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El santo de casa que sí hizo milagros (+ Fotos y Video)

En América Latina no existe ninguna ciudad fundada en el siglo XIX que haya sido declarada Patrimonio Mundial, excepto Cienfuegos. Pero la Perla empezó a destellar con fuerza y a hacerse notar en el mundo gracias a la labor abnegada y constante del arquitecto Irán Millán Cuétara y su valioso equipo de trabajo

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Ciertamente es el director de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Cienfuegos, pero Irán Millán Cuétara prefiere que lo nombren el conservador, porque en verdad esa ha sido, insiste, su labor diaria, el tema que lo ha apasionado durante tantos años. La mayor sorpresa para Juventud Rebelde es descubrir que quien puede decir con los ojos cerrados de qué color están pintadas las deslumbrantes edificaciones de la Perla del Sur, los más preciosos rincones por donde se escabulle el sol y hasta las tonalidades que toma el mar a determinadas horas del día, nació en Mariel, aunque allí haya vivido muy poco tiempo.

Mas no crea el lector que quien se graduara de arquitectura fue a parar de inmediato a la villa Fernandina de Jagua. Nada de eso: primero se mudaría con su familia para San Cristóbal, y luego para Artemisa, persiguiendo un preuniversitario en el cual pudiera estudiar su hermana, hasta que surgió la necesidad de trasladarse a la tierra que el 22 de abril de 1819 fundaran colonos franceses encabezados por Don Luis de Clouet y cuyo centro histórico porta con orgullo la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad.

«Después del 59, mi padre empezó a trabajar con el Ministerio de Industrias, por lo cual lo enviaron, como superintendente general, a acometer la fábrica Inpud: una de las grandes obras de los primeros años del período revolucionario. Más tarde le tocó ser el director de construcción civil de la Termoeléctrica de Cienfuegos. Así fue como, con 14 años, vine a parar a esta ciudad mágica.

«Transformada hoy en cabecera de provincia, Artemisa, el territorio que más me marcó de niño, era, en aquellos tiempos, un pueblo, y La Habana, la cual solo podíamos visitar esporádicamente, constituía nuestra única referencia de ciudad. De modo que cuando nos encontramos con Cienfuegos nos pareció que habíamos “aterrizado” en París. La calle San Fernando, de noche, llena de anuncios lumínicos, nos impactó para siempre», confiesa quien desde temprana edad se vio proyectando edificaciones.

«Tuve la convicción desde antes de venir a vivir a Cienfuegos, mientras estudiaba en la secundaria básica en Artemisa. Junto con Leonor, una compañera que ya no está físicamente, matriculamos un curso dirigido de Dibujo Técnico, que entonces se pagaba. Luego nos inscribimos en un círculo de interés de artes plásticas, porque ya estábamos seguros de nuestro provenir...».

‒¿Por qué esa seguridad?

‒Fue lo que vi en mi casa: a mi padre como constructor civil con su pequeña brigada realizando algunos proyectos. Por otra parte, al igual que mi hermano mayor, yo tenía facilidades para el dibujo, lo cual me motivaba. Desde niño empecé a leer y a buscar información, porque esa carrera me apasionaba.Ya establecidos en Cienfuegos (estoy hablando del año 1965, 1966) nos unimos a un círculo de interés de Arquitectura, que volvimos a retomar en el preuniversitario.

«Para mí resultó una bendición que fuéramos a parar al llamado Reparto Eléctrico o de los Técnicos, construido por el Micons para agrupar a los arquitectos graduados en La Habana que vinieron a cumplir su servicio social. Eran diez casas, y en una de ellas vivíamos nosotros, por lo tanto, todos me facilitaron información para el círculo de interés. Con decirte que hasta ayudé a dibujar y a hacer el estudio de color de la nueva pizzería de Cienfuegos. Me dejaban meter la cuchareta por el interés que demostraba. De algunos heredé sus bibliotecas o la mesa de dibujo. Ya me sentía un arquitecto sin haber iniciado la universidad.

