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Misiones educativas devuelven la esperanza a los venezolanos

Robinson, Ribas y Sucre, tres grandes de la historia venezolana, dan nombre a una nueva epopeya donde la luz del saber ilumina por igual a una anciana de 85 años para quien nada es demasiado tarde, y a una jovencita de 21 que retoma los estudios llevando de la mano a su niño de cinco...

Autor:

Juana Carrasco Martín

GUÁRICO.— Estas son historias de excluidos; de gente sencilla que un día vieron cerrados sus caminos. Los vimos en el ambiente de Vicario I, en la Villa de Todos los Santos de Calabozo, demostrando cuánto se puede leer bajo la sombra de una mata de dulces mangos, o sentados, cuando ya cae la noche, en los mismos pupitres de sus hijos en la escuela bolivariana de una comunidad cuyo nombre también suena a dulce, Camaruquito, en San Juan de los Morros.

De guías cordiales, hospitalarias y sonrientes dos santiagueras —lo que es una redundancia—, Isabel y Vilma, de la coordinación cubana de las misiones educativas en Guárico, este estado llanero cuya población ha acogido con satisfacción a médicos, maestros, deportistas y especialistas agropecuarios llegados desde la Mayor de las Antillas para compartir e intercambiar conocimientos.

Tres palabras se hacen habituales en las conversaciones: patriotas, vencedores, triunfadores, y muy pronto comprendimos el amplio horizonte de sus significados. Patriota se les llama a los educandos que aprendieron a leer y a escribir en la Misión Robinson I. Miles de ellos se alfabetizaron en la parroquia de Calabozo, en ambientes —o lugares de estudio— como este, la sombra generosa del árbol en que aprendió a leer y a escribir «la Niña».

Con una sonrisa pícara retratada en el rostro, nos dice: «Yo soy la más joven de la escuela, y el profesor me dice “la Niña”», y suelta la risa clara, que suena hasta juvenil, de sus 85 años.

En Robinson II van, en dos años, en busca del sexto grado, la actual gran tarea del pueblo venezolano. Magaly Ruiz Rivero, coordinadora municipal de la misión en Calabozo, informa que en esa fase tienen 3 950 patriotas sentados en 154 ambientes. En Robinson III, o fase de lectura para mantener los conocimientos en aquellos que por razones de salud, edad o entendimiento no pueden continuar los estudios, hay 333 patriotas en 38 ambientes.

Gribelia Espinosa, una de las facilitadoras, se siente orgullosa de sus 15 patriotas que «ya salieron de esta nube de no saber, de no aprender, y en las siete semanas de la etapa de alfabetización tuvieron un logro especial».

«¿Si llueve? Si llueve nos metemos para adentro», y señala un humilde local aledaño, a cuya entrada luce colorida la bandera Territorio Libre de Analfabetismo.

«Me siento bastante alegre, pues estoy estudiando y aprendiendo algo con mi maestra que es bien chévere y nos da clases con bastante amor y cariño». Y sin decirnos su nombre, abre el cuaderno que apretaba contra su pecho y demuestra cuánto sabe: «La educación es un derecho humano», respira casi en cada sílaba cuando comienza nerviosa, pero termina en resuelto impulso: «Muchos venezolanos y venezolanas no pudieron estudiar por no existir suficientes escuelas, y muchos niños y niñas por tener que trabajar, o porque alguien de la escuela les dijo que no servían para los estudios. Hoy podemos decir con orgu... orgullo, anjá, que la educación es un derecho humano y un deber social fundamental, es de-mo-crática, gratuita y obligatoria. La escuela bolivariana, las misiones Robinson, son ejemplo digno de que el pueblo sí puede estudiar». Resuenan los aplausos y la exclamación resuelta de la lectora: «Aquí estamos, y vamos p’arriba, okey».

También hay un Robinson productivo

El programa Robinson es una cajita de sorpresas en eso de aliviar sinsabores de toda una vida, y tender la mano solidaria. Lo aprendemos de Natividad Rivero.

«Se puede decir que soy iniciadora del proceso aquí en el municipio de Miranda, desde el 2003 en que montamos un Robinson productivo. La unidad de producción de chemise (pulóveres) de la comunidad de Caña Fístula le da gracias, primeramente, al Presidente Chávez por habernos dado esta oportunidad, pues con Robinson pudimos acceder a créditos para la compra de máquinas industriales y del material, y a la profesora Magaly y al profesor Francisco Rodríguez, por habernos permitido estudiar y trabajar para así sacar a Venezuela adelante».

