Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Remedio infalible

Conversación con Chanell Cabrera Sanson, bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba, a raíz del Día Internacional de la Danza

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Para espantar la timidez que la invadía, la madre acudió a un remedio que le habían asegurado era infalible: la danza, sin imaginar que en lo adelante su pequeña Chanell Cabrera Sanson no iba a querer jamás curarse de ese bendito padecimiento de «eterna pasión» que le sobrevendría. Ahora, mientras entrena a diario desde casa para seguir en busca de la exquisitez, la bailarina principal de la más importante compañía de Cuba solo desea que la COVID-19 deje de ser una terrible pesadilla para volver de una vez a los escenarios donde sabe que puede contagiar a muchos con esa felicidad que la desborda cuando calza las zapatillas con las cuales suele hacer del arte una magia que no acaba.    

«Le agradeceré siempre a mi mamita que haya tenido esa brillante idea para quitarme la pena, pues me costaba desenvolverme delante de los demás. Por ahí inició un amor que se hizo más intenso gracias a una instructora de arte que ubicaron en mi escuela primaria Cesario Fernández, en Playa. Después los Talleres Vocacionales del Ballet Nacional de Cuba (BNC), en Calzada, pusieron el broche de oro. Cierro los ojos y me veo llena de felicidad formando parte de aquellos numerosos grupos de niños que participaban en los montajes de Eduardo Blanco como Hansel y Gretel, El soldadito de plomo, El camarón encantado...

«Fue en cuarto grado cuando me presenté a los exámenes de L y 19, los cuales vencí sin contratiempos. Cumplía a la perfección con las exigencias para esta carrera que desde pequeña me enamoró. Me ayudaba que además de poseer las condiciones físicas, era muy sacrificada, disciplinada, interesada... Por nada de este mundo me perdía una clase: para mí el día transcurría como si estuviera encantada, hechizada».

—¿Qué sucedió entonces con la natación? Porque si estudiabas en la Cesario Fernández...

—La natación me gustaba pero a la hora de elegir... Recuerdo que justo después de que nos enteramos de que había aprobado, mi mamá me dijo: «Tú decides, si quieres puedes continuar en el deporte...», a lo cual le respondí: «No, mamá, ballet, ballet es lo que yo quiero.

«No me importaba que se tratara de una carrera que exige esfuerzo y perseverancia constantes, en la que debes trabajar a conciencia, porque un día que falles es pérdida absoluta. Por lo tanto, desde que entré en primer año traté de demostrar que para mí no era un juego. Tuve maestros maravillosos que me ayudaron mucho, quienes consiguieron que mis deseos de bailar crecieran hacia el infinito.

«La primera fue Maribel Berenguer, la cual desempeñó un papel esencial en esos años iniciales tan determinantes, pues son en los que uno se comienza a formar desde el punto de vista académico, técnico. Después esa responsabilidad la asumió la maestra Raquel Agüero, quien ya en cuarto y quinto años empezó a prepararme para los concursos.

«En cuarto lamentablemente no pasé la audición y fue muy duro, porque había hecho un esfuerzo gigantesco, pero, bueno, todo pasa por algún motivo. Entendí que debía esforzarme el doble, y en quinto pude recoger los frutos: me otorgaron el Premio a la Revelación y la medalla de oro, gracias a las variaciones de Esmeralda y de la Odalisca de El Corsario, y a una coreografía que me montó Laura Domingo, la hija de la maestra...», le narra a JR esta muchacha que se ve bailando Giselle, Don Quijote, Carmen...

«Definitivamente ese último año de nivel elemental resultó muy estimulante, no solo por el concurso, sino porque conseguí el pase de nivel hacia la ENA: otro nuevo escaño para continuar superándome con el apoyo sistemático y la entrega de maestras realmente impresionantes, como Martha Iris Fernández, subdirectora artístico-pedagógica de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso; y Ester García. Fue genial tenerlas tan cerca no solo por el entrenamiento para los diferentes certámenes competitivos, sino también participar junto a ellas en intercambios que se dieron en Italia, México, Sudáfrica, Perú, Canadá...

«Una adolescente de 15 años no olvida jamás una experiencia así, máxime cuando se aspira a bailar tanto en Cuba como en el extranjero y hacerlo siempre manteniendo bien en alto el nombre de la Escuela Cubana de Ballet. Cuando lo consigues, el orgullo te llega al cielo».

—Imagino que la presión debe haber sido también grande...