«Cuando concluimos el preuniversitario, en 1968, varios matriculamos arquitectura en la Cujae, que era donde único se podía estudiar entonces esa especialidad. En total éramos cientos en primer año, tantos que casi no cabíamos en aquel edificio de siete plantas. Te hablo de una época en que muchos profesores emigraron del país, al igual que arquitectos de renombre, lo cual obligó, por ejemplo, a desarrollar el sistema de instructores, pero también se quedaron otros que eran brillantes: Antonio Quintana, Mario Girona, Mario Coyula, Manuel A. Rubio... A través de ellos nos nutrimos de lo mejor de la arquitectura cubana de antes y después de la Revolución. Muchos eran los autores de los libros que leíamos o sus nombres destacaban en las placas de los edificios que admirábamos. El orgullo que sentíamos era grande, también el compromiso.

«La exigencia de esos profesores era enorme, porque tenían autoridad, prestigio, conocimientos, por lo que pocos pudimos continuar la carrera. Existía una asignatura en la que todo se hacía a mano alzada y quien no la pasara podía despedirse de la carrera. En mi caso contaba con una preparación anterior que me permitía salir airoso. Mi talón de Aquiles se hallaba en las asignaturas relacionadas con el hormigón armado, las estructuras, Cálculo I, Cálculo II, Cálculo III... Un castigo, me llevaron recio... Pero logré terminar y graduarme tras cinco lindos años de mucho esfuerzo.

«Mientras estudiaba arquitectura vino conmigo a La Habana mi novia cienfueguera con el sueño de convertirse en sicóloga. Tuvimos que casarnos por insistencia de mi suegra, a quien no le gustaba la idea de que anduviéramos solos, ni siquiera cuando veníamos a Cienfuegos. Nos hicieron la boda el 1ro.de noviembre de 1972. Al año y tanto mi esposa salió embarazada y nació nuestro primer y único hijo».

―¿Qué ocurrió después de que se graduara?

―Ya se había abierto en Santiago de Cuba la escuela de arquitectura y urgía hacer lo mismo en Santa Clara. Hablaron con nosotros, con los que éramos instructores. En mi caso había sido primero de Perspectiva ambiental y después de Historia de la Arquitectura, guiado por el destacado profesor Roberto Segre, el cual vino desde Argentina a apoyar, en la docencia, a la Revolución. Me ubicaron, por tres años, dando clases en la Universidad Central de las Villas y trabajando en la Empresa de Proyectos del Micons, en la parte de Vivienda y Urbanismo.

«Ya mi esposa se había graduado y estaba en Cienfuegos junto a nuestro hijo. Por tanto, ya no hacía nada en Santa Clara. A mi regreso, un amigo me llevó al Gobierno. Se habían creado los órganos del Poder Popular y buscaban a alguien con condiciones para que asumiera la dirección municipal de algo que entonces se llamó Control Urbano. Fueron cuatro años muy interesantes en los que aprendí de la ciudad, de su patrimonio, cómo cuidarlo, sobre regulaciones urbanas…».

Surge una pasión

‒¿De qué manera entra en contacto con el universo del patrimonio?

‒En esa etapa que te cuento se fundó también la Comisión Provincial de Monumentos, cuya membresía integré. Era el tiempo de las diez instituciones básicas que cada territorio debía poseer. Así empecé a vincularme con el patrimonio, cuando estaba en la Dirección de Control Urbano. A solicitud del Partido me trasladé para la Dirección Provincial de Cultura, para reforzar ese equipo.

«El incipiente departamento de Patrimonio contaba con tres compañeros, y conmigo ya éramos cuatro, que nos encargamos de desarrollar todos los museos municipales de la provincia, y de los proyectos de restauración y montaje. Aprendimos mucho, tuvimos un training violento, el esfuerzo resultó extraordinario, pero valió la pena».

«Quisiera empezar el rescate por una cuadra del centro histórico», le dijo Irán al entonces Presidente del Gobierno. Foto: Cortesía del entrevistado

‒Con el tiempo algunos vieron lo de la puesta en marcha de las diez instituciones culturales como un error...

