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La constante componenda contra Irán

Occidente busca legitimar una agresión mediante condenas sin sustento en los organismos internacionales. Las grandes potencias, principalmente Estados Unidos, no están interesadas en el desarme nuclear

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Nuevamente la ofensiva de Estados Unidos, Israel y sus aliados europeos contra Irán se caldea con mucha fuerza, al punto de que el mundo pudiera encontrarse al borde de otra guerra que resultaría funesta, no solo para el Medio Oriente, sino para el planeta entero, por la envergadura de los ataques anunciados, que no son nuevos.

Después de la «pausa» que siguió a las primeras acusaciones contra Teherán, el año pasado —y que suscitaron las tempranas alertas de Fidel sobre la posibilidad de una agresión a Irán—, el Gobierno sionista de Benjamín Netanyahu reiteró recientemente que ante el hecho de que Irán busca «armarse» con la bomba atómica —algo que nunca ha podido ser probado—, Tel Aviv «tendría» que responder con bombardeos a las instalaciones nucleares iraníes.

Este escenario bélico no es de ahora. Desde mediados de la década de los 90 del pasado siglo, durante la administración de Bill Clinton, ya la nación persa estaba incluida en un amplio plan de contiendas que incluía también a Iraq y Siria. Posteriormente, en los oscuros años de George W. Bush, la amenaza fue más creciente. De eso se encargó particularmente el vicepresidente Dick Cheney.

A mediados de 2008, el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el almirante Mike Mullen, volvió a barajar la posibilidad de una guerra contra Irán cuando dejó bien claro que el Pentágono ya tenía listos planes opcionales para emprender ese proyecto.

Hace poco más de un mes se conocieron nuevos cables diplomáticos de Wikileaks que aportan evidencias acerca de viejos planes de Washington y Tel Aviv para bombardear instalaciones en territorio iraní. Según esa fuente, ambas partes discutieron incluso disparar sobre Irán la bomba especial antibúnker GBU-28, de 2,26 toneladas, vendida a Israel en 2005 y que puede ser lanzada desde un avión F-15I.

El último informe del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) dio la razón a los enemigos de Irán, al certificar las sospechas infundadas de que el programa nuclear iraní tiene fines militares. Sobre esa base, la junta de gobernadores de esa agencia de la ONU aprobó este viernes último una resolución que expresa «profunda y creciente preocupación» por las posibles dimensiones militares del programa nuclear de Irán, a pesar de que el gobierno de Teherán ha reiterado que su proyecto cumple con fines pacíficos y ha refutado en numerosas oportunidades cualquier ambición bélica que Occidente intenta atribuirle.

Las alegadas sanciones del OIEA, a cargo del cual se encuentra el japonés Yukiya Amano, un hombre de Washington, le abren el camino a las grandes potencias para lanzar otra oleada de cruentas sanciones que buscan estrangular a la economía iraní. Incluso, a la par de otras acciones en la sede de la ONU o del Consejo de Derechos Humanos, intentan legitimar la agresión tan barajada por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel.

Poco antes de este nuevo impulso, a mediados de octubre, ya EE.UU. estaba cociendo intrigas sobre el presunto complot de Teherán para asesinar al Embajador de Arabia Saudita en Washington y emprender acciones terroristas. No es de menospreciar que precisamente este país árabe autorizó a Israel para el paso por un corredor aéreo sobre su territorio con vistas a un ataque a Irán, según se supo el año pasado. Además, a la casa de Al-Saud le preocupa tanto como a Israel el área de creciente influencia religiosa (chiita), política y económica de Teherán en la región.

Tampoco cesa la demonización del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, tanto en lo relativo al tema nuclear como al de los derechos humanos. Lo mismo se hizo contra el líder serbio Slobodan Milosevic cuando se balcanizó a Yugoslavia, y prácticamente ayer con el libio Muammar al-Gaddafi, un estorbo para el control de los recursos naturales de la nación norteafricana.

La operación mediática para satanizar a Ahmadinejad continuará hasta que consideren que están «a punto» los «argumentos» para un ataque. Así, de momento, van construyendo la matriz de opinión pública sobre el gobierno iraní al que califican de agresivo y hostil y al que, en algún momento, si las sanciones económicas no logran doblegarlo —como ha venido ocurriendo hasta ahora—, habría que aplicarle medidas mucho más fuertes, entre ellas la agresión militar.

Falsa preocupación

A pesar de que Irán insiste en que su programa nuclear tiene fines pacíficos, encaminado fundamentalmente a la producción de energía eléctrica y a la salud, las grandes potencias activan todos los resortes para presionar a la república islámica.

El año pasado, el OIEA declaró que aunque Teherán había estado enriqueciendo suficiente uranio como para construir dos o tres bombas atómicas, no podía certificar que la nación persa hubiera desviado ese material para fines militares. Poco importó ese dictamen. Occidente decía lo contrario, y esa fue «la verdad» que dio la vuelta al mundo gracias a las trasnacionales mediáticas plegadas a los mismos intereses que quieren condenar a Teherán. Lo peor es que hace una semana, hasta el OIEA acaba de desdecirse.

Sin embargo, al mismo tiempo que buscan sancionar y hasta agredir a un país soberano donde no se ha podido probar la existencia de un programa nuclear militar, hacen mutis respecto a Israel, que desde su creación como Estado está enfrascado en el desarrollo de ese tipo de armamento, y se niega a suscribir el Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear.

