Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los lindes que traza la hermandad

Autor:

Alina Perera Robbio

Uno de los mejores antídotos del cubano frente a la adversidad, incluso contra lo que considera excesivo o ridículo, es su fino, ocurrente y cáustico sentido del humor. Él sabe brillar poniéndole colores a la vida, haciendo notar que hay un universo de asuntos risibles, en los cuales vale la pena solazarse para luego, estremecido por la risa y por una lectura alegre de la existencia, seguir adelante.

Reírse está bien. Sería mucho más difícil nuestra resistencia si no tuviésemos como válvula de escape, como puerta lateral, esa cualidad que tenemos en el ADN y que encuentra pie forzado en lo más insólito.

Una cosa, sin embargo, es esa alegría traviesa que saca lascas a toda situación, y otra es la chanza mala que ataca virtudes; que pretende, por ejemplo, desconocer el respeto que nace de las jerarquías merecidas —bien ganadas en la probada capacidad o en el tiempo vivido, o en la entrega admirable a causas difíciles—; una cosa es la risa como camino para descubrirnos a nosotros mismos en la urdimbre cotidiana, y otra es la burla que desune porque ha echado por tierra la vocación de servir y la hermandad.

Pensaba en todo esto de respetarnos, de construir la vida en primer lugar desde nuestras percepciones y actitudes, cuando hace unos días sentí que era víctima del choteo en un mercado donde solo había cometido el «error» de preguntar, humildemente, si lo que estaba viendo desde el mostrador eran africanas (esas golosinas forradas de chocolate y que tanto gustan).

Sin hablar del número de dependientes que mataban el tiempo desde el otro lado, lo que me entristeció y quiero compartir es el modo en que una trabajadora dijo a otra que no se molestara en darme explicaciones —«por gusto…»—, le dijo a su colega, en clara alusión a que era inútil esforzarse en darme detalles sobre el producto, sobre los precios de las golosinas, en un acto que daba por hecho que la cliente, la curiosa que ahora escribe estas líneas, no compraría nada.

Pensaba yo en las veces que hemos comprado algo no solo por el buen precio y por obra de la necesidad, sino también porque ha mediado el ingrediente de la buena gestión de venta, y la satisfacción por un trato amable.

Se ha dado, con particular fuerza en los últimos años, una suerte de distorsión de roles por cuenta de la cual, en aras de un igualitarismo dañino, muchos ciudadanos han olvidado ciertos contenes en el actuar; y tutean, tratan al extraño que llega como si fuera el vecino o el amigo de filosofar en las esquinas, y pueden caer incluso en la burla que tanto hiere y crear un ambiente que, alarmantemente, nos va arrancando los deseos de interactuar como seres sociales.

Toda esa confianza excesiva, de la cual nace un desparpajo desconcertante, casi nunca lleva a la fraternidad, al respeto que es la base de toda relación digna entre los seres humanos y que tanta falta nos está haciendo para mantener a salvo la armonía social.

Alguien pudiera pensar que con tantas urgencias materiales y de orden numérico, esto de hablar sobre el choteo permanente y sobre el error de confundir lo que merece seriedad con lo que no, es algo meramente subjetivo y por tanto no tan urgente. En un análisis como ese, un detalle medular se está quedando al margen: en la voluntad de las personas, en el factor humano, se decide el retroceso o el avance de un país; y si el ambiente es hiriente, insolidario, de sorna que invita a la autoexclusión, eso será tan nocivo y desmoralizante como un ambiente de impunidad o de inseguridad.

Lo subjetivo, campo estratégico de batalla, merece la atención diaria de todos los cubanos de bien: hace falta sanarlo, cuidarlo, porque aunque cerremos los ojos allí está él, gravitando en cada cambio que Cuba necesita. Y en el caso de la burla que golpea todo intento de hermandad, esta es incompatible con la pelea contra mil demonios que vive el cubano resistente, siempre urgido en su combate de todo el cariño y el apoyo que pueda recibir, en primer lugar, de los nacidos en su misma tierra.

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