‒Yo lo considero como la alfabetización cultural que necesitaban los municipios y el país. Los presidentes de los gobiernos querían cumplir con la Ley 23 de los museos municipales, sin embargo, en los territorios apenas existían locales que acogieran dichas instituciones. Si se desocupaba una casa, enseguida me avisaban. No olvidaré que al llegar a Abreus me dijeron que en ese mismo espacio tenían que estar la galería de arte, la librería y el museo, que esa era la orientación. No me quedó más remedio que ir a hablar con el presidente, el compañero Salvador, una excelente persona, ya fallecido. “No, no, arquitecto, ahí tienen que ir las tres”, reaccionó. “¿Pero usted ha ido a algún museo, usted sabe lo que es un museo?, le pregunté. “No, jamás”, me respondió. Querían cumplir, pero no tenían referencias ni experiencias previas al respecto... Le llevamos toda la documentación, le explicamos sala por sala, y el hombre cedió el local solo para el museo. Fueron experiencias que posibilitaron un aprendizaje muy importante.

«Recordemos que nosotros negamos la seudorrepública y al principio de la Revolución prácticamente demolimos todas las glorietas de nuestros parques, porque ahí era donde se paraban los politiqueros a dar el mitin. Pero, ¿y dónde se paraban los pobres hombres si no era allí mismo? Cuando armamos los museos empezamos a colocar fotos antiguas del Paseo del Prado de Abreus, y el de Cumanayagua; de la glorieta del parque Villuendas, de Cienfuegos, y la de Palmira... La población no tardó en solicitar que se recuperaran esos lugares en las asambleas de circunscripción, y hubo que reconstruir los monumentos que se demolieron en los primeros años... El pueblo comenzó a apropiarse de su historia, sobre todo los jóvenes...

«Yo creo que toda esa experiencia posibilitó una alfabetización cultural y patrimonial, al igual que contar con un coro o un grupo de teatro... Fue muy grande, maravillosamente sorprendente para la gente. Como cuando se descubrió el cine, la televisión serrana: estaban presenciando, a través de imágenes, una ciudad que desconocían...

«Quizá ‒también debo decirlo‒ fue muy apresurado todo en el sentido de que se contó con muy poco tiempo, y ya sabes que los cubanos vamos dejando para el final el cumplimiento de las tareas, por tanto hubo que trabajar muy fuerte. Aquí conseguimos, por ejemplo, que la Galería de Arte Universal nuestra fuera la mejor del país. Recuerdo cuando vimos por vez primera la Mona Lisa en una reproducción de calidad. Fue un proyecto muy lindo, porque junto con las pinturas colocamos el mobiliario representativo según el estilo de las obras. Era como una especie de museo de ambiente con el leitmotiv de las reproducciones de arte...

«También inauguramos el Museo de la Clandestinidad Hermanas Giralt, en su casa natal, dedicado a las dos combatientes cienfuegueras, lo cual nos obligó a investigar, a compartir con combatientes, a tocar puertas en busca de donaciones que sustentaran las vitrinas y poder completar el diseño museográfico y museológico. Sin dudas, esa labor me ayudó enormemente. Al mismo tiempo, empecé a trabajar con el patrimonio material».

El Tomás Terry completa la trilogía de los teatros del siglo XIX en Cuba, junto al Sauto, de Matanzas; y La Caridad, de Santa Clara. Foto: Cortesía del entrevistado

‒Quien lo escuche hablar con esa pasión le costará creer que no sea cienfueguero de nacimiento...

‒Toda una vida he tenido la divisa de que uno no es de donde nace, sino de donde lucha y crece. Desde mi puesto de trabajo, siempre serio, responsable, me he ido ganando un espacio y una valoración favorable de este pueblo y de los directivos del territorio, tanto del Partido como del Gobierno, porque saben que conmigo no hay palabra empeñada que no cumpla. Si usted se compromete, usted cumpla. Esa es la mayor autoridad que se puede tener.

«Pues bien, ese modesto puesto laboral comenzó a crecer y surgió la Oficina de Monumentos con 11 miembros, lo cual me permitió ponerme a trabajar directamente con el Gobierno en el plan de rescate del patrimonio. Lo tengo que decir categóricamente: poco a poco fuimos recibidos, reconocidos y apoyados por las máximas autoridades, lo cual no se gana, por supuesto, en un día. Hay compañeros que me dicen: “tú has logrado lo que yo no he podido en mi ciudad”, pero es el resultado de la constancia, de mantener una línea y del acompañamiento de las autoridades.

