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La nueva geografía sudanesa

Reconstruir un territorio devastado por la guerra está entre los principales retos del recién nacido Sudán del Sur

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Muchos apuestan a que la división de Sudán traiga consigo la paz. La declaración de independencia del sur, oficializada este sábado con la fundación de la República de Sudán del Sur, culmina un largo proceso iniciado en 2005 con la firma del Acuerdo Integral de Paz, que contemplaba la distribución de la renta petrolera y la celebración del referendo donde se decidió, en enero pasado, que la región meridional no seguiría integrada al país. Así nació el Estado número 54 de África, y hasta hoy, el más joven del mundo.

Con este paso, los sudaneses pretenden dejar atrás el triste recuerdo de guerras civiles intermitentes desde el momento en que la nación, entonces la mayor de África, se independizó de Gran Bretaña, en 1956. Los conflictos no solo fueron resultado de un enfrentamiento religioso entre los musulmanes del norte y los cristianos y animistas del sur, sino también de la lucha por el control de los recursos naturales.

Hasta ahora, las señales enviadas por el Gobierno de Jartum (la capital del actual Sudán, enclavado en el norte) y el Movimiento Popular de Liberación de Sudán (MPLS) —que ha representado al sur en el proceso de separación— son de paz y cooperación; pero aún quedan muchos asuntos pendientes, los que, según anunciaron los dos países, serán dilucidados a partir de ahora, luego del nacimiento del nuevo Estado.

Retos para unos y para otros

Entre los asuntos de difícil negociación se encuentra el consenso en torno al registro de votantes para la celebración de otro plebiscito en Abyei, territorio limítrofe, muy rico en petróleo, cuyos habitantes tendrán que elegir a cuál de las dos partes se unirán.

Las principales discrepancias sobre la conformación del censo para esta otra consulta se encuentran en el deseo del norte de que los pastores nómadas misseriyas —etnia dominante en Abyei— participen en la votación, contrapuesto a la negativa del sur, que no quiere la consulta, pues alega tener derecho sobre una región de la cual salieron muchos de sus principales líderes, como Salva Kiir, jefe del Gobierno de la República de Sudán del Sur.

En la cuenca de Abyei también viven los dinkas, agricultores negros que quieren unirse al sur. Por su parte, los misseriyas temen que un resultado desfavorable para Jartum acabe con sus derechos de utilizar los pastos de Abyei para su ganado.

Poco antes de la independencia, en Abyei se dieron episodios de violencia entre las tropas de Jartum y los grupos armados del sur.

Estos enfrentamientos se trasladaron a inicios de junio a Kordofán del Sur, esta vez entre el ejército de Jartum y milicias del MPLS radicadas en el norte. En esta zona, oficialmente bajo la jurisdicción de Sudán (el norte), se encuentra la mayor reserva petrolera de ese país.

Precisamente esta semana se supo que llegó hasta Kadugli, capital de Kordofán del Sur, una caravana de más de dos kilómetros de vehículos y soldados de Jartum. Este es uno de los focos de tensión que deberán apagarse.

La posibilidad de que los enfrentamientos continúen inquieta también a los países vecinos, pues la tensión puede saltar fronteras y ser caldo de cultivo para otros conflictos más allá de Sudán.

¿En qué manos queda el petróleo?

Jartum y el Gobierno de Juba (capital de la nueva República) tampoco se han puesto de acuerdo en torno a la repartición de los ingresos petroleros. Ese es otro tema particularmente espinoso. El acuerdo de paz de 2005 establecía que una y otra partes se repartirían en proporciones iguales los ingresos provenientes del crudo, pero ese pacto ha caducado y Jartum y Juba no han llegado a un nuevo convenio.

Se estima que el 90 por ciento de las divisas fuertes del norte —donde actualmente la inflación anda por los cielos, se devalúa el dinar sudanés y se siente el peso de las sanciones económicas de Estados Unidos— provienen del oro negro, localizado mayormente en el sur. Con la independencia, Jartum pierde el 37 por ciento de sus ingresos. Una cifra nada despreciable para un país con una deuda pública de 38 000 millones de dólares y envuelto en una profunda crisis económica.

