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La vida en Cintio (I)

Al cumplirse el centenario de su nacimiento recordamos con admiración al filósofo, poeta, intelectual, ensayista y martiano que fue Cintio Vitier

Autor:

Emilio L. Herrera Villa

Nació allí, en «el noble Cayo», un islote norteño de espíritu cubano. De alguna forma su neonato corazón percibió el olor a salitre y a Palma Real como suyos. En casa, su padre, el filósofo y maestro Medardo Vitier, contaba lo clamoroso, los vivas a la libertad, el verbo iluminado del Apóstol en aquellos lares. Sus narraciones aludían al sonido de las chavetas contra las mesas de torcido, a los aplausos de los dispersos, a la solidez del apretón de manos, a las ansias de los patriotas emigrados.

Fue en Cayo Hueso donde el héroe aprobó las Bases del Partido Revolucionario Cubano y sus Estatutos secretos. Allí confesó que ningún otro encuentro «movió tanto su alma a la reverencia y la ternura». Fue en Cayo Hueso donde el apoyo a la independencia resultó cabal. Decidió el destino que el niño Cintio Vitier Bolaños abriera los ojos, un 25 de septiembre de 1921, en este lugar tan ligado a José Martí y a nuestra identidad nacional: causas a las que se entregaría de por vida.

Poco tiempo después, la familia inició el primero de los múltiples viajes del futuro intelectual a Cuba. Y es que la vida en Cintio devino anuncio y realización. Siempre a punto de partir, de escarbar y regresar. De erigir universos complejos y coherentes, donde desataría su espíritu inconforme y creativo. Estudiaba, escribía, creaba, caminaba, hablaba, tocaba el violín, alimentaba su fe católica, defendía a la Revolución, lo hacía todo a la vez, porque poseía el apetito desmesurado de quienes existen por y para la cultura.

«El aporte más rotundo de su obra es precisamente aquello que le resultaba tan natural: hablar siempre desde la poesía. Llevar el conocimiento poético a todos los terrenos de su expresión, para ganancia de sus lectores y contemporáneos», dice a Juventud Rebelde el también editor y escritor José Adrián Vitier, quien con total amabilidad accedió a conversar, desde su perspectiva de nieto, sobre aquel hombre austero y digno.

Evoca con grato recuerdo la relación con sus abuelos paternos, Fina García Marruz y Cintio Vitier, un vínculo que se fue nutriendo con el pasar de los años. «Desde mi adolescencia, empezó a ejercer, sin proponérselo, una gran influencia sobre mí. Pero no fui consciente de esto sino hasta mucho tiempo después. Es algo que sonará extraño, porque creo que en realidad es extraño. Todo lo que me decía, y también todo lo que no me decía, adoptaba formas fantásticas en mi mente. Su persona y su esencia han servido de materia prima para muchas cosas; probablemente para más de las que puedo reconocer, incluso hoy».

Origenista 

Fue uno de los fundadores de la revista Orígenes (1944-1956), un decisivo movimiento de resistencia cultural cuyos integrantes se convirtieron en paladines de una nueva identidad de lo cubano distanciada de todo folklorismo y de presupuestos políticos establecidos.

Junto a los pintores Wifredo Lam y René Portocarrero, acogidos por la revista, el grupo Orígenes contó con la pluma de aquellos que Vitier agrupó en su antología Diez poetas cubanos (1948). Eran José Lezama Lima (director), Ángel Gaztelu, Octavio Smith, Gastón Baquero, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Justo Rodríguez Santos, Lorenzo García Vega y el mismo Cintio. Todos ellos nutrieron esta publicación que marcó una época de pensamiento, poesía y narrativa latinoamericana.

«Para mí es Orígenes en el sentido de raíces, nacimiento, génesis, y de génesis, por una parte de la patria, y por otra, de la poesía», escribió.

A decir del propio Vitier, la poesía «solo es concebible cuando lo vivido, al contagiarse del medio transparente de la intimidad, y por un salto de energía rigurosamente místico, da de sí lo que su tensión vital inmediata sofoca: las esencias».

El intelectual y su obra

José Adrián heredó de su abuelo la pasión por los libros viejos, los clásicos de puntas gastadas y dobladas que se conservan para ser releídos cientos de veces. También consiguió ojeras perennes, derivadas de la febril y prolongada lectura.