«Recuerdo cuando le pedí un voto de confianza a José Hernández, entonces presidente del Gobierno. “Quisiera empezar el rescate por una cuadra del centro histórico”, le dije. Cienfuegos se reconocía por aquel tiempo como la ciudad de los apuntalamientos: a inicios de los 90 había 23 en esa zona...».

‒¿Ya en ese período formabas parte del equipo de Patrimonio?

‒Entré oficialmente en 1981. Claro, en esos primeros años le dediqué mucho tiempo a los museos. Pero, paralelamente, Daniel Taboada, padre de la restauración en Cuba y miembro de la Comisión de Monumentos que atendía Cienfuegos, confió en mí y me preparó, me educó. Recibí de él, y sigo recibiendo, enseñanzas permanentes...

La cuadra bendita

‒¿Y por fin le entregaron la cuadra?

‒Sí, y pedí tres albañiles, tres o cuatro pintores... «No se acerquen hasta que no haya terminado», les solicité. Yo contaba con un gran restaurador, Rajadel, quien trabajaba en la Empresa de Mantenimiento; el hombre era brillante, y lo embullé: «Vamos a meterle», le dije. Había dos apuntalamientos en esa cuadra, que intervinimos, y el día que concluimos invitamos a las autoridades. Cuando el Presidente del Gobierno provincial vio el resultado, me dijo: «Irán, a partir de ahora seguimos en la restauración del centro histórico, y yo te voy a poner una brigada permanente». La gente no entendía: «¿Cómo ustedes están ahora restaurando cuando todo está detenido?». Fue una etapa difícil en el país, pero había voluntad política.

«Era pleno período especial, cuando la gente solo pensaba cómo resolver sus alimentos, mas nosotros estábamos empeñados en salvar el patrimonio. ¡Locos! ¿no? Pero era gente de luz larga que se dio cuenta de que era el momento de apoyar. Porque hablemos claro: no solo quienes trabajamos en este sector somos servidores públicos de los que hacen la política; les damos los instrumentos para que implementen una linda política, con resultados, y también brillamos, por lo tanto,debemos lograr que lo que hagamos siempre sea útil y se convierta en representante de nuestra voz, de nuestra obra».

‒¿Cómo consiguieron despertar ese amor por el patrimonio en el pueblo cienfueguero?

‒Todos los cursos de posgrado que pasé en La Habana los empecé a reproducir después aquí, gracias a que fui presidente, durante dos períodos, de la Sociedad de Arquitectura, segmento especializado de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC). Poco a poco nos propusimos inocular esa pasión en los corazones de los cienfuegueros, algo que al principio no aceptaban, porque como “el patrimonio es para las ciudades viejas” y Cienfuegos vive orgullosa de su modernidad...

«Y sí, en el primer curso de posgrado matriculó un solo arquitecto, los demás eran trabajadores de Cultura, porque dedicarse a lo viejo no prestigiaba a un profesional de esa categoría, interesado nada más que en las grandes obras, los grandes hoteles, las grandes fábricas... Quienes nos dedicábamos a esta rama no éramos valorados en el país...

«Recordemos que también en el país las ciudades del siglo XIX no eran reconocidas patrimonialmente, y la atención se concentraba únicamente en las villas fundadas por Diego Velázquez. Pero empezamos a preparar la propuesta para que a Cienfuegos se le otorgara la condición de Monumento Nacional. Y me decían: “tú te quieres comparar con La Habana, con las siete primeras villas”. Y yo no quería compararme con nadie. Sabía que Cienfuegos poseía sus propios valores, así que preparamos el expediente y logramos la declaración: la primera ciudad en Cuba surgida en el siglo XIX que lo conseguía.