Ello podría implicar también un costo político para el norte, pues la población de las zonas más marginadas de ese país —también nuevamente delineado—sentiría la mengua en sus ingresos y no se desestima que pase factura al gubernamental Partido del Congreso Nacional. En su seno también podrían hacerse más visibles y ríspidas las contradicciones exacerbadas con los resultados del referendo de enero, que decidió la desmembración del otrora Estado unitario.

Difícil retorno

Sudán del Sur no solo tiene que dirimir entuertos con Jartum. En sus dominios existen históricas disputas por el control de recursos naturales como la tierra y el agua, así como choques armados entre grupos disidentes sureños y el Ejército en los estados de Unity y Yonqlei.

En medio de ese panorama complejo, también queda en el aire la situación jurídica de dos millones de sudaneses del sur que residen en el norte. Muchos de ellos no tienen ningún lazo con el sur, a excepción de que sus padres nacieron en esa parte.

Desde octubre pasado, alrededor de 300 000 personas retornaron al, desde ayer, nuevo Estado de Sudán del Sur, en una de las últimas olas de migración masiva desde 2005, cuando comenzaron a volver a su tierra los 2,5 millones de habitantes que habían huido por las más de dos décadas de guerra civil (1983-2005), que cobró la vida de dos millones de personas.

Todavía esta semana, en la medida en que se acercaba la consumación de la independencia, muchos sudistas volvían a la tierra donde nacieron. El Gobierno de Jartum despidió a los empleados del sur que laboraban en el sector público, y amenazó a los que pretendían quedarse. Se calcula que todavía hay un millón de naturales del sur viviendo en el norte.

Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 17 000 sudaneses originarios del sur se encontraban en las calles de Jartum, esperando ser recogidos por autobuses que se supone vendrían por ellos para llevarlos a su nuevo país.

Desde cero

Juba muestra las huellas de una ciudad devastada por la guerra: cabañas, edificios derruidos y caminos desvencijados donde vive una importante población de inmigrantes.

Hasta allí han llegado los somalíes que huyen de la guerra en su país, así como eritreos, o los congoleños empujados al exilio por los rebeldes armados. También ha acogido a pobladores de Darfur, región del noroeste de Sudán muy rica en petróleo, en conflicto con Jartum por la distribución de los recursos naturales.

Con una población actual de 300 000 habitantes, la capital de Sudán del Sur carece de infraestructuras básicas, sobre todo de redes eléctricas seguras, de agua potable y de alcantarillado.

Además de la reconstrucción, entre los mayores desafíos del nuevo país está la alfabetización del 85 por ciento de sus pobladores, y el garantizarles oportunidades de empleo, aprovechadas hoy mayoritariamente por los extranjeros que gozan de algún nivel de instrucción, lo cual causa molestia en los sudistas. La región tiene también un precario sistema sanitario.

En 2005, cuando se firmó el Acuerdo Integral de Paz, el sur de Sudán disponía de solo 20 kilómetros de carreteras asfaltadas. Además, aunque en sus provincias existen algunas vías que llevan a Uganda o Kenya, por muy precarias que sean, algunas regiones norteñas de Sudán del Sur siguen dependiendo de las rutas tradicionales empleadas por los comerciantes árabes del norte.

Por eso, aun cuando los ingresos de los campos petrolíferos vayan directamente a las arcas del Gobierno en Juba, se estima que ese Sudán meridional tendrá que seguir dependiendo por buen tiempo de Jartum. Su infraestructura es muy endeble, y las refinerías y los oleoductos se encuentran en el norte. Allá también está el puerto para exportar el petróleo, y Sudán del Sur tendrá que usarlo, al menos, hasta que logre construir otros caminos comerciales a través de países vecinos.

Prolija, sin embargo, en recursos naturales como el petróleo y el uranio, de seguro esas reservas despertarán el hambre de las potencias, que ya se aprestan para cortejar los primeros pasos del nuevo país. Uno que nace indefectiblemente marcado por el pasado, pero con un futuro por delante. Vistas así las cosas, el camino recién comienza para Sudán del Sur.

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