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El director del equipo Cuba de béisbol debe ser…

Hay mucha expectativa en la afición. Se espera que designen a un hombre que le devuelva la esperanza a los seguidores de nuestro pasatiempo nacional, aunque, como dice el refrán popular: un solo palo no hace monte

Autor:

Norland Rosendo

Lo que había sido un novelón azul en las dos últimas temporadas cubanas de béisbol, se ha vuelto multicolor ahora, cuando la gente amanece preguntándose y preguntando: ¿quién será el próximo director de la selección nacional?.

Prefiero pensar que el enfoque no se reduzca a una persona que, por mucha voluntad que tenga, por muy líder que sea, por mucho que siga siendo un hombre de béisbol con probados exitosos en el terreno y el puesto de timonel, no puede devolverle como un mago el esplendor a un deporte que necesita transformaciones profundas y perspectivas para levantarse, porque caer no puede más.

Sin embargo, resulta un paso estratégico darle las riendas de la selección cubana para la actual campaña internacional a alguien con criterio y que sepa asumir su responsabilidad, más que culpar a los atletas por las derrotas. A fin de cuentas, pierde el equipo, que es la conjunción armónica de jugadores y entrenadores.

Un hombre que exija disciplina táctica, pero que antes la enseñe. Porque en el duelo entre bateador y lanzador no pueden ganar ambos, pero sí los dos deben hacer lo mejor para buscar salir airosos, y eso no se improvisa. Hay más probabilidades de lograr un elevado de sacrificio con un pitcheo alto que con uno en zona baja. Lo sabe el pitcher y también el que empuña el madero.

Cuba necesita un director que cuando vaya al box a tumbar a un lanzador le sepa decir en qué se equivocó, y no le tiemble la mano para sustituir a un bateador que lleve la encomienda de esperar un strike —porque los números dicen que en los últimos torneos en el extranjero los nuestros son los de peor average ofensivo al tirarle al primer envío— y no se haya encajonado cuando esté soltándole el madero a lo primero que le lancen.

Pensemos en un director que sea protagonista en el proceso de selección de los atletas, que piense en armar un equipo y no un Todos Estrellas, uno que no se deje llevar por los nombres y los currículos. Que diga: o soy o no soy. Que no esté preocupado por agradar a superiores, sino a sus muchachos, a la afición y a sí mismo. Porque todo mentor sale a ganar, a buscar su gloria.

Un hombre que vea a la selección como una familia, que les diga a todos y a cada uno las cosas, las buenas y las malas, de frente, mirándole a los ojos, pero sin herir. Esos siempre van a ser admirados, respetados. Hay ejemplos, leamos las entrevistas a muchos de los mejores peloteros que ha habido en los últimos años, ahí aparecen nombres, incluso, de los que hoy son candidatos de la afición.

Pensemos en cuál es el mejor de todos los posibles. Depositémosle la confianza. Podrá perder, pero que sea jugando un béisbol que combine nuestra escuela y la moderna.

No creo, empero, que eso baste para salir del slump. Sin la constelación que hoy vive fuera de Cuba es difícil un salto competitivo espectacular. Cambios en los métodos para confeccionar el equipo y desarrollar los entrenamientos (esto último, según la opinión de muchos expertos), ayudarían a devolver la confianza de los seguidores en nuestro deporte nacional.

Lo otro es pensar en la reconstrucción a largo plazo, y para eso, una Academia Nacional es imprescindible. El profesor Franger Reinaldo le presentó a la antigua presidencia del Inder una propuesta, valdría la pena releerla.

Dentro de poco se sabrá a quién le dan el equipo nacional. Hay un oro en Lima y un boleto a Tokio 2020 esperando al menos por otra cara de la pelota cubana.

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