«Y figúrate, en cuanto clasificamos dentro de las ciudades patrimoniales, los cienfuegueros empezaron a sentirse más orgullosos. Nosotros seguimos trabajando, restaurando, siempre con la asesoría de Daniel Taboada e Isabel Rigol, directora del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (Cencrem) del Ministerio de Cultura, quien confió e “invirtió” en mí: me mandó a estudiar a Italia, a realizar diversos trabajos... Tuve dos importantes padrinos; en la vida es muy necesario hallar personas que te apoyen y te indiquen el camino, porque abrirse paso en este mundo no es fácil.

«No soy cienfueguero, y costó que los cienfuegueros aceptaran que fuera yo quien encauzara el rescate del patrimonio y su historia, pero se ha trabajado duro y con amor y responsabilidad. Y ya ves: hasta me han hecho Hijo Ilustre. El cienfueguero tiene un sentimiento de pertenencia muy fuerte».

El brillo de la perla

‒¿De qué modo nació la idea de declarar a Cienfuegos Patrimonio Cultural de la Humanidad?

‒En el año 2000 establecimos una relación cercana con la Universidad de Tulane, de Nueva Orleans, de donde son los primeros fundadores y pobladores de esta tierra (muchos están enterrados aquí) y conocimos a Gustavo Araoz, quien se hallaba en la directiva del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, Icomos, por sus siglas en inglés, el órgano que por la Unesco atiende el patrimonio. Este cubano radicado en Estados Unidos vino en varias ocasiones como parte de delegaciones. Como había sido testigo de lo que se estaba haciendo en la ciudad en un momento muy difícil, nos invitó a Isabel Rigol y a mí a Indianápolis, a un simposio, para que ofreciéramos una información sobre la restauración en Cuba y sobre Cienfuegos como caso de estudio.

«En aquel simposio se hallaban las vacas sagradas del patrimonio mundial, y allí, debajo de la gran cúpula del capitolio, hablando un inglés pésimo, este guajiro hizo la presentación con sus diapositivas. Cuando concluimos pareció como si Cristóbal Colón hubiera descubierto Cuba en ese instante. Fue así como quedaron maravillados con la Perla, y todo el mundo empezó a apoyar, a la vez que nació la idea de declarar a Cienfuegos Patrimonio Cultural de la Humanidad.

«Hay un refrán muy interesante que dice que santo de casa no hace milagros... A veces alguien tiene que venir y decirte: “José Luis, qué bueno tú eres en tu trabajo”. A veces estamos tan involucrados en nuestro quehacer que no nos percatamos de la obra que se ha realizado. En América Latina no hay ninguna ciudad fundada en el siglo XIX declarada patrimonio mundial: es la singularidad que tiene Cienfuegos. Está Brasilia, pero pertenece al XX, el resto se inscribe en los siglos XVI, XVII y XVIII, las más antiguas. Ahí radicó la principal fortaleza de Cienfuegos cuando se presentó en la Unesco».

En el año 2005 la Perla del Sur fue declarada por la Unesco, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Foto: Cortesía del entrevistado

‒Tuvo que transcurrir un lustro para que ese sueño que acaba de tomar forma, se hiciera realidad...

‒Regresamos y nos dispusimos a preparar el expediente. Acudimos a La Habana, donde se hallaban las personas más capacitadas. Contamos con la tutoría, la asesoría de Isabel Rigol, nuestra alma, el ángel que nos guio, mientras la gente seguía con lo mismo: “ustedes quieren compararse con Trinidad”, y yo les explicaba: “Cuando se participa en una competencia olímpica de boxeo, tanto valor tiene la medalla de oro del peso ligero que la del peso completo”, así que continuamos con nuestro empeño.

«Imagínate que aquí no había ni una foto digitalizada; poseer una camarita era un sueño de millonario. Tuvimos que coger las fotos en blanco y negro de papel, de cartón, y escanearlas. Esas fueron las primeras imágenes que logramos de Cienfuegos. Se hizo un esfuerzo descomunal para conformar ese expediente, que fue aprobado por unanimidad. ¡Increíble! Tremendo impacto. Vinieron los expertos y también dieron un criterio favorable.