Los chemise, bordados con los diferentes logos de las instituciones, lo lucen hoy los facilitadores, y se venden a la comunidad «a precios accesibles», aclara.

—¿Cómo ha mejorado tu nivel de vida?

—Oyeeee, maravilloso, porque esto lo hacemos sin ninguna presión. Es importante: Robinson productivo nos dio la oportunidad de un crédito sin la presión del interés, y para nosotros eso es maravilloso.

Haydee Bello, el profesor Miguel Navarro, Francisca Sánchez, Josefina Michelena, la facilitadora Aponte, quien a su vez es alumna del segundo semestre de la carrera de Educación en la Misión Sucre, son algunos nombres de quienes una vez fueron excluidos y hoy sienten que la Venezuela boliviariana hace lo mejor por ellos, y ellos le corresponden.

Con los 43 de Camaruquito

Ya se hace de noche cuando el carro que conduce el bueno de Christian sube y baja lomas en los vericuetos de San Juan de los Morros con destino a la escuela bolivariana José Antonio Páez. Allí, 43 guariqueñas y guariqueños estudian el bachillerato en la Misión Ribas, y entre ellos nadie es más feliz este día que Lizbeth, pues cumple 38 años, se lo celebran sus compañeras de aula junto a la facilitadora, de la que se siente especialmente orgullosa.

«Yo en particular tenía años sin estudiar, y ya estoy en el segundo nivel. Mi hija empezó a dar clases como facilitadora y me inscribí, y aquí estamos las dos». No hay cansancio para Lizbeth, quien labora en una empresa y en la casa, esa doble jornada femenina, pero la satisfacción que le proporciona esta nueva tarea que ella misma se ha asignado, bien vale la pena.

Flora Hernández es la decana en esta aula. «Estoy estudiando porque a estas alturas si usted no tiene aunque sea un bachillerato ya no puede optar por un  trabajo, ni siquiera en casa de familia. Y yo me dije, “bueno, si los demás pueden, ¿por qué yo no?”. Tengo 53 años y pienso también continuar con la Misión Sucre, en la Universidad. No hay edad para superarse, cada día aprendemos más, y como dijeron mis compañeras, nuestro presidente Hugo Chávez nos ha dado esta oportunidad, y con incentivo de una bequita para una comprarse los útiles de estudio.

«La beca es el dinero mensual que le pagan a una —explica—, y eso no se había visto nunca, nunca, que a una le pagaran por estudiar; antes una tenía que pagar para estudiar. ¿Quién no se incentiva con tantas opciones para superarse y tener una carrera? He visto personas de 60 años que se han graduado de bachillerato y me siento joven todavía para seguir adelante, para luchar y seguir ayudando a mi familia. Tengo tres nietos y lo que aprendo lo aplico. Ellos también aprenden fácilmente con este método, nada complicado y muy ameno, porque una ve los videos, escucha la explicación de la maestra, y se hace muy fácil para aprender. Y voy a seguir, porque todavía tengo vida».

Nos vamos de la escuela tras escuchar a una señora de valor, Trina Alayón, de 70 años. «Empecé por la Robinson. Aunque sabía un poquito de leer y escribir, y ya llevo un año aquí, y estoy en el cuarto semestre. Ya no tengo edad para ir a una universidad, pero aquí una se hace mejor. No importa que mis seis nietos me digan: “Abuela, a ver si se da una caída”, pues déjeme a mí quieta, yo sé lo que estoy haciendo».

Y doña Trina sube y baja desde la Chinga hasta Camaruquito, un día tras otro, para seguir las clases de su maestra Liliana Torrealba; y una noche tras otra, a compartir el aula con Maribel, la que dejó la escuela porque «como se dice por ahí, metí la pata», y ahora estudia en la misma escuela de sus cuatro hijos; con Livian, también una madre joven, «pero esta es como otra etapa de mi vida y de aquí vamos para la Misión Sucre a estudiar Medicina»; con Yelitza que se hará radióloga, o educadora, y así cumplirá su sueño de niña, cuando tuvo que empezar a trabajar para poder vivir; y Mari Frank, penosa, mira de reojo la grabadora de la curiosa periodista, acaricia instintivamente a su niño de cinco años y asegura escueta: «Tampoco pienso parar».

Así transcurrió el cumpleaños feliz de Lizbeth, repartido entre tantos Vencedores, muchos que una vez fueron Patriotas —¿acaso lo han dejado de ser?—, y hoy están dispuestos a entrar en la nueva vida como Triunfadores.

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