Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nuestra América y el deber de Cuba

Autor:

María Caridad Pacheco González

Un texto cardinal del pensamiento latinoamericano y expresión consumada del proyecto revolucionario de José Martí lo es el ensayo Nuestra América, el cual se publicó, por vez primera, en La Revista Ilustrada, de Nueva York, el 1ro. de enero de 1891, y en El Partido Liberal, de México, el 30 de enero.

Y lo es porque en él, el Apóstol inscribe entre sus tesis que el peligro mayor para la América Latina es el imperialismo de Estados Unidos, del que solo podrían salvarse nuestros pueblos mediante soluciones propias, el espíritu creador de estadistas y pensadores, la participación de los oprimidos, la defensa de nuestra identidad cultural y la unidad estratégica e integración de los pueblos de la región.

Dos años antes había emprendido una batalla trascendente contra una vejaminosa publicación en The Manufacturer, de Filadelfia, cuyo contenido había sido comentado en The Evening Post, de Nueva York. El artículo de marras trataba sobre las ventajas y desventajas de la compra de Cuba por Estados Unidos, lo que de por sí constituía un insulto a la dignidad del pueblo cubano.

Cuando Martí se refiere a las razones que tienen los cubanos para desconfiar de Estados Unidos afirma: Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting. La profundidad del análisis martiano tiene como base no solo la amenaza de anexión, sino también la perspectiva histórica que le permitió valorar los intereses polarizados de las dos Américas, distintas por su origen, cultura y composición social.

Además de ser el año del artículo Vindicación de Cuba, alegato contra el afrentoso artículo ya mencionado, 1889 fue el de la 1ra. Conferencia Internacional Americana, celebrada en Washington, a cuyos delegados procedentes de América Latina dedicaría su brillante y aleccionador discurso conocido como Madre América, en el cual subrayaría que la libertad obtenida por la América del Norte en 1776 había sido sectaria y basada en la esclavitud, y había dado origen a un país codicioso que mostraba sus pretensiones de dominación en el resto del continente.

Estas circunstancias lo llevaron a vislumbrar el deber de Cuba en América, revelado magistralmente en la carta inconclusa dirigida a Manuel Mercado poco antes de su caída en combate.

Con Fidel y la Revolución Cubana comenzó la segunda y definitiva independencia a la que aspiraba el Apóstol, lo cual significaba colocar a la nación en un camino autónomo de desarrollo, fraguar la unidad en su estrategia política y alcanzar la justicia social como esencia del movimiento emancipador. En ese contexto se multiplicó como nunca antes el espíritu internacionalista, con el cual los revolucionarios cubanos saldaban su propia deuda con la humanidad.

Para el Apóstol, una vez lograda la independencia Cuba podía establecer relaciones con Estados Unidos sin detrimento alguno de su estrategia liberadora y antimperialista. Ello formaba parte de la idea del equilibrio como vía de defensa, lo que no significaba en modo alguno negar la posibilidad de establecer una política de inversiones extranjeras que contribuyera al desarrollo nacional.

Pero ese empeño por estrechar los vínculos amistosos con el pueblo norteamericano, que había dado muestras fehacientes de solidaridad con la causa cubana, y de «salvar la honra ya dudosa» del Gobierno de Estados Unidos, tenía para Martí condicionamientos éticos indispensables, porque «el desdén de un pueblo poderoso es mal vecino para un pueblo menor», y urge desaparecer la desigualdad en el tamaño «a fuerza de igualdad en el mérito», como proponía el autor de Nuestra América.

 

(*) Subdirectora de Investigación del Centro de Estudios Martianos

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.