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La honrosa tarea «del indio»

A los pueblos del mundo les duele Bolivia. Uno piensa en lo logrado, con La Paz en mayúsculas, y tiene que lamentar el zarpazo de derecha que torcerá el sendero al desarrollo

Autor:

Enrique Milanés León

Con los pies bien puestos en la Pachamama, Evo Morales fue el primer hombre que colocó a Bolivia en la órbita del desarrollo, al punto de colgar a su servicio un satélite que no por gusto se llama —hasta que los golpistas lo derriben, bajo el estigma de «tirano artificial», y lo rebauticen con un nombre neoyorquino— Túpac Katari.

Ese satélite, puesto en servicio el 20 de diciembre de 2013, se convirtió desde entonces en la segunda mejor metáfora del avance promovido por el partido Movimiento al Socialismo (MAS). La primera, ya se sabe, fue el progreso social.

Pese a que los primeros pronósticos para su presidencia, en 2006, le auguraban un efímero paso por el Palacio Quemado, «el indio Evo» hizo tanto, y tan bien, que muy rápidamente hasta sus adversarios del Norte y Occidente tuvieron que aceptar con resignación un término que —primero informalmente y luego con el rigor del análisis— comenzó a describir el proceso de avances que él lideraba: el «evonomics».

Con el Estado como actor principal, el equipo económico de Evo orientó los excedentes generados por los sectores más dinámicos —que antes se fugaban al extranjero, en billetes verdes y en alas de multinacionales— hacia sectores productivos que generaran empleos e ingresos a las masas populares ignoradas durante siglos.

El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) estimó en un informe que la generación de riqueza que no se fugó, gracias a las nacionalizaciones, sumó 74 000 millones de dólares que permitieron ofrecer 670 000 nuevos puestos de trabajo.

La clave del progreso, que más que económica era ideológica —«evological», cabría aventurar—, radicaba en la visión de devolver al pueblo sus hidrocarburos, como hizo el líder indígena en el mismo 2006. La nacionalización generó en Bolivia un excedente a la postre utilizado en reinvertir para afianzar la base económica y en redistribuir los ingresos para elevar la calidad de vida.

Igual que el Estado intervino a lo grande sectores de mucho peso como la electricidad, la minería y el gas, estableció alianzas con el sector privado del comercio, la agricultura, la industria y las finanzas. De una forma u otra, todos los bolivianos estaban incluidos en un programa que redujo —a diferencia de lo hecho por el desfile anterior de presidentes de derecha como Carlos Mesa—, la brecha social en el país.

Hasta el nada «evista» Banco Mundial tuvo que admitir que mientras en 2002 el 63 por ciento de los bolivianos vivía por debajo de la línea de pobreza, para 2018 la cifra se redujo al 35 por ciento. Este reconocimiento no asombra en absoluto: incluso esta institución es consciente de que la estabilidad para invertir y producir ofrecida por Morales se ha perdido este noviembre, así, de golpe…

Apenas un flashazo: solo mediante el programa «Bolivia cambia, Evo cumple», entre 2007 y julio de 2018 se ejecutaron en el Estado Plurinacional 8 797 obras en los sectores productivo, sanitario, educativo, deportivo y de infraestructuras diversas. Los recursos salieron no solo de lo que no permitieron robar del país, sino también del ancestral yacimiento de coraje indígena «reexplotado» en estos años por un Presidente que, literalmente, mandó a parar.

En sus 13 años de Gobierno, Evo y su equipo elevaron, de 9 000 millones a más de 40 000 millones, el Producto Interno Bruto del país, triplicaron su per cápita y elevaron tanto las reservas de la nación como el salario real de la gente.  

Ese coraje económico, palpado en el plano doméstico hasta por algunos de quienes lo derrocaron ahora, fue apreciado en el escenario político con la postura antimperialista del primer mandatario indígena. Evo fue uno de los más fieles continuadores del legado de Fidel y Chávez, y eso, en una geopolítica que pone un precio bajo el retrato de los valientes, suele pagarse caro.

El cacique que miraba al socialismo fue original e independiente hasta para combatir las drogas. Creó la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN) y aseguró con ella éxitos irreprochables; así, sin el dedo de la DEA, sin bases militares yanquis y sin el dinero manchado del Gobierno de Estados Unidos.

No, el «evonomics» no fracasó, y el «evological» está más vivo que nunca; acaso fueron sus éxitos —insoportables para los centros de poder— y la imposibilidad de ganarle de urna a urna, los que desencadenaron esta emboscada que, más que a «un indio» aislado, hará sufrir a todo un pueblo.

Hasta «hace un rato» se prevía que en 2019 Bolivia registraría su decimoquinto año continuo de crecimiento, a un promedio anual de casi el cinco por ciento, el más largo ciclo en positivo en la historia económica del país. Quién sabe cómo se cierre ahora, pero en todo caso, será con grandes heridas: las acciones violentas han costado al país —a los humildes, habrá que acotar— 12 millones de dólares al día.

A los pueblos del mundo les duele Bolivia. Uno piensa en lo logrado, con La Paz en mayúsculas, y tiene que lamentar el zarpazo de derecha que torcerá el sendero al desarrollo. Ya nadie puede asegurar, por ejemplo, que en 2021 el país ponga en órbita su segundo satélite, ese que garantizaría la meta de ofrecer internet y televisión gratuitas para todos. Para eso y más, en el cosmos y en la tierra, Túpac Katari tendrá, en efecto, que volver y ser millones… de Evo.

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