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La herida «crónica» de Joaquín Borrero

Uno de los más simpáticos cronistas deportivos de Cuba, jubilado recientemente, fue desde cargabates, pizarrero y director... hasta árbitro

Autor:

Osviel Castro Medel

BAYAMO, Granma.— El pie crujió. Sintió el «asesino» spike entrando en la plenitud de su carne; de inmediato el dolor, el surco brotando sangre, el fin del partido.

«Estaba jugando descalzo en primera base y la muela de hierro me penetró por el empeine; lo peor es que me cayó tierra en la herida, se infectó y demoró mucho para curarse», cuenta ahora sonriendo Joaquín Borrero Bring.

Ese sería el primero de los golpes que este manzanillero, nacido el 2 de marzo de 1954, sufrió en el béisbol, hasta consagrarse a la narración deportiva y hacerse de un puesto destacado en el mundo de pintar acciones con palabras.

Una vez, alejado ya de fildeos y convertido en recogedor de pelotas, no vio un tiro del jardinero derecho, la bola le rebotó en la cabeza y lo dejó muy mareado.

«Tengo infinidad de historias, muchas no las vas a publicar», dice en tono de broma en el principio de una larga entrevista, a la sombra de su esposa Olga, quien se infiltró en su vida, de manera profunda, en 1995.

¡Cómo no va a tener anécdotas un ser humano que, además de atleta ocasional y recogedor de pelotas, fue «pizarrero», cargabates, coach, director de equipos, árbitro, corresponsal voluntario y profesor de Educación Física!

«Todos esos oficios o profesiones llegaron por amor al béisbol», revela. «Era tanta mi pasión que un día fui a la escuela con una camisa roja en lugar de una blanca para que me botaran e irme para un juego en el estadio Wilfredo Pagés». Pero el director, que sabía de mi afición exagerada, me llamó y dijo: ‘‘Yo sé lo que tú quieres y no te voy a dar el gusto. Ve para las clases’’».

—¿No fue un estudiante ejemplar?

—No, la pelota me dominaba, pero por fortuna tuve unos padres muy exigentes, que supieron encaminarme. Cuando dejé los estudios, mi papá, Orestes, me expresó que en la casa no quería a un vago. Fue así como llegó el curso emergente para hacerme profesor de Educación Física, carrera que luego continué otros cuatro años.

—Entonces, ¿cómo vino la narración?

—Trabajé en escuelas más de una década, sin dejar de ir a la radio. Era corresponsal voluntario en Manzanillo, allá siempre admiré la labor del periodista Pedro Vera Portales. Él, que narraba con Fredy Fernández, me ayudó mucho, me alentó y por ahí fui entrando. Comencé oficialmente en 1983. Ese año Ernesto Douglas era el director de Radio Granma y me envió a Holguín a narrar unos juegos con Ramón Duchaldes.

«Luego, en Granma compartí con Roberto López, Víctor Corrales, Rubén Pacheco y con El Decano, Terencio Montero. Él me daba oportunidades de unos minutos en su asiento y nunca voy a olvidar eso».

—Pero también incursionó en otras disciplinas.

—Tuve la dicha de trabajar más de ocho años en Radio Cadena Habana, en la que narré voleibol, fútbol, baloncesto y otros deportes. Estando allá, en 1990, llegó la oportunidad de narrar, para Radio Rebelde, la copa boxística Cinturón de Oro, de Rumania. En 1995 regresé a Granma.

—A usted y a su pareja de narración, durante 24 años, Ángel (Pachi) Espinosa, se le adjudican varias historias risibles.

—En realidad la mayor cantidad de anécdotas cómicas ocurrieron entre Pachi y Terencio, no comingo. Y algunas son hasta leyendas. Una vez alguien subió con un tabaco a la cabina y enseguida le dije una cuarteta bien cubana, que no tenía ni una sola obscenidad; pero fue mal interpretada por algunos y eso me costó una sanción injusta de un mes, después fui resarcido, por suerte.

«Siempre traté de ser lo más ameno posible, porque el béisbol, a pesar de ser un juego muy lindo y seguido, a veces puede tornarse monótono, sobre todo cuando hay dos lanzadores dominantes».

—¿Qué necesita un profesional de la palabra para triunfar?

—Tener conciencia de que no se las sabe todas, que se aprende cada día y que un micrófono en la mano es un compromiso y hasta un «peligro». Quien se crea cosas está condenado al fracaso, como también se perderá el que sea absoluto en sus criterios. Es muy importante escuchar a los grandes, beber de ellos. Y, por supuesto, la lectura constante, no solo de textos deportivos. Sin una cultura general, un narrador se repetirá a cada instante.

—Solía ser crítico en sus comentarios, ¿tuvo problemas con algún pelotero?

—Una vez Hermes Ortega, el torpedero, fue a desafiarme a la cabina, porque le dijeron que yo narré: «Le cayó un fly en la cabeza». En realidad, nunca expresé eso. Lo describí tal cual, el fly le rozó el guante, la visera de la gorra y fue a tierra. Después él se disculpó y quedamos como amigos.

«El problema más grande lo tuve con Agustín Arias y su hermano José, pero no era narrador entonces, sino árbitro, me equivoqué en una jugada. Agustín era el mánager de Yara y hasta hubo un buen encontronazo verbal. Pero al final… nada. A raíz de eso admiro mucho más el trabajo de los árbitros. Siempre estoy leyendo las reglas y aprendiendo de esa difícil profesión, en la que llegué a trabajar, en series provinciales, junto a Iván Davis, Belén Pacheco y Panchito Fernández Portón.

—¿Se imaginó narrando dos campeonatos de los Alazanes?

—No. Fueron triunfos históricos. Sin embargo, me queda el sinsabor que ni a mí ni a Pachi nos tuvieron en cuenta a la hora de celebrar esas victorias y otras personas ajenas al equipo sí. Eso duele mucho, porque ambos contribuimos modestamente con esos títulos.

—Si no hubiera sufrido aquella herida, tal vez hubiéramos perdido a un grande de la crónica deportiva, porque hubiese seguido jugando.

—No lo creo (sonríe). La vida te pone en el lugar indicado. Mira, Alberto Carrillo, «el Gallo», era lanzador; fue discípulo mío cuando dirigí, se lesionó el brazo. Al final, perdimos un pitcher, pero ganamos un gran cantante y compositor.

—¿Qué se siente cuando sobreviene la despedida?

—A mí me temblaron las piernas el día en que me hicieron el homenaje en el estadio Mártires de Barbados. También cuando mis compañeros de Radio Bayamo me despidieron. Imagino que si hacen algo en Manzanillo… me quede sin voz. Ese es mi amado pueblo. Les digo a mis dos hijos y a mi esposa que cuando llegue el día final, quiero descansar allá y hacer, en mi tierra, la última e imaginaria narración deportiva.

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