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Theresa May, sin legado

La Primera Ministra británica se retira sin lograr el Brexit, un asunto que consumió gran parte de su mandato

 

Autor:

Marylín Luis Grillo

¿Lo que el Brexit da, el Brexit quita? La imagen de Theresa May, compungida casi hasta las lágrimas, anunciando su renuncia como primera ministra del Reino Unido, pareciera confirmarlo.

La jefa de Gobierno británica, ya en cuenta regresiva, había alcanzado el poder en su país tras la conmoción de una pronta salida de la Unión Europea (UE). Como todos los grandes líderes, quería ser rememorada. Sin embargo, ahora se enfrenta al triste designio de ser recordada como la mandataria que dijo «nos vamos» y no lo logró.

Quizá una de las principales barreras a las que debió enfrentarse fue el hecho de que ni en el Parlamento ni en la nación en general existe una opinión imperante sobre qué hacer.

Si bien es cierto que el Brexit venció «democráticamente» por mayoría absoluta en el referendo de 2016, solo fue con el 51,9 por ciento de los votos. Tres años después, algunos piden una ruptura completa, otros mantenerse en el bloque y otros más un divorcio con estas u otras condiciones. No extraña entonces que ninguno de los acuerdos de May con la UE lograra vencer en votaciones parlamentarias.

En medio de tal vorágine, donde es imposible «quedar bien con Dios y con el Diablo», a la Primera Ministra le fue imposible el consenso —ni entre la oposición, ni entre sus propios compañeros en el Partido Conservador— para ejecutar el acuerdo alcanzado con los otros 27 Estados socios comunitarios en noviembre de 2018, lo cual terminó costándole su residencia por más tiempo en el número 10 de Downing Street, en Londres, sede oficial del gobierno británico.

En su alocución, la mujer que hace unos años afirmó que «es mejor no tener acuerdo que un mal acuerdo para Reino Unido», comunicó que a partir del 7 de junio dejará de ser líder del Partido Conservador y permanecerá como Primera Ministra interina hasta que su formación política elija remplazo.

Según informó el partido en un comunicado, se espera que para finales de julio haya un nuevo Primer Ministro, quien —dicho sea de paso— no la tendrá mucho más fácil que sus antecesoras, pues la relación con la UE despunta como el talón de Aquiles de los conservadores, del cual no pudo librarse ni la Dama de Hierro, Margaret Thatcher.

A ello se le suman las recientes votaciones europeas, donde los dos partidos británicos tradicionales (laboristas y conservadores) vieron menguar su victoria y cederles paso a nuevas posturas.

Para el Reino Unido estas elecciones al Parlamento Europeo no estaban en los planes: la salida original debía haber ocurrido el 29 de marzo, fecha que hace mucho tiempo quedó remplazada. Para sorpresa de algunos, el Partido del Brexit, del ultranacionalista Nigel Farage, que reclama la salida sin acuerdo de la Unión Europea el próximo 31 de octubre, obtuvo el respaldo de un tercio del electorado.

Ahora Farage pide tener voz y voto en las negociaciones, pero —aunque sea factor decisivo en la representación británica en la Eurocámara— at home (en casa), en Westminster, donde necesariamente emanará cualquier solución, carece de representación.

La segunda formación más votada han sido los liberales demócratas de Vince Cable, que deben compartir su triunfo con el Partido Verde. La primera aporta un 20 por ciento y la segunda 12 puntos porcentuales, que suman un 32 por ciento, lo mismo que la agrupación de Farage, que solo les antecede por su unión con el UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido), que le aporta tres puntos más.

El mensaje compartido, casi exclusivo, de liberales y verdes ha sido el de exigir una nueva consulta para revertir el referendo de 2016.

Queda mucho camino por andar, pero será otro el que sufra los mayores embates públicos. Tras dos años y 315 días en el cargo, May se rinde y deja atrás votaciones fallidas, incluyendo las del 9 de junio de 2018, cuando el Partido Conservador perdió la mayoría absoluta; un cambiante plan del Brexit; dos atentados terroristas: en Manchester, durante el concierto de la cantante Ariana Grande, y en el Puente de Londres; dimisiones en cascada, hasta la más reciente de su portavoz; y el escándalo Windrush, sobre la deportación de inmigrantes que llevaban más de medio siglo viviendo en Gran Bretaña.

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