«Aunque podía dar apasionadas conferencias sobre cualquier tema de su interés, enseñaba sobre todo siendo quien era. Creo que su magisterio indirecto era más grande que el directo, sobre todo si contamos su obra escrita como magisterio indirecto. En el ámbito familiar no tendía a sentar cátedra, ni a hablar extensamente, salvo que uno le pidiera que se explayara sobre algo, cosa que yo no solía hacer. Su profunda sencillez, su simpatía, su bondad, así como su capacidad de síntesis, volvían inolvidables las contadas ocasiones en que formulaba expresamente una enseñanza. Como cuando me dijo estas palabras: Nuestra historia personal tiene grandes posibilidades de ser un fracaso. La historia de la Revolución tiene también grandes posibilidades de fracasar. La historia de la humanidad probablemente termine fracasando. Pero lo único que debe preocuparnos es esto: no merecerlo», recordó.

El editor y escritor José Adrián Vitier, nieto de Cintio. Foto: Tomada de su perfil de Facebook

Prolífero y diverso como pocos, en vida publicó alrededor de 15 poemarios, seis textos narrativos y una veintena de ensayos. Su crítica y ensayística colmó páginas en todo el mundo. Un legado tan profundo y extenso jamás se resumiría en un homenaje, ni siquiera en su centenario.

 «Su objetivo nunca fue analizar científicamente las raíces de nuestra identidad nacional, sino nutrirse (y nutrirnos) de ellas con mayor plenitud, que es en realidad para lo que sirven las raíces: para sostener y sustentar invisiblemente, sin que nadie sepa bien hasta donde llegan», caviló sin reparos José Adrián.

«Yo diría que la “cubanidad” no fue para mi abuelo un objeto de estudio, sino de contemplación. Hay aquí una diferencia sutil pero decisiva. Lo cubano no fue un tema que él sintiese la necesidad de explicar: fue una vivencia que sintió la necesidad de compartir. Compartir un misterio equivale a intentar un imposible, y solo la poesía tiene la clave para lograr esto. Quizá por ello en alguna parte mi abuelo escribió que el desafío de lo imposible era el único que le interesaba».

De su extensa creación recordamos títulos como Cincuenta años de poesía cubana (1952), Vísperas (1953), la traducción de Iluminaciones (1954), de Rimbaud, La luz del imposible (1957), Lo cubano en la poesía (1958), la edición facsimilar y crítica de Espejo de paciencia (1960), Testimonios (1968), Ese sol del mundo moral (1975), Rescate de Zenea (1987), la edición crítica de Paradiso (1988), de Lezama, Nupcias (1993) y Poesía escogida (1999), entre otros.

Lo cubano en la poesía, uno de los textos sustanciales de nuestra cultura, acentuó la lucidez cognitiva de este investigador, colocándolo casi ipso facto como uno de los más importantes estudiosos de la literatura en Cuba. En sus páginas analizó todo el proceso poético nacional, desde el período insular hasta la primera mitad del siglo XX.

En esta obra analizó la historia de la Isla, estableciendo una enérgica relación con la poética y el sentido de la libertad. Sin esta comunión, la poesía sería solo idílica. «Somos libres e independientes por esencia. No se trata de la estoica libertad de la conciencia (…). No traicionar esa libertad, esa apertura, esa dichosa esencia inalcanzable de nuestra alma, es el deber más profundo que tenemos», acotó.

Entre 1999 y 2008, José Adrián Vitier tuvo la fortuna de trabajar con su abuelo en el proyecto La Isla Infinita, que llegaría a los lectores en forma de revista de poesía.

«Resultó el modo perfecto de acercarme a mis abuelos paternos. Si bien nuestros gustos e intereses literarios no coincidían exactamente en toda su extensión, nunca tuvimos la menor discrepancia a la hora de armar los números de nuestra revista. Creo que esta se benefició de esa diversidad de origen. Siento que en realidad no desapareció, sino que se convirtió en la Colección La Isla Infinita, y que el espíritu de mi abuelo Cintio y de los origenistas continúa vivo en esta obra coral».

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