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Sanar, aprender y traducir: tres caras de una misma misión

Para la cienfueguera licenciada en Enfermería Yanetsy Moya Suit, Andorra dejó buenas historias

Autor:

Laura Brunet Portela

CIENFUEGOS.— Cinco días antes de subir la escalerilla del avión, el grupo cubano de profesionales de la salud había dado el alta al último paciente activo con COVID-19 en Nostra Senyora de Meritxell, único hospital del Principado de Andorra.

«Ahora sí estaba cumplida la misión», recuerda la licenciada en Enfermería Yanetsy Moya Suit, miembro de la Brigada Médica Henry Reeve.

«Fue mi primera salida del país, y las circunstancias en que sucedió me retaron, como persona y sobre todo en el plano profesional», consideró la cienfueguera.

«Trabajé en salas de cuidados intensivos como enfermera general y luego en salas con pacientes positivos a la enfermedad. Después transité por los servicios de Cirugía y Traumatología y culminé en una residencia de ancianos», enumera la sureña.

El desempeño de esta muchacha, diplomada en Ginecología y Obstetricia, exigió más que sus destrezas como enfermera. Ella sanó, asistió a los pacientes que no tenían permitida compañía, aprendió, fue maestra para otros que estiman los métodos cubanos y hasta sirvió de traductora.

«Cuando me convocaron estaba en una preparación en el idioma vietnamita para ir a trabajar a esa nación asiática, y ese era el idioma que más fresco tenía, y el español claro. Pero en Andorra los médicos me llamaban para que los asistiera como intérprete improvisada —unas veces en inglés y otras en francés— para acortar la barrera idiomática, que en nuestro sector es bastante dañina», dijo.

Más de 79 000 habitantes para un solo hospital, el ejercicio plurilingüe de la profesión, una pandemia de alto contagio y una geografía desconocida pusieron a prueba la versatilidad de los sanadores cubanos.

Llevar los procederes médicos a la par de los sistemas tecnológicos con los que habitualmente se trabaja en Nostra Senyora de Meritxell fue una rutina que los de la Mayor de las Antillas también lograron dominar.

«Pudimos experimentar allí lo que en Cuba también se desea: un sistema de salud apegado a las tecnologías de la informatización y las comunicaciones, con el objetivo de trabajar con mayor agilidad. Al principio eso nos chocó, pero como los cubanos desafiamos todo, logramos manejarlo en solo una semana», aseveró.

Con dos décadas de experiencia trayendo bebés al mundo, en Andorra la cienfueguera conoció otra forma de nacer: «Ver a alguien salir de la dependencia de los respiradores, despedirse en la puerta, agradecernos por la ayuda y volver con sus familiares».

La misión médica cubana mereció ventanas y puertas abiertas todos los días a las 8:00 de la noche; ganó canciones, besos lanzados desde los balcones y aplausos como autores del mejor arte: el de sanar y dar vida. 

Antonio, «el del primer cubículo», fue de sus pacientes más entrañables: «El primer día me llamó y me dijo: Estuve en Cuba, yo conocí a Fidel. ¡Viva Cuba! Y eso me llenó de emoción; saber que en un lugar tan lejano también había personas que conocían a mi Isla y se habían llevado el cariño de mi pueblo», rememora esta enfermera.

Sus últimos días en la misión transcurrieron en una residencia de ancianos. Foto: Cortesía de la entrevistada

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