jurado del Premio apostó por ella. Así terminó una larga, una increíble década de espera.

Su Discurso de Eva, escrito en los 60, solo sería publicado dos décadas después. Tenía ese garbo de valentía, de infinita claridad que le apuntara Rafael Marquina. El poema sería a la larga una sacudida, pero hubiera sido entonces, en su génesis, un parteaguas. La poesía cubana (diría más, la sociedad cubana) necesitaba a Carilda, su estirpe, su erupción. Era inevitable. Los silencios editoriales, los silencios son mordidas.

Vuelve, vuelve.

Atraviésame a rayos.

Hazme otra vez una llave turca.

Pondremos el tocadiscos para siempre.

Ven con tu nuca de infiel,

con tu pedrada.

Júrame que no estoy muerta.

Te prometo, amor mío, la manzana.

(Discurso de Eva, fragmento)

 

Un soneto de Carilda Oliver Labra, Me desordeno, amor, me desordeno, ha devenido su poema por antonomasia. La pantalla pondera, pero también puede sesgar. Resulta efectiva cuando se interpreta como vía, como muestrario; no como fin. Carilda, naturalmente, no cabe en dos trazos ni en 14 versos. Una treintena de libros publicados dan fe de una existencia dedicada a la creación literaria, entre ellos Canto a Matanzas, Desaparece el polvo, Memorias de la fiebre, Las sílabas y el tiempo, Sonetos y su virginal Al sur de mi garganta (Premio Nacional de Poesía, 1950).

He escrito mucha poesía de todo tipo, incluida la erótica, me dijo. «Me desordeno, amor, me desordeno», fue llevado a la televisión y de ahí viene todo eso; pero si me preguntas si es invención, si es ficción... ¡qué va a ser invención!... Si me pusiera a escribir cosas inventadas estaría perdida. Ahora, que uno le pone imaginación a lo que hace, eso sí. No tengo, no he tenido nunca prejuicios en el amor. Solo tienen prejuicios en el amor, los que no saben amar...

Esperé algo así cuando le hice mi última pregunta, su sapiencia derramada, su consejo monumental. Carilda, en cambio, lo reconcentró todo en una gota, me regaló la quintaesencia. ¿Qué es lo único que no puede hacerse en materia de poesía?, inquirí.  Ignorarla, respondió.

Rómpanme los vestidos, quítenme la locura,

pulan con ese látigo mi sitio de estar sola,

tráiganme los infiernos, pongan mi cama dura;

no temo a los tiranos ni al cáncer ni a la ola

Mi corazón no tiene gravámenes ni dueño.

Nunca podrán quitarme el ala con que sueño.

(El canto)

EN PROSA

Si Sor Juana tuvo a Sor Filotea de antagonista, Carilda tendrá a su Fray Casto de Villavicencio. El intercambio ha lugar en el periódico El Villareño en 1955. Mucho más recoge el título Con tinta de ayer (Ediciones Capiro, 1997).  La poeta, profesora y abogada se revela también como ensayista, articulista, polemista. Carilda se lanza contra los estigmas, en verso y en prosa.

«(...) realmente el desentendimiento es recíproco. Ni Fray Casto comprendió los versos que escribí para una madre soltera y que tanto le han indignado, ni yo le adivino la entraña constructiva que debe tener toda crítica (...) Esta mujer se levanta ante todos con esa grandeza que dan los enormes dolores y decide no malograr el hijo que empieza a germinar en ella, sino salvarlo a costa de su propio deshonor (...)  Creo que (…) le faltan a usted ternura, humildad (…) Léame con paciencia y deseo de entender, y luego regístrese el corazón. (...) Dios no necesita ayudantes para salvar a las madres solteras del mundo».

Su multiplicidad de miras no deja lugar a las dudas en la conferencia El amor y Gertrudis Gómez de Avellaneda, dictada en los Ateneos de Mariano y Matanzas en 1964. La Avellaneda nunca pasa. Si bien escudriñar las pasiones y circunstancias de La Peregrina, no es labor que se le pueda acreditar en exclusiva;  su sentido es otro. Al calibrar el papel de Ignacio Cepeda, el amor imposible de la ilustre camagueyana, diríase que toma la historia por el envés, que la completa:

 «(…) acaso haya que agradecerle al mal amante, al esquivo, al pobre disfrutador, su ejecutoria inicua, porque tanto dolor fue precisamente el estímulo para la belleza (...) Sin Cepeda, la Avellaneda no hubiera sido poetisa erótica (…) El hecho de que a pesar de que su vida fue profusa en incidencias románticas, los únicos versos de amor que se le conocen son los que dedicó a Cepeda es ya prueba (...) Ignoramos porque los biógrafos de Tula no han reparado de manera específica en los regresos de Cepeda. Porque él se va cuatro veces, pero vuelve (...) Gertrudis es única en el alma de Cepeda a pesar de todas sus deserciones».

EL LUGAR DE LA POESÍA

 Tuve el privilegio de estar cerca de Carilda otras veces, no tantas como hubiese querido. Coincidí en algunas tertulias y homenajes, en la Feria del Libro que se le dedicara en 2004, y que como es habitual, concluye en Santiago de Cuba. Todavía la estoy mirando… Nada, sin embargo, como aquella ocasión en Vueltabajo. Allí desgranó, solo para mí, cuál es el lugar de la poesía en el mundo de hoy, donde todo pretende rebajarla, acribillarla, ningunearla. Compartirlo es una gema emergida del fondo de tanta espera. Carilda era mucha Carilda.

 «La poesía nos da la ocasión de ser mejores, de atisbar la belleza y la espiritualidad en las cosas, incluso en aquellas que parecen ocultas. La poesía no hay que buscarla en la envoltura de un libro. A aquellos seres absurdamente normales que no varían sus días, o que han tenido un problema en sus vidas que los ha dejado amargos o traumatizados, la poesía se les aparece inesperadamente, en un gesto, en una frase. Sin matemáticas no habría puente ni pirámides; ni las habría sin poesía. Poesía es lo que nos salva… ».

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