—Siempre lo es cuando se quiere entregar lo mejor de sí, cuando se quiere emocionar, que el público vibre con tu misma emoción, que sueñe mientras tú sueñas. Y la única manera de conseguirlo es disfrutando al máximo cada baile, cada función, cada viaje, cada experiencia, por pequeña que parezca.

«Claro, esa adrenalina, esos nervios, por suerte, nunca te abandonan, lo cual permite que te mantengas con todos los sentidos activados... Cuando no has perdido ni un solo segundo en las clases ni en los ensayos, entonces son mayores las probabilidades de que el disfrute sea total... Y aquí tengo que caer nuevamente en mis maestras, sin ellas hubiera sido imposible materializar mis anhelos: las que ya mencioné y también Yuneisi Rodríguez Ana Julia Bermúdez, Ramona de Saá... Ellas moldearon con su dedicación y ejemplo a la bailarina profesional que soy en la actualidad».

—Y todavía en la ENA continuaron los concursos...

—En primer año competí en otros dos certámenes y volví a obtener medalla de oro, luego la escuela entró en un proceso de reconstrucción que limitó estos eventos, aunque permanecieron los encuentros académicos, las funciones... En segundo me lastimé y fue terrible: se me hizo una fractura en el dedo gordo: una cargada no salió bien, me resbalé y caí sobre ese pie con las zapatillas de media punta, el mismo sobre el cual hago los fouettés.

«El dolor era insoportable y me angustiaba hasta ajustarme la zapatilla. Vivía a base de pastillas. Paraba una semana y me reincorporaba en la próxima, porque no quería dejar de bailar. Fueron dos o tres meses en recuperación que a mí me parecieron una eternidad».

—¿Llegaste a temer en algún momento que no te escogieran para integrar el BNC?

—Uno nunca está ciento por ciento segura de si te escogerán, y yo no soy una bailarina alta, pero no pensé en nada más que en la meta que debía alcanzar. Para lograrlo trabajé duro, me esforcé cada día más, para que, sucediera lo que sucediera, no quedara por mí... Y fui recompensada.

«Estaba consciente de que entrar a la compañía significaba empezar casi de cero, que se trataba de otra etapa superior, de máxima exigencia; que tocaba evidenciar que amaba mi profesión, que continuaba dispuesta a vivir para y por el ballet. Como mi sueño es bailar, entonces asistía a todos los ensayos, aunque no estuviera en el elenco, hacía ver que para mí es tan importante integrar el cuerpo de baile como asumir un rol de solista. Era el momento de poner en práctica, de desarrollar y perfeccionar todo lo que había aprendido en la escuela».

—¿Encontraste oportunidades dentro del BNC? 

—Desde el mismo comienzo. Trabajé mucho con el coreógrafo Eduardo Blanco, quien creó Pulso romántico para Yankiel Vázquez y para mí, al igual que Hansel y Gretel, un montaje que disfruté sobremanera, porque me hizo recordar la etapa de los Talleres, cuando miraba a las bailarinas y soñaba ser como ellas, y ahora venían las niñas a decirme que se veían en mí. Maravilloso, ¿no?

«Me marcó haber bailado Tarde en la siesta, del maestro Alberto Méndez, cuando apenas llevaba un año en el Ballet. Esa fue una gran oportunidad que me dieron, como cuando le llegó el turno a Cupido, las amigas o a la gitana de Don Quijote, o al cuerpo de baile de Giselle (todo una escuela para una bailarina), antes de hacer las amigas o las dos wilis; o el pas de troi y los cuatro patos de El lago...

«Sí, me he sentido una bailarina bendecida, dichosa, privilegiada que ha conseguido, además, interpretar los roles principales de La fille mal gardée, La Cenicienta, Muñecos, La flauta mágica... Pero jamás he creído que existen papeles menores. A todos uno los engrandece o los minimiza en dependencia de cuánto le pongas el corazón, de cuánto estudies el estilo y perfecciones la técnica; de cuánto ames tu profesión.

«Suelo bailar en escena con Yankiel Vázquez, también bailarín principal, y cada vez que tenemos un tiempo extra nos juntamos para profundizar en la relación de pareja, para seguir potenciando esa química que debe existir entre los dos, para estudiarnos frente al espejo; las cargadas, que el ballet las tiene muy difíciles... El trabajo constante es, al final, lo que hace a un bailarín. Siempre estoy inconforme, siempre quiero más».

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