Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Aldabas

«(…) las aldabas nos recuerdan que el mundo está lleno de puertas herméticamente cerradas, puertas sordas, con o sin aldabas, a la que debemos seguir llamando a ver si alguien, por fin, contesta del otro lado y deja entrar un poquito de luz». Ser periodista es seguir tocándolas

 

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Cada vez que estoy rodeado de colegas, llegan los abrazos y también los desgarrones. Uno respira el mismo aire, siente el mismo ardor por lo que dijo y por lo que no pudo decir, por las pasadas batallas y por las que están ahí, ahora mismo, haciéndonos sangrar.

Cuando uno tiene al frente o al costado, la callada grandeza del agramontino Enrique Milanés o la voz sin temblores de la espirituana Elsa Ramos, comprende que esta profesión del periodismo (es decir, esta fiesta, esta sajadura), se lleva como una marca, con todas sus consecuencias.

Pepe Alejandro es el más justiciero de los periodistas cubanos. Una palabra suya es un galardón. Él toca la sociedad cubana en la fibra más íntima desde las cartas a Juventud Rebelde. Habría que levantarle un monumento a su conciencia, a su lealtad, a su testarudez.

Yo quiero estar donde él esté

No me lo podía creer cuando me pidió las palabras para un volumen suyo que seleccionaría sus crónicas de aquí, sus vivencias de allá… pero el implacable pasa y esas páginas no llegan. Le he amenazado con publicar un prólogo sin libro. Sépase que estoy en guardia, casi en vela, esperándote, José Alejandro Rodríguez.

No encontré camino mejor que irme al Centro de Estudios Martianos, a la casona de Calzada y 4, otrora residencia del matrimonio conformado por José Francisco Martí Zayas Bazán y María Teresa Bances. Cada objeto habla, cada pared. Un sobrecogimiento en la yema de mis dedos, mis ojos enrojecen cuando recorro la letra de imprenta, la colección de originales del periódico Patria que Marlene Vázquez, directora de la institución, pone ante mí.

Es un instante luminoso

New York, marzo 14 de 1892. «Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico». Lo que tantas veces he visto escrito, lo que jamás deberíamos olvidar. ¡Qué patria jamás sea una palabra hueca usada a conveniencia, como escudo de llamados espurios, de sacrificios inmorales!

Este es un día de muchas cabalgaduras. Virgilio López Lemus me recibe en la sonora esquina de Infanta y Manglar. Desde el piso 14 de su apartamento, La Habana deja ver sus desafíos, su osamenta. Hay poesía por todos lados queriendo escapar de un infinito estante. Y el investigador, el amigo, me permite grabarle los versos de El juego de las ambivalencias. Lo escuché por primera vez en la casa natal de José María Heredia y he seguido el hilo. Más que una inspiración, es una tesis:

«A un caballero de 60 años no le es dado tener un niño, porque el niño podría llegar a los 60 y el caballero no podrá sufrir su vejez (…) Tampoco sería bueno que cultivase rosas. Ellas le recordarían a diario cuán efímero es vivir. / Para un caballero de 60 años puede ser mejor pararse en la ventana, y ver el mundo externo incesantemente fluir».

No sé cuál es la historia de la calle Árbol Seco, pero a su fronda voy. Tres damas me reciben al final de una calle. Rosa me regala las palabras claves, un mantra para la esperanza, para el dolor: los hielos azules y el colibrí de la tradición hawaiana del Hoʼ oponopono. Eso y una sonrisa extensa, amorosa. Adriana hace buñuelos para mí, buñuelos con miel. No sabe que me está llevando a mi tierra, al regazo de mi madre. Y Alina, la Perera Robbio, la ilustre colega, envuelve la guayaba en el queso, me acompaña en las tinieblas, deja su puño y letra en el libro Las vidas que tengo.

Sus palabras me abrigan, ruedan conmigo, surcan esta Isla larga como una trompa de elefante, estrecha como una media de bebé. Y estas son: «(…) las aldabas nos recuerdan que el mundo está lleno de puertas herméticamente cerradas, puertas sordas, con o sin aldabas, a la que debemos seguir llamando a ver si alguien, por fin, contesta del otro lado y deja entrar un poquito de luz». 

Ser periodista es seguir tocándolas.

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