«Coincidió, además, con que se organizó en La Habana una reunión del Patrimonio Mundial y los participantes determinaron visitar la Perla del Sur, y yo que no quería. Ahora la ciudad es un bombón pero en esa época estábamos empezando a rescatarla. Sin embargo, preparamos “el show”: banda municipal, salón de protocolo, el alcalde, el gobernador, el diablo y la capa. Ese día Comunales se levantó a las tres de la mañana para barrer, no se vendieron paleticas, porque provocaban que cada rincón estuviera repleto de papeles...

«Llegado el momento, allí estábamos esperando la delegación y nada. Se apareció pasados 45 minutos. La llevamos al salón, entregamos los ramos de flores... y entonces nos dijeron:“miren, recibiremos lo que ustedes quieran y veremos lo que han ideado, pero ya recorrimos el centro histórico, y vamos a levantar la mano por Cienfuegos”. ¡Solitos! Por la documentación que habíamos presentado. Expertos al fin. Realmente esa visita nos ayudó enormemente.

«En el 2005 nos declararon Patrimonio Cultural de la Humanidad, justo una semana después de que el huracán Dennis pasara cerca del Castillo de Jagua. Sin embargo, lo que salía por los medios era que la ciudad estaba destruida... Esto que te cuento ocurrió un viernes, creo, y la asamblea final de todos los países iba a tener lugar a partir del lunes en Durban, Sudáfrica.

«Con la anuencia del Presidente, convocamos a los medios y les expliqué: “ustedes son excelentes periodistas, excelentes fotógrafos, pero les pido, por favor, una tregua para las noticias de Cienfuegos en relación con el huracán, porque aquí, en verdad, no hubo ningún daño”. Ellos me entendieron. Tuve que hacer una declaración, mandarla a la asamblea mundial. Pasó el lunes, pasó el martes... Y el viernes, 15 de julio, a las cinco de la tarde, sonó el teléfono.“Irán, ¡se aprobó Cienfuegos!”. Te juro que rompimos a llorar. Realmente fue un momento hermoso, la conclusión de un trabajo.

«El pueblo estaba muy afectado por el ciclón, pero el notición levantó el estado anímico de la gente. El acto de declaración lo dejamos para fin de año. Hicimos un gran espectáculo en el entorno del Parque Martí. A partir de este hecho, fue más fácil la creación de la Oficina del Conservador de la Ciudad. Nació el 1ro.de diciembre de 2007. Empezamos en mi casa porque no existía local aún. Cuando se nos facilitó, lo arreglamos un poco y nos trasladamos como al mes y medio. Allí fuimos creciendo hasta nuestros días».

‒¿Cómo ha resultado llevar las riendas de Oficina del Conservador de la Ciudad de Cienfuegos?

‒Nosotros no hemos sido cuadros, sino, históricamente, buenos técnicos. Me tocó enfrentar la dirección de la Oficina, que es de carácter provincial, con todo lo que ello implica y, además, fundar los diferentes departamentos, convencer a profesionales para se nos unieran, porque en las unidades presupuestadas los salarios son muy bajos comparados con los del sistema empresarial y otras vías.

«No obstante, hemos ido fortaleciendo la Oficina y contamos con una subdirección económica y una de promoción cultural conformada por tres grupos: uno de Cementerios, tomando la experiencia de Santiago y recordando que los dos de Cienfuegos son Monumentos Nacionales. En Cuba existen cuatro que constituyen museos del arte funerario al aire libre: los dos nuestros, Santa Ifigenia y Colón... Otro segundo grupo, de Trabajo comunitario, atiende la comunidad y las visitas dirigidas; el Proyecto Sendas, que es similar a Rutas y andares en La Habana... El tercero, radicado en el Centro Cultural Palacio Leblanc, reaviva la huella francesa en la ciudad.

Los dos cementerios de Cienfuegos son Monumentos Nacionales, y con el Santa Ifigenia (Santiago de Cuba) y el Colón (la Habana), constituyen los únicos museos del arte funerario al aire libre en el país. Foto: Cortesía del entrevistado

«La subdirección Técnica posee igualmente tres grupos: Arquitectura, Plan Maestro e Investigaciones históricas y aplicadas. También existe la de Aseguramiento, así como una escuela de oficios, base para recuperar oficios perdidos, y que ha atraído a jóvenes desvinculados, quienes reciben un estipendio que los ayuda económicamente en tanto se capacitan en varias especialidades: en yesería, vitrales, fundición, albañilería, restauración... Una vez graduados pueden trabajar en el sector estatal o privado, y perciben mejores ingresos que nosotros; son muy codiciados. Los preparamos para la vida, es un proyecto muy hermoso.

«Asimismo, existe un Departamento de Proyectos de Colaboración y Relaciones Internacionales. Creamos, además, una radiobase: Fernandina Radio, esa que se oye en el bulevar y que se llevará a ciertas áreas del centro histórico. Somos en total un equipo de 110 trabajadores, que quedó muy fortalecido con la celebración, el pasado año, del bicentenario, lo cual exigió un esfuerzo sobrehumano, mas nos hizo crecer, nos obligó a dar respuestas que no podían esperar. La Oficina nos ha permitido tener una visión integral de hacia dónde queremos llegar. Su integración a la Red de Oficinas del Historiador y Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba, con su líder por derecho propio y presidente, Eusebio Leal Spengler, nos ha unido en la salvaguarda del valioso patrimonio material e inmaterial del país».

‒En un principio, la celebración de los 200 de la Villa Fernandina de Jagua se pensó en dos momentos.  

‒En el primero: Cienfuegos 200, se realizaron obras y acciones para festejar el 22 de abril de 2019. A la segunda etapa la llamamos Cienfuegos va por más, con el objetivo de ir concluyendo, sin apuro, los proyectos que quedaron pendientes; lo preferimos así: demorarnos un mes, dos meses, lo que sea necesario, pero terminar con la calidad requerida. Esos maratones de última hora no quedan bien, y el pueblo nos juzga mal con toda la razón.

«Hemos aprovechado diferentes fechas conmemorativas como pretexto para ir rescatando y regalándole obras a la ciudad, de esas más de 400 que propusieron sus habitantes en las asambleas de circunscripción y que posibilitó confeccionar un programa el cual fue aprobado por la Asamblea Municipal del Poder Popular.

El Palacio de Ferrer estuvo entre las obras que se restauraron para las celebraciones del bicentenario de la villa Fernandina de Jagua, en 2019. Foto: Cortesía del entrevistado

‒La COVID-19 se interpuso esta vez a la celebración del aniversario 201…

—Cierto, pero de conjunto con el Gobierno Municipal y Provincial se logró mantener activo este nuevo aniversario, y se implementaron medidas especiales que aseguraron la promoción y preservación de nuestro patrimonio mundial.

«Ahora su centro histórico no tiene el bullicio habitual, y apenas es perceptible la presencia de la población en sus calles, paseos y plazas. Esta vez fue imposible celebrar masivamente esta señalada fecha, debido al aislamiento social, pero en cambio se multiplicó el trabajo cultural en las diferentes modalidades de las plataformas virtuales y redes sociales, buscando elevar nuestro espíritu.

«La COVID-19, que tantas angustias ha causado, no ha podido impedir, sin embargo, que continúen las intervenciones constructivas sobre el valioso patrimonio monumental que atesora Cienfuegos. Su cuidado y rescate no se han detenido. Se han estado realizando con los requerimientos técnicos, porque lo esencial es la protección de los trabajadores y de todos los cienfuegueros, quienes quieren que la perla de Cuba se consolide como destino obligatorio para conocer, valorar y disfrutar de la cultura cubana y universal.

«Nuestro escudo luce tres palabras mágicas que nos han conducido en estos 201 años: fe, trabajo y unión. Sabemos que si es importante la fe en el presente, también lo es mantenerla en el futuro. Trabajar duro, a conciencia, para seguir avanzando, nos permitirá desarrollarnos con firmeza, seguir avanzando con todos y para el bien de todos; y la unión, más que un eslogan, debe ser la fuerza que siga moviendo a los cienfuegueros. Siempre decimos que ser cubano es un orgullo, pero aseguramos que ser cienfueguero constituye un privilegio».

Los cienfuegueros quieren que la perla de Cuba se consolide como destino obligatorio para conocer, valorar y disfrutar de la cultura cubana y universal.

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