El grupo británico Janes´s, especializado en temas de defensa, considera que Israel tiene un potente arsenal de entre 200 y 300 ojivas nucleares, repartido entre siete puntos de su territorio: Dimona (al sur del país), Nahal Sorek (en el centro-oeste), la base aérea Palmajim (pocos kilómetros al norte de Nahal Sorek), donde se realizan ensayos con mísiles nucleares; Yodefat (unos 30 kilómetros al este del puerto de Haifa), con instalaciones usadas para el montaje y desmantelamiento de armas nucleares; Eilabun (20 kilómetros al este de Yodefat), lugar en el que se hallan reservas de armas nucleares consideradas tácticas; Be´er Yaakov (35 kilómetros al noroeste de Jerusalén), con importantes pasos subterráneos en los que se fabrican los mísiles nucleares; y Kefar Zekharya (en las colinas de Judea).

Además, es sabido por todos que en 1975 el Gobierno sionista le ofreció ojivas nucleares al régimen del apartheid en Sudáfrica. Aún el destino de esas armas es desconocido.

Por apoyar a su fortín en el Oriente Medio, Estados Unidos llegó a plantear la insostenible tesis de que presionar a Tel Aviv para que se incorpore al TNP, podría «atentar contra la paz» en la región.

Es Israel, sin embargo, quien mantiene en vilo a la región con todos sus cohetes de ojivas nucleares y los aviones que le suministra Estados Unidos. Pero con Irán la tijera tiene que ser otra. Ese país es un muro de contención para los deseos de control de Washington en Oriente Medio. Además, cuenta con enormes reservas de hidrocarburos a las que EE.UU. quisiera acceder.

Sin embargo, aunque la república islámica dispone de mucho petróleo, debe importar gasolina debido a su carencia de refinerías. Ese asunto se ha complejizado mucho más desde 1979, cuando la Casa Blanca impuso sanciones que castigan a las empresas vinculadas con Irán, prohibiéndoles el comercio con la potencia norteamericana o recibir préstamos de sus bancos.

Tampoco el programa nuclear iraní es nuevo, ni se trata de una obsesión de Mahmud Ahmadinejad. El plan data de 1974, bajo el Gobierno pro occidental de Mohammad Reza Pahlevi. Entonces Washington reconocía la necesidad iraní de contar con la energía nuclear para producir electricidad, y por tanto apoyó firmemente la iniciativa que le permitiría a la nación persa liberar las reservas de petróleo con vistas a la exportación o su conversión en productos petroquímicos, según dijo en su momento Henry Kissinger, secretario de Estado del ex presidente Gerald Ford.

Con el paso del tiempo la opinión de Washington cambió. En marzo de 2005, Kissinger escribía en The Washington Post, uno de los diarios que marcan política en EE.UU., que «para un importante productor de petróleo como Irán es un despilfarro de recursos». Era de esperarse. Teherán ya no era un aliado.

Ahora ven al régimen de Teherán, con un gran ejército, y fuertemente armado con misiles de largo alcance que pueden llegar a Tel Aviv y a cualquier base militar estadounidense en la región, como una amenaza para la supervivencia del sionismo y de la supremacía de EE.UU. y la Unión Europea en el control económico, político y estratégico-militar de Oriente Medio y el Golfo Pérsico.

Frente a sus costas del Estrecho de Ormuz transita diariamente más del 40 por ciento de todo el petróleo que se consume en el mundo. Solo Oriente Medio tiene el 61,7 por ciento de las reservas mundiales probadas de hidrocarburos, y EE.UU. consume la cuarta parte de la producción global. Por ello, busca desesperadamente el control de ese recurso.

Irán, consciente de estos apetitos geoestratégicos, dijo que una de las primeras acciones con que respondería a una agresión militar sería el cierre del Estrecho de Ormuz, lo cual dispararía los precios del petróleo en medio de una crisis económica global, y Occidente sería uno de los más afectados. Sería funesto, principalmente, para el Gobierno norteamericano, cuando se acercan las elecciones. Como es sabido, la votación estará fuertemente marcada por el estado de la economía.

En verdad, a Washington no le preocupa la existencia de armas nucleares. Si así fuera dejaría de manipular el tema de la no proliferación, que maneja con claros intereses políticos para limitar el derecho inalienable de los países en desarrollo al uso de la energía nuclear con fines pacíficos.

Hasta el momento Estados Unidos, principal potencia nuclear, con miles de ojivas, se opone a la negociación de acuerdos vinculantes que permitan al mundo librarse de manera definitiva de la amenaza nuclear.

Al respecto el Movimiento de Países No Alineados, que representa a una gran mayoría del mundo con sus 119 miembros, defiende un plan de acción que establece un calendario concreto para la reducción gradual de las armas nucleares, hasta su total eliminación y prohibición, a más tardar, en 2025. También incluye el establecimiento de una zona libre de este tipo de armas en el Oriente Medio, y a la que Israel —el único que las tiene— se opone.

De todas formas las grandes potencias tienen oídos sordos para este tipo de propuestas, aunque vengan de la mayoría, pues solo están interesados en la no proliferación manipulada, y no en el